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¿Teoría de la evolución?

Progresamos cada vez más hacia atrás: evolucionamos cada vez más hacia el pasado.

Se supone que la historia avanza hacia adelante –‘progresar’, se decía–, pero también lo hace hacia atrás, y ese es quizás su gran encanto, lo mejor que tiene. Porque cada logro científico o cultural de la especie humana, cada nuevo paso suyo en la línea del tiempo, permite conocer mucho más cómo era todo antes, el rompecabezas cada vez más completo y preciso de nuestros orígenes y los de nuestro planeta.
En otras palabras: la idea misma del progreso, que es uno de los mitos de la Modernidad, ha implicado siempre no solo una superación del presente y una invención y una conquista del futuro, sino también una comprensión mayor del pasado: un conocimiento cada vez más profundo de la historia; una apropiación más detallada de sus fuentes y sus indicios que se van aclarando cuanto más pasa el tiempo.
Es más: las épocas de la historia occidental (para no salir del barrio) que en teoría son las que más han progresado, las más famosas y celebradas por eso, son también aquellas en las que se dio una especie de salto exponencial en el ‘descubrimiento’ del pasado; una inmersión mayor en él, digamos. Quizás por eso la ciencia que mejor refleja cuánto avanza una sociedad es la arqueología, en ella está el termómetro de cada presente.

En cambio, nuestro presente no puede librarse del fanatismo y la estupidez, de sus prejuicios y sus necedades

Como si todo nuevo paso de la humanidad, siempre a tientas, fuera iluminando también sus antecedentes más remotos, los más oscuros. Hoy, por ejemplo, no solo sabemos mucho más sobre el sistema solar y el universo, sobre el cuerpo y la salud, sobre los computadores y la inteligencia artificial; hoy sabemos cada día más sobre la edad verdadera de nuestra especie, sobre los azares o milagros, allá cada quien, que la hicieron posible.
La evolución, así, ha ido ‘ocurriendo’ hacia adelante como un lentísimo proceso, un proceso además no del todo exitoso en todos los casos. Pero como relato, como narración, la evolución ha ‘ocurrido’ también hacia atrás, y la especie humana progresa cada vez más hacia el pasado, sus huellas y sus orígenes son cada día más remotos y más antiguos y ese descubrimiento y esa certeza se los debemos sin duda a la ciencia.
Este año nomás se publicaron al menos tres investigaciones de fondo que, como siempre, ‘cambian nuestra manera de entender la evolución del ser humano’, la amplían hasta dejar sin piso ni sentido muchos datos que creíamos absolutos e irrefutables ya. El titular es siempre más o menos el mismo, qué angustia, y en ese caso suele ser siempre cierto. Basta un fósil para lanzarnos millones de años atrás, progresar.
Las tres investigaciones son: una, del Centro Senckenberg, en la que los orígenes del hombre están en los Balcanes y no en África; otra, publicada en Nature, en la que se revelan los restos de un primate, este sí africano, de 13 millones de años, bastantes más que los de su último antecesor conocido; y la última y la mejor, del Instituto Max Planck, sobre el origen variado y ‘mestizo’, digámoslo así, del Homo sapiens. Alucinación total.
Así que progresamos cada vez más –no sé por qué, pero solo se me ocurren las mismas palabras; debe ser por eso– hacia atrás: evolucionamos cada vez más hacia el pasado. En cambio, nuestro presente no puede librarse del fanatismo y la estupidez, de sus prejuicios y sus necedades y sus obsesiones que es como si anularan de un golpe miles de años, millones, de historia humana.
Tengo entendido que incluso en un país tan civilizado como los Estados Unidos de Norteamérica hay quien aún se opone a la teoría de la evolución: lo cual está muy bien, porque quien lo hace es al mismo tiempo la demostración viviente de su absurda hipótesis.
Lo que no está bien es que sea justo esa gente la que gobierna el mundo. No.
JUAN ESTEBAN CONSTAÍN
catuloelperro@hotmail.com
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