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El papa J. Mario

Revolucionará la Iglesia poniendo a temblar a los detentadores de la doctrina del amor.

El 17 de diciembre de 1936 nació en Buenos Aires Jorge Mario Bergoglio, tocayo de Jorge Mario Valencia, quien asumiera para la TV el nombre de Jota Mario, como el poeta Jotamario Arbeláez lo haría para el nadaísmo. El 13 de marzo de 2013 fue elegido Papa, y para ejercer el pontificado adoptó el nombre de Francisco, a secas, tal vez intuyendo que sería el último Papa y no Francisco I, como lo invoca en un despistado trino el expresidente Uribe para que venga a ayudarlo a salir de apuros.
Hace 50 años, Jotamario el poeta fue convocado por Claudio Vernot, Reinaldo Coronel Arroyo y Libardo Escobar a una mesa de invocaciones, donde, merced a la ouija, en principio, y luego a través de médiums parlantes, hicieron su aparición tres espíritus selectos de la cristiandad, Nicolás de Tolentino, Agustín de Hipona y Alonso Rodríguez, quienes lo instaron a formar parte de una cruzada entre seres de las alturas y devotos terrícolas, con el fin de rescatar de las fauces de la Iglesia que las tergiversaba, la verdadera imagen y doctrina de Cristo.
Le prometieron que lo llevarían de la mano por en medio de las tinieblas contemporáneas, iluminarían su pluma y le acordarían una vida plena. Pero, eso sí, en un momento dado, ya que en esa oportunidad se negaba, debería dar testimonio de Cristo y proclamarse su abanderado. “No puedo”, habría dicho arrastrándose por el piso moqueando mientras los conjurados, con cristos en la mano y oraciones entrecruzadas, trataban de exorcizarlo. “El escandaloso movimiento nadaísta al que pertenezco no me permite creer en nada, y mucho menos en una divinidad”, habría dicho. “Creerás –le contestarían–, ese será tu escándalo”. Y de remate: “Tu borrascoso nadaísmo será la cruz roja de la religión”.

¿Cómo no asistir e inclinar la cabeza con admiración ante un Papa que originalmente se llamó J. Mario y está revolucionando la Iglesia?

Pasado medio siglo ha hecho la cuenta de su bienaventuranza, que comprende profundos y bellos amores, amigos geniales, viajes por el mundo entonando los líricos dictados de un espíritu santo muy permisivo, y cinco premios literarios exuberantes. Hace poco, porque la comunicación ha seguido más que esporádica, ya no tan solo con los médiums de entonces sino mediante autoinvocaciones frente a la pantalla del internet por donde arrecia el viento paráclito, los maestros lo han instado al pronunciamiento, pues se acercan los tiempos profetizados. Y más aún, le han revelado que en una encarnación anterior fue Nerón, cuyos crímenes ha de redimir para redimirse. Y que Nerón está señalado para ser el Anticristo en los días de la segunda venida. Por lo que debe proclamar ante el mundo a través de los medios de comunicación su fe en Jesucristo, en persona propia y en la del personaje que reencarna, para dejar al maligno con un palmo de narices.
Según la parusía, o estudio de los últimos tiempos, el pretendido papel del Anticristo sería desempeñado por el último Papa, que revolucionará la Iglesia poniendo a temblar a los detentadores de la doctrina del amor “que convirtieron la casa del Señor en una cueva de ladrones”. Ese Papa será perseguido y hostigado por la gran clerecía, dolida por su cruzada contra la corrupción, los cambios a la ortodoxia y la transformación de la figura de Papa-rey en la de cura callejero. Hasta por su vida se teme. A los cardenales ardidos se ha sumado el personaje que representa la caverna iglesiera, José Galat, quien ha dicho que Francisco carece de infalibilidad en lo que predica, que su visita será fatal para Colombia, que es un hereje “y que está pavimentando (sic) las puertas al Anticristo”.
Finalizando esta columna inspirada, le llega al poeta converso una invitación del Presidente de la República para que lo acompañe a la recepción del papa Francisco. ¿Cómo no asistir e inclinar la cabeza con admiración ante un Papa que originalmente se llamó J. Mario y está revolucionando la Iglesia?
JOTAMARIO ARBELÁEZ
jotamarionada@hotmail.com
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