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¿Qué país nos deja Juan Manuel Santos?

Si bien su gobierno tuvo errores, sus actos contribuyeron a mejorar la vida de miles de colombianos.

Debo empezar esta columna diciendo que no soy uribista, ni santista, ni liberal, ni conservador, mucho menos de izquierda. Soy, simplemente, un colombiano sin partido político preocupado por el futuro del país, a quien le duelen las cosas malas que les pasan a los ciudadanos, que mira con optimismo el crecimiento económico de Colombia y, sobre todo, que trata de analizar con objetividad, sin apasionamiento, el devenir de nuestra patria. Es decir, soy un ciudadano de pensamiento libre, un analista sin intereses políticos, un escritor que habla de las cosas buenas que les pasan a los colombianos, un lector que encuentra en los libros el alimento espiritual que le proporciona la sindéresis para escribir sobre temas de interés nacional.
Hago estas observaciones porque soy consciente de la polarización que vive Colombia. En este país si alguien habla bien de la gestión de Juan Manuel Santos lo primero que le dicen es que está “enmermelado”. Aunque esta palabra no existe en el diccionario de la Real Academia de la Lengua, en Colombia la acuñaron los detractores del primer mandatario para señalar a quienes hablan sobre las cosas buenas de su mandato como comprados. A Adriana la Rotta le llovieron insultos la semana pasada por haber tenido el valor de decir, acogiendo lo que dijo ‘The Economist’, que durante el mandato de Santos hubo “grandes avances en términos de pacificación”, y que supo capotear la crisis financiera que pudo haber causado la caída de los precios del petróleo en los mercados internacionales.
Los orientadores de opinión estamos obligados a escribir con objetividad. Así uno no sea santista, debe reconocer que Juan Manuel Santos logró lo que solo Virgilio Barco había logrado: la desmovilización de un grupo guerrillero. ¿Que no todos los integrantes de las Farc se acogieron a la negociación? Eso es cierto. Pero lograr que siete mil hombres depusieran las armas y, de paso, se convirtieran en partido político, defendiendo sus ideas a través de la palabra, es algo que hay que reconocerle al mandatario que el próximo 7 de agosto entrega el poder. Lo dijo Vargas Llosa: “La historia le reconocerá a Juan Manuel Santos lo que hizo por la paz de Colombia”. El acompañamiento de la comunidad internacional durante los diálogos ratifica que era mejor la negociación que la continuación de la guerra.

La Colombia que nos deja Juan Manuel Santos puede no ser la mejor, pero es una Colombia con una inflación baja y unas perspectivas de crecimiento halagadoras.

Santos recuperó la confianza inversionista gracias al acuerdo firmado con las Farc. El silencio de siete mil fusiles permitió que la inversión extranjera creciera, y que el turismo se disparara. Antes de que el grupo armado se decidiera a negociar la reinserción a la vida civil de sus militantes muchas multinacionales se estaban yendo del país. Y el turismo no tenía la proyección que hoy tiene. ¿Que la negociación fue imperfecta? ¡Claro que sí! El Gobierno permitió (y esto a nadie le gustó) que el narcotráfico fuera considerado como conexo al delito político, y que la elegibilidad de los líderes de la guerrilla se diera sin que pagaran cárcel por sus delitos. Pero la desmovilización abrió las puertas para que llegaran nuevas inversiones, y más turistas. Santos no le entregó el país a la guerrilla, como dicen.
El incremento en las hectáreas sembradas de coca es uno de los puntos débiles en la gestión de Juan Manuel Santos. Ponerle fin a la aspersión con glifosato fue un error. La erradicación manual de cultivos no dio los resultados esperados. Algunas regiones del país se llenaron de cultivos ilícitos, y el narcotráfico se fortaleció. Por la poca acción de las Fuerzas Armadas las zonas que estaban en poder de las Farc fueron copadas por otros grupos delincuenciales, incrementando los índices de violencia. Si bien no se han vuelto a presentar tomas violentas de poblaciones, los asesinatos de líderes sociales se dispararon. Este es otro de los inris de su mandato. Sin embargo, los secuestros se redujeron y los homicidios bajaron. Miles de vidas se han salvado con la firma de los acuerdos.
La polarización ha hecho que parte de la opinión pública califique a Santos como el peor presidente que ha tenido Colombia. En esto hay mucho de injusticia. Su gobierno tuvo errores, es cierto. Pero muchos de sus actos contribuyeron a mejorar la calidad de vida de miles de colombianos. Esto, desde luego, no lo reconocen sus opositores. El programa Ser Pilo Paga permitió que 40.000 jóvenes de escasos recursos pudieran acceder a una universidad. Y el de vivienda gratis les dio casa a miles de familias que no tenían vivienda propia. Y, ¿qué decir del programa De Cero a Siempre, que mejoró la atención integral a la primera infancia? ¿O del control a los precios de los medicamentos? ¿Y del impulso a las obras de infraestructura? En estos frentes Santos puede mostrar resultados.
En ciencia el país no avanzó. El agro no rodó con suerte. Y el robo de los recursos para la alimentación de los niños en la costa Atlántica demostró que allí la corrupción no se detiene. Santos despertó rechazo entre los pensionados porque no les aprobó la rebaja en sus aportes a la salud. Y con razón. Porque mientras los corruptos se roban el país, las EPS se enriquecen sobrefacturándole al Estado. Eso sí, deja operando un Estatuto de la Oposición que le da un nuevo aire a la democracia. Pero también deja un país con una clase política seducida por la ‘mermelada’, y con inequidad social no obstante ser en América Latina el que más redujo la pobreza al bajarla del 37,2 % al 28 %. El Índice de Gini, que mide la desigualdad en los ingresos, le fue favorable en sus ocho años de mandato.
La Colombia que nos deja Juan Manuel Santos puede no ser la mejor, pero es una Colombia con una inflación baja y unas perspectivas de crecimiento halagadoras. Un país que no va a caer en la situación de Venezuela. Pero esto no se lo quieren reconocer sus adversarios. A esto nos lleva la polarización. La misma que no permite evaluar su gestión con un prisma objetivo. Y la misma que va a desatar, estoy seguro, una andanada de críticas contra este columnista únicamente por haberse atrevido a hacer un análisis imparcial de la gestión de Juan Manuel Santos. Me dirán ‘enmermelado’. Pero la verdad es que los odios gratuitos de sus malquerientes no dejan ver las cosas positivas de un gobernante que se jugó su prestigio por tratar de recuperar para los colombianos la tranquilidad perdida.
JOSÉ MIGUEL ALZATE
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