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Defensores de oficio de la vida

Hay una solución más efectiva que la bala y es la poesía. Asúmela como antes se asumía la oración.

Jotamario Arbeláez
Estaba yo sentado sobre un par de ladrillos debajo del totumo, en el patio de atrás de la casa de las agujas, un mediodía del verano polvoriento de 1958, en el barrio Obrero, mientras todos se habían ido a pasear a Pance, escuchando en un transistor el Mambo n.° 8, de Pérez Prado, y fumando con parsimonia un cigarrillo turco regalo de mi proveedor de lociones, cuando vi sobre el muro encalado una humedad que se fue perfilando como la deseadísima virgen que era mi novia, con una mano levantada señalando al cielo, su lunar en el pómulo, sus ojos de un azul infinito, que debían contrastar con mis ojos rojos, y sus labios de grana que comenzaron a moverse al compás de sus palabras aladas.
Quiero decirte, Jotamario, me dijo, algo que deberás tener guardado en tu corazón por lo menos por 50 años, puesto que es un don que se te ha concedido en virtud de tu compasión por la siempre doliente criatura humana. Has echado sobre tus hombros la responsabilidad por el sufrimiento de tus vecinos, seres humanos tan pobres que ni siquiera aceptan que tienen alma, e incluso has llegado a pensar en tomar las armas en busca de redimirlos. No lo hagas, porque te matarán o, peor aún, matarás, y no habrás hecho nada en la vida si terminas antes de tiempo asesino o asesinado.
Hay una solución más efectiva que la bala, ponme atención, y es la poesía. Asume la poesía como antes se asumía la oración, como santo conjuro contra los males del mundo. Dispondrás de la fuerza del Verbo que en breve te inculcarán seres escogidos que vibran como tú con la pasión justiciera. Se presentarán como antisociales con sus denuncias al orden y sus prédicas apostáticas, que será la manera paradójica de impartir justicia y verdad. Y tú los seguirás, Jotamario, y así se les vaya un siglo en su lucha, triunfarán ante el tribunal de la vida, porque solo por la palabra al rojo se restablecerá el equilibrio perdido que ha hecho la miseria de tantos seres.

Has echado sobre tus hombros la responsabilidad por el sufrimiento de tus vecinos, seres tan pobres que ni siquiera aceptan que tienen alma

Pero, Virgen santa, atiné, si eres el objeto de mi puro deseo y te me presentas como un venerable oráculo, ¿deberé desistir también del amor para adherirme a esta causa de salvación? ¿Y deberé abdicar de mis pasos de baile, que me han llevado tan lejos en la satisfacción de mi terca lujuria? ¿Y deberé volver a abrirle la puerta al santo de los santos que he mandado a la quinta porra?
Tú verás, Jotamario, me dijo, y comprenderás cuando veas.
A partir de ese momento, la humedad comenzó a secarse en el paredón, mientras se me aguaban los ojos, pues sabía que no volvería a ver a esa niña que era lo único material que yo reclamaba del mundo, convertida para mi pasmo en vehículo de lo inefable.
Esa misma semana de hace 60 años supe que llegaba a Cali el profeta Gonzalo Arango, y que hablaría en La Tertulia, y que convocaba a la juventud a hacer parte de su aventura, del evangelio de la nueva oscuridad que venía predicando con una vela. Clamaba que era la hora de los poetas que, armados de la sola vehemencia del Verbo, harían trizas del poder y sus privilegios. Me incliné ante el “enviado”, quien me consagró como “monje” de su cofradía. De la cual hacen parte –o hicieron, porque algunos se retiraron a otros planos del sistema respiratorio– Jaime Jaramillo, Amílcar, Eduardo, Elmo, Alberto, Armando, Jan, Cachifo, Barquillo, Dukardo, Pablus, Zalameíta, Patricia, Consuelo, Dina.
Salta este texto de hace 10 años de una carpeta de los Sagrados Archivos, y decido publicarlo en ocasión de la visita del Papa, del aniversario de la muerte de Gonzalo y de mi padre el próximo 25 de septiembre, de que Elmo Valencia, nuestro amado Monje Loco, está cuadrando caja en el ancianato caleño. Y de que el próximo presidente de Colombia será un nadaísta, como reza la profecía. Agnus Dei, qui tollis peccata mundi, dona nobis pacem.
JOTAMARIO ARBELÁEZ
jotamarionada@hotmail.com
Jotamario Arbeláez
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