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Hijos del ‘SUP’

El ‘SUP’, el ‘síndrome del único que se las pilla’: un mal por lo general crónico e incurable.

Siempre que hay un evento cultural en Colombia, decía hace poco el editor y escritor Mario Jursich, es costumbre también que salga algún iluminado a señalar con soberbia y estupor, con superioridad moral, la farsa que cualquiera de ellos significa. Desde el festival de cine hasta el festival de la cometa, desde un recital de viola hasta una exposición de vinos o galletas: todo es un engaño, todo es una pose.
¿Que por fin vienen al país los Rolling Stones? Pues al otro día de la noticia ya hay un pontífice de esquina que dice en algún blog quiénes sí son dignos de ir y quiénes no, quiénes acreditan razones verdaderas para poder disfrutar de un evento así y quiénes, en cambio, van solo por pura novelería, para que los vean allí en el estadio saltando con canciones que no se saben y pidiendo toda la noche, a gritos, la única que sí.
Lo mismo pasa con la feria del libro: que la gente va solo a comer mazorca o algodón de azúcar —dicen los doctores de la ley—, a hacer filas interminables para entrar al baño o para tomarse un tinto o una cerveza; que aquí nadie lee nunca nada, o que todo lo que se lee es malo y para aparentar. Que los verdaderos lectores están en otra parte, ellos sí, tan puros, tan sabios, tan elevados.
El escritor Luis González tiene un nombre perfecto para describir ese fenómeno grotesco y colombiano como el que más; esa especie de bochornosa y fértil doctrina en la que se dan cita la ignorancia y la arrogancia. Él le dice a eso el ‘SUP’, el ‘síndrome del único que se las pilla’: un mal por lo general crónico e incurable que suele nacer de la presunción de la idiotez ajena y la inteligencia propia.
Ahora: el ‘SUP’ nace también de un sentimiento noble que es la pasión por las cosas que más nos gustan; la idea esa que tenemos todos cuando algo nos fascina y nos conmueve, y por eso nos sentimos sus dueños y sus únicos intérpretes válidos. Creemos que ese autor que nos cambió la vida es solo nuestro, que ese cantante que nos salvó una tarde nos hablaba solo a nosotros en sus canciones. Y ese es uno de los milagros del arte.
Pero luego, muy pronto, el ‘SUP’ degenera en franca tontería, en el fana-tismo y el dogmatismo incurables del que va por el mundo como un martillo de herejes, como un inquisidor, poniendo siempre los puntos sobre las íes, enseñándoles a los demás cómo sí son las cosas y cómo no, dónde está lo puro y dónde la simulación. Separando el oro de la escoria, señalando a los pretenciosos que no merecen estar en la secta.
Por eso el ‘SUP’ —ya que están tan de moda las siglas— florece sobre todo en la adolescencia: porque en eso consiste la adolescencia, en no darse cuenta de nada; en suponer que uno sí sabe lo que los demás no. Y como la adolescencia, el ‘SUP’ puede durar toda la vida, agravarse con los años y volverse uno de esos terribles males en los que quien los padece ni se ente-ra, pero los demás sí y con horror.
Porque además el ‘SUP’ no solo se da en el arte, no. También se da en las finanzas, en el deporte, en la filosofía, en el periodismo, en la política (huy): el síndrome del único que se las pilla. Prendan ya la radio y encontrarán, seguro, una tertulia en la que alguno de los ‘panelistas’ está diciendo muy serio: “A ver, yo tengo otra teoría, mi hipótesis es distinta…”. Como quien dice: “Yo sí veo lo que ustedes no; yo sí sé cuánto es dos por tres…”.
Y aunque el ‘SUP’ se confunde a veces con el rigor, o con la lucidez, o con la crítica o la agudeza, la verdad es que es todo lo contrario. Porque nace del desprecio, de esa tradición tan hispánica y tan acomplejada de mostrar-les a los demás que uno sí y ellos no.
Al final es lo que una tía llama ‘GADEJO’. Mejor dicho, ganas de joder.
JUAN ESTEBAN CONSTAÍN
catuloelperro@hotmail.com
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