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Yo sí creo, ¿tú no crees?

Quién iba a presentir que el nadaísmo se fuera a convertir en la cruz roja de la religión.

Los dos ya eternos columnistas de EL TIEMPO y sempiternos nadaístas Eduardo Escobar y este hijo de Alfa y Omega, principio y fin de todas las cosas, tentados fuimos por la revista Soho con rútilas monedas –que para nada deben ser consideradas como el estiércol del demonio, no faltaba más– para que confesaran, cada uno según su ángel, su aceptación o rechazo de la divinidad, en particular de la de Jesús, hijo de David.
Las opiniones fueron encontradas. Lo confirmo al abrir la revista llena de beatíficos culos rubios, y testimonios amorosos de parejas de todos los sexos dándose garra. Ello define que el amor acabó con los géneros, como estamos tratando nosotros con la literatura. Adiós a la novela, el cuento, el ensayo, la poesía. Bienvenida la literatura transgenerista. Perdón. Me extravío.
Para mí no hay otro Mesías que el que terminó crucificado. Hemos visto que a ese respecto Eduardo dubita. En su volumen reciente, el portentoso y a todas luces inspirado 'Cabos sueltos', géneros todos, cuenta de aquellos libros que le sorbieron el seso después de sorberlos él, desde que era un capullo de seminarista, que pretendía llegar a la santidad y alcanzar el papado para redimir este mundo doliente. No ha abdicado del todo de ese primer atisbo de salvador, pues vive la vida de un monje entregado por completo a tejer su biblia de desplantes inteligentes, prevalido de que para el Absoluto, como para la preceptiva, da lo mismo decir una cosa que otra en cuanto se diga bien.

Se dice del demonio que tiene tantos o más secuaces que su contrario. Como a veces se ha visto en las funerarias, y hasta en las urnas

Y así soportamos con paciencia y estoicismo sus estocadas contra los afanes redentoristas de otras facciones que pretendieron replantear el mundo de diferente manera, con la política, en particular con la izquierda, que para él es motivo ahora de escarnio y ludibrio. Y quién sabe si hasta razón tendrá, en vista de la multitud que lo aplaude. Se dice del demonio que tiene tantos o más secuaces que su contrario. Como a veces se ha visto en las funerarias, y hasta en las urnas.
Mis razones de estar con Cristo radican en que fui convocado por él mismo a través de sus elegidos, santos y médiums, para replantear su santa doctrina, tergiversada durante tantos siglos por la que se pretende su iglesia, y que hoy no es más que una caterva periclitada. Poner de presente cómo son los reales principios de Cristo será la verdadera revolución que hace falta para recomponer la fraternidad, la justicia y el amor generoso. Para ello fui reclutado hace ahora 50 años y apenas me apresto con cruzados de este y del otro mundo a asumir el trascendental compromiso.
Locos de Dios. “El que pierde la cabeza en la tierra va a encontrarla en el cielo”, dice Louis Pawels. Cristo viene y, según la parusía, estudio de los últimos tiempos, el anticristo va a ser un papa. No puedo permitir que sea un J. Mario, así se apellide Bergoglio. Quién iba a presentir que el nadaísmo, ese movimiento conformado por atorrantes impíos, cuyo fundador se consideró un anticristo y murió cantando aleluyas, se fuera a convertir en la cruz roja de la religión. Ante el irracional embate que se prepara, la vieja iglesia no podrá decir ni pío.
En su testimonio, Eduardo accede al humor para eludir la mácula de su bien cultivado descreimiento. “Creer o no creer en Dios es la misma nonada”. Le recuerdo lo dicho en otra ocasión: “Con Dios se han hecho muchos chistes, y Él no ha dejado de reír”. Y la jaculatoria de Jaime Jaramillo Escobar cuando se relee: “Gracias, Espíritu Santo, por depararme tan buenos pensamientos, y por permitirme expresarlos tan bien”. Y la sorpresa de Gonzalo Arango en el proceloso mar de sus negaciones: “Una noche, en el jardín, bajo las estrellas, grité: Dios no existe”. Y Él respondió: OK, Gonzalo, con eso basta”.
JOTAMARIO ARBELÁEZ
jotamarionada@hotmail.com
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