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Parrilleros y parrilleras

Acá lo que cuenta es la ley, resolver las cosas en el papel. Notifíquese, comuníquese y cúmplase.

Ante una nueva oleada de atracos, ultrajes y sobresaltos en el barrio Rosales de Bogotá, la Alcaldía Mayor de la ciudad anunció esta mañana, miércoles 24 de enero, que la primera medida para desactivar el oprobioso flagelo será la prohibición por decreto –cómo no: siempre la ley– del “parrillero hombre” para motos de cilindraje superior a los 125 centímetros cúbicos. Óigase bien, comuníquese y cúmplase: 125 centímetros cúbicos.
La primera reacción de muchos ha sido, por supuesto, la de la equidad de género; ya que hay que estar a la altura de los tiempos, como decía Ortega y Gasset, no han sido pocas las voces de protesta ante una discriminación tan flagrante, según los críticos, que pone en evidente situación de ventaja a las mujeres atracadoras y parrilleras, aunque parece que también en esa materia el país tiene una larga tradición de machismo y exclusión.
Y no es para menos: de acuerdo con las cifras vigentes en el orden local y nacional, aunque las matemáticas nunca hayan sido el talento colombiano por excelencia, todo lo contrario, de acuerdo con esas cifras, la mayoría de los casos de fleteo, que en cambio sí es un talento colombiano muy bien establecido, quizás el mayor de nuestros talentos, la mayoría de esos casos tienen por protagonistas a dos hombres en acción.

Suena a chiste, claro, pero no lo es en absoluto: los caminos del Señor son inescrutables, y más en Colombia, donde todo es posible y todo es probable.

Es más: hablando de los casos de fleteo en Bogotá dice Daniel Mejía, el secretario de Seguridad del Distrito, algo revelador e inesperado: “La gran mayoría son cometidos por hombres que van en moto, se acercan a un vehículo o residencia, cometen su atraco y se escapan con lo robado”. Increíble, quién lo habría dicho. Es una escena de veras estremecedora y que, ya en serio, no se puede banalizar.
Así que me parece muy bien que en Bogotá, en todas las localidades, empiece a regir la prohibición del parrillero hombre en las motos de un cilindraje mayor que los 125 centímetros cúbicos. A riesgo, eso sí, como se lo acabo de oír a una amiga, a riesgo de que ahora se imponga en la ciudad la tétrica moda de los atracos con peluca, en el colmo ya del envilecimiento tanto para las víctimas como para los victimarios.
Suena a chiste, claro, pero no lo es en absoluto: los caminos del Señor son inescrutables, y más en Colombia, donde todo es posible y todo es probable. Si es que lo sorprendente del fleteo no es que el parrillero atraque sino que sea solo uno, en un país acostumbrado a ver todos los días por sus calles y carreteras que en una sola moto van a la vez dos adultos, un niño, un bebé, un perro y un canasto, todos con casco, eso sí.
Porque acá lo que cuenta es la ley, resolver las cosas en el papel. Notifíquese, comuníquese y cúmplase: la vida por decreto; solucionarla con una ordenanza, un inciso y un otrosí. Iba a decir “ponerse el casco siempre, eso sí”, pero me acordé de una investigación que hizo un amigo en el año 2013 y en la que comprobó que los cascos de moto están tan mal hechos en nuestro país que han matado casi a tanta gente como la guerra.
Lo bueno de esas medidas de emergencia tan necesarias, como la de la prohibición del parrillero hombre en Bogotá, es que estimulan la creatividad legislativa y política del llamado ciudadano de a pie, quien tampoco está a salvo del todo. Acabo de leer a una tuitera (@AngelaZuluagaT) que dice: “Después de prohibir el parrillero hombre, podrían proceder a prohibir el uso de gorras y buzos de capucha para los que atracan a pie”.
“Esta es Colombia, Pablo”, como le dijo el poeta Jorge Rojas a Neruda en un poema en el que quería cantarle lo que es nuestro país: “¡Tal es la patria, Pablo! Durezas y blanduras saben de su materia...”.
Esta es Colombia, Pablo: sin parrillero y con casco. El país más feliz del mundo.
JUAN ESTEBAN CONSTAÍN
catuloelperro@hotmail.com
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