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Qué fanatismo

El incluyente que excluye, el progresista sectario, el portavoz de la tolerancia y el respeto que humilla a los que no le dan la razón. En todos ellos arde como nunca la llama de lo que tanto dicen odiar y combatir.

De todos los personajes que atraviesan ese retrato terrible y magistral del alma humana que es 'Madame Bovary', la gran novela de Gustave Flaubert, quizás no haya ninguno más grotesco y repelente que ‘Monsieur Homais’, el célebre boticario de Yonville que es tan pretencioso y tan arribista, tan esnob, tan arrogante, que pide que lo llamen ‘farmaceuta’ y no ‘boticario’, pues lo suyo es la ciencia, no la superstición ni el fanatismo.
Pero lo increíble –y ahí está la grandeza de Flaubert, su malicia y su genio– es que a lo largo de la novela Homais se va revelando cada vez más dogmático y más intemperante, más radical y más ciego en su defensa de ese espíritu científico, escéptico y tolerante que él tanto dice cultivar como heredero, según sus propias palabras, de “Sócrates, de Franklin, de Voltaire y de Béranger...”.
La verdad es que ‘Monsieur Homais’ es, en lo fundamental, un fanático sin vacilaciones, como suelen serlo todos, en eso consiste el fanatismo, solo que lo es en su versión más peligrosa y más ruin: la del que cree no serlo y además se enorgullece de ello, con soberbia y vanidad; la del que se siente superior a los demás porque ve la paja del fanatismo en el ojo ajeno y no la viga que está en el suyo.
Ese cuadro tan frecuente y tan paradójico y tan indignante, ¿no? El científico que en nombre de la ciencia teje un discurso dogmático y confesional; el ateo que hace de su credo una religión y va por el mundo en catequesis; el incluyente que excluye, el progresista sectario, el portavoz de la tolerancia y el respeto que humilla a los que no le dan la razón. En todos ellos arde como nunca la llama de lo que tanto dicen odiar y combatir.
Por eso, en una de las mejores escenas de 'Madame Bovary', la de los comicios agrícolas, Flaubert le hace decir indignado a ‘Monsieur Homais’: “¡Qué fanatismo!”. Se lo dice al notario, si mal no recuerdo, mientras una pobre viejita recibe una medalla y promete llevársela al cura de su pueblo para que le diga unas misas. Entonces el feroz y arrogante boticario grita eso, “¡qué fanatismo!”. ¡Él, que es el más fanático del mundo!
No en vano ‘Monsieur Homais’ es la encarnación, para Flaubert, creo, de ese espíritu que también se adueñó de la Revolución Francesa y que la hizo ser la carnicería que fue; el triunfo no de la libertad, la igualdad y la fraternidad sino de la guillotina y el terror. Unas ideas que parecían ser muy buenas en teoría, por ejemplo la Razón y la Ilustración, así en mayúsculas, y que acabaron abriéndole la puerta al totalitarismo jacobino.
Ayer me sentí como en una de esas escenas de 'Madame Bovary' en las que está el señor Homais, solo que aún peor, sin la gran literatura de Flaubert para hacer llevadero el momento; para hacer llevadera la vida. En una reunión estaban dos amigos discutiendo sobre lo que todo el mundo discute hoy en Colombia, el plebiscito. Uno de ellos argumentaba en favor del ‘Sí’, el otro en favor del ‘No’.
Y en verdad era increíble la forma en que lo hacían, como si en vez de compartir argumentos se lanzaran memes, y a cual más descabellado y delirante. El uno daba a entender que quienes van a votar que no son unos idiotas; y el otro decía que los que vamos a votar que sí –sí– le estamos pavimentando el camino a la dictadura soviética, en la que solo creen ya los narradores deportivos colombianos durante los Juegos Olímpicos.
Luego terció otro amigo que también va a votar que sí, y para asombro de la tertulia se ensañó no con el del ‘No’ sino con el primero del ‘Sí’, enrostrándole no sé qué bajeza o qué traición de su jefe político. Viva la paz.
O como decía ‘Monsieur Homais’, “¡qué fanatismo!”. De verdad, qué fanatismo.
Juan Esteban Constaín
catuloelperro@hotmail.com
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