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La hora del plebiscito

Esas campañas debieran ser convocadas no tanto "contra la guerra", sino "hacia la paz".

Los colombianos han dado el paso político más trascendente desde el final de la primera gran Violencia: han sellado un acuerdo de paz entre un gobierno democrático y la más longeva de las insurgencias latinoamericanas, las Farc, después de medio siglo de un cruento conflicto armado.
Ese acuerdo razonable y ambicioso se someterá a un plebiscito. Hasta el momento, el compromiso pactado ha sido entre dos élites. Es tiempo de que la paz sea apropiada por la sociedad. Para ello es fundamental que vastos sectores que la anhelan y confían en ella se organicen y movilicen. Sugiero entonces que se desplieguen “campañas afirmativas simultáneas”. El gobierno del presidente Juan Manuel Santos ha designado al frente de lo que podemos llamar la “campaña oficial” al expresidente César Gaviria. No hay duda de los méritos personales y políticos de Gaviria. Pero no creo que esa sola campaña asegure el voto por el sí.
Como bien señalan la literatura especializada y la práctica histórica en la materia, un plebiscito no es una elección más: no es lo mismo que una votación a la presidencia. Así, hay muchas lecciones comparadas que debieran considerarse. Por ejemplo, un caso emblemático lo constituyó el plebiscito en Dinamarca del 2000, que consistió en optar o no por la adhesión al euro como moneda. Electorados escépticos en algún asunto –para el caso, la relación entre Dinamarca y la Unión Europea– son muy exigentes a la hora de emitir un voto favorable en dicha área temática. Es difícil para una administración que lleva años en el gobierno asegurarse un resultado coincidente con su preferencia. Es insuficiente que solo los partidos políticos se manifiesten en favor de la propuesta oficial. No siempre es exitosa la táctica que presenta a los oponentes como extremistas. Pero el error mayor del Gobierno danés fue confiar la campaña por el sí al euro a figuras del ámbito político y empresarial. Los oponentes a la adopción del euro eran actores, académicos, científicos, artistas y personalidades populares. El no logró el 53,3 % de los votos en una elección con 87,8 % de participación.
El otro caso de estudio es el plebiscito de Chile de 1988. Se trataba de votar si el dictador Augusto Pinochet seguía o no en el poder hasta 1997. Era usual que, bajo dictaduras como las de Francisco Franco en España y Ferdinando Marcos en Filipinas, los gobiernos ganaran los plebiscitos. El ejemplo chileno fue sorprendente: el no obtuvo el 55,99 % de los votos. ¿Cómo sucedió eso? Por un lado, los líderes de los partidos de oposición dudaban acerca del plebiscito. Resultó esencial el papel de especialistas en encuestas y de académicos reputados en los partidos de oposición que procuraron aunar los esfuerzos de los líderes partidistas. Después de varias consultas se aglutinó una coalición anti-Pinochet. Hubo además un elemento adicional clave: la propuesta en favor del no fue manejada con organización comunicacional y tecnología electoral. Una consultora de opinión de Nueva York –Sawyer and Miller– aportó a la campaña y lo hizo muy bien.
Todo lo anterior sugiere contemplar lo que llamo “campañas afirmativas simultáneas”. Esas campañas debieran ser convocadas no tanto “contra la guerra”, sino “hacia la paz”. Dichas campañas debieran estar encabezadas por personas comunes y figuras prestigiosas provenientes de distintos campos. Se requieren pasión y razón en la movilización de amplios sectores sociales. Las consignas sencillas son claves: se trata de evitar mensajes múltiples típicos de una contienda a la presidencia y el lenguaje exaltado contra una persona o bandería política. Las campañas acá propuestas deben contar con asesoramiento profesional; lo peor sería improvisar. En síntesis, nada de lo dicho sustituye la campaña oficial; la acompaña: el sí es el imperativo de este momento histórico en Colombia.
JUAN GABRIEL TOKATLIAN
Profesor de Relaciones Internacionales de la Universidad Di Tella (Buenos Aires, Argentina)
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