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Fumarse el tiempo

Un debate con valor nostálgico, en la televisión de antes y con dos políticos de los de antes, cuando la política se hacía todavía para 'orientar' a la opinión pública y no al revés.

Juan Esteban Constaín
Ayer, y gracias a una deliciosa labor arqueológica en la que estoy metido, me vi de una sola sentada los videos de los dos debates por televisión que a mediados de 1986 sostuvieron Luis Carlos Galán y Álvaro Gómez Hurtado, quienes eran entonces candidatos a la Presidencia de la República, aunque esa vez perdieron ambos. Esa vez y todas las demás.
Eso fue, de hecho, lo primero que se me ocurrió al ver ese debate: que allí estaban los perdedores de esas elecciones, y ambos quizás con la absoluta convicción de que iban a perder. Pero su discurso es optimista y feliz, como si a ninguno de los dos le importara el destino electoral de sus ideas sino defenderlas y decirlas bien, con ese desparpajo que solo da la seguridad de la derrota.
También eso me pareció muy interesante: ver a dos políticos de los de antes, cuando la política se hacía todavía para ‘orientar’ a la opinión pública y no al revés; cuando los políticos decían lo que de verdad pensaban y creían, y lo hacían para que la gente los siguiera, no para seguir ellos a la gente. Sin tantas encuestas, sin tanta hipocresía, sin estar al acecho de lo que ‘se está diciendo’ para salir a decirlo también.
Lo otro que uno piensa al ver ese debate es que ambos candidatos, siendo tan distintos en todo –y eso se ve allí todo el tiempo–, tuvieron al final la misma suerte, la misma muerte. Y ese hecho, ‘proyectado’ hacia atrás como una sombra, llevado a ese año de 1986 para teñirlo con otro sentido, ese hecho hace que uno vea ese debate como un acto más de la tragedia que era, el cumplimiento de un destino.
Pero lo mejor de esos videos es su valor nostálgico: la posibilidad de regresar con ellos, de un solo golpe, a esa época traumática de este país, aunque aquí todas lo han sido, en la que transcurrió mi infancia y la de tantos otros. Los inolvidables años 80 del siglo pasado, esa década en la que todo pareció ocurrir, al menos acá, por la televisión. Desde la infamia del Palacio de Justicia hasta el triunfo de Lucho Herrera en la Vuelta a España.
A mí me hablan de esa época y pienso de inmediato en un televisor rojo de pernos grises que era el que había en mi casa: la pantalla siempre lluviosa y unas líneas de colores y un pito estridente mientras empezaba la programación de los dos canales que había, el 1 y el 2. La televisión con horario de oficina: de 7 a 12 y luego de 4 de la tarde a 11 de la noche. El himno nacional, 'El minuto de Dios', 'Ver para aprender'.
Esa fue la educación sentimental de mi generación: la radio, en la que sonaba Juan Gabriel (genio, ídolo, divo), y esas noches a la espera de lo que hubiera que ver: 'El pasado en presente', con Abelardo Forero Benavides y Ramón de Zubiría como dos 'youtubers' de entonces que hablaban de “un tema de palpitante actualidad”, la guerra de Troya. O 'Naturalia', con Gloria Valencia de Castaño reseñando a un protozoario.
El debate de Galán y Gómez lo condujo el gran Bernardino Hoyos con su mesura de siempre y su voz de locutor de la BBC. Fueron dos, en realidad: uno con Juan Gossaín, Álvaro H. Caicedo y María Elvira Samper; y otro con Yamid Amat, Arturo Abella (cuyas preguntas eran más largas que el debate mismo; todavía está haciendo una en Inravisión) y Germán Castro Caycedo.
Es Germán quien al final del último debate coge un cigarrillo y lo prende en vivo y en directo. Así era entonces, la gente fumaba en el cine, en los colegios, en los aviones, en los entierros y hasta en la televisión. Y una bocanada de ese humo se levanta en el aire y es como si se saliera de la pantalla y llegara hasta aquí, hasta hoy.
Como si en él estuviera el tiempo cumplido pero también su recuerdo. Perdón que voy a toser.
Juan Esteban Constaín
catuloelperro@hotmail.com
Juan Esteban Constaín
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