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El sorteo eclipsó a Gremio y a la Libertadores

Sin embargo, gustó el campeón. Le afloró a Gremio la grandeza en la parada más brava.

Jorge Barraza
Aún a dos días de distancia, el sorteo mundialista con sus luces y sonidos eclipsó por completo a la Copa Libertadores, que últimamente parece un minero en el fondo del socavón: apenas la lucecita del casco ilumina su camino. Ha quedado en sombras producto del subdesarrollo de nuestro fútbol, rico filón de materias primas, pobre en espectáculo, en repercusión, en glamur.
La final de la Copa, antes un singular acontecimiento anual entre nosotros, pasó inadvertida por los aficionados, ya metidos en el runrún del Mundial, dado que las cadenas de TV hace días venían transmitiendo desde Rusia. Las bolillas y los copones, los cabezas de serie, las elucubraciones y toda la terminología y parafernalia de lujos e invitados desviaron la mirada del gran público hacia el Kremlin. La Copa hizo las veces de telonero.
Sin embargo, gustó el campeón. Le afloró a Gremio la grandeza en la parada más brava. Hasta la primera final ‒incluida ella‒, el club de Porto Alegre entregó una imagen metálica, de equipo apenas eficiente, trabajador, ordenado y cauteloso, buen sacador de resultados. En cambio, en la noche bonaerense relumbraron los brillos que no se le advertían en los choques anteriores. Y le dieron un tardío fulgor a esta Libertadores que desandó su camino entre sombras. Compuso un primer tiempo de clase y ciertos lujos que obligan a decir que estamos ante un campeón inobjetable, bueno.
Esta actuación tan espléndida lo eleva incluso al rango de digno representante sudamericano en el Mundial de Clubes, en el que debutará dentro de once días. Este Gremio que venció en las dos finales a Lanús tiene material para derrotar al Pachuca y dar batalla al Real Madrid, sus posibles rivales en Emiratos Árabes. A propósito: solo siete campeones en 57 ediciones de la Libertadores habían logrado ganar al subcampeón en los dos enfrentamientos. Gremio lo hizo: 1-0 y 2-1.
Después del estrecho 0-1 en Porto Alegre, Lanús soñaba con darle vuelta en su casa, apoyado en el feliz antecedente ante River, cuando perdía 2-0 y ganó 4-2. Pese a lo difícil de la empresa (los grandes por algo lo son), el mundo granate estaba convencido de lograrlo. Pero se encontró con un Gremio imperial, que dominó el juego desde el primer silbatazo. A partir de su seguridad defensiva, con notable aplomo, Gremio primero anuló toda gestión ofensiva, cualquier intento de armado de Lanús. Por algo no le marcaron goles en 7 de sus 14 partidos.
Asegurado el blindaje, comenzó a crecer, conducido magistralmente por Arthur, volante derecho de 21 años, un 8 cerebral, de excelente manejo, un facsímil de Xavi, gran llevador de pelota. Justamente, el FC Barcelona lo está siguiendo; Robert Fernández, secretario técnico del club catalán, estuvo en ambas finales para verlo y quedó deslumbrado. Si no lo fichan después de esta exhibición, hay un solo motivo: porque se trata del Barcelona. Tite ya lo convocó y es posible que vaya al Mundial de Rusia.
Lastimosamente, mientras se jugaba el descuento del primer tiempo, una entrada de Pasquini lo lesionó, y pese a que intentó, no pudo jugar más que seis minutos del segundo. Sufrió un severo esguince que le impedirá jugar por 45 días, por lo cual no estará en el Mundial de Clubes. Una pérdida altamente sensible. Fue salir él y comenzar a dominar Lanús. Pero sin claridad, con apenas unas pocas ideas en la mente de José Sand y de Lautaro Acosta. Nunca estuvo en peligro la victoria de Gremio, el cual, por cierto, no fue solo Arthur.
También está ese arquero enorme que es Marcelo Grohe, nuevamente con otra volada magistral, esta vez para sacar un tiro de Maxi Velázquez a un ángulo. Está Geromel, un zaguero larguirucho que saca todo de arriba y que demostró por qué es el capitán. A falta del argentino Walter Kannemann, el otro gran defensa central gremista que estaba suspendido, Geromel se hizo cargo de todo. Está Luan, que hizo un gol antológico tratándose de una final, limpiando el camino de rivales y picándosela al portero granate como si estuviera en un picadito informal de fin de año con amigos de su pueblo. Luan es otro que está apuntado por Tite para Rusia. Estuvo Fernandinho, que aprovechó un error fatal del lateral lanusero José Luis Gómez, corrió cincuenta metros con la bola y fusiló a Andrada para marcar el primer gol. Muy buen elemento el zurdo. Y está Jailson, volante criterioso, de incansable ida y vuelta. Los otros son obreros, pero trabajan bien, suman, luchan, son puntuales, no faltan.
El gol de Fernandinho, en lugar de despertar y sacudir a Lanús, lo aturdió. No pudo reponerse. No tuvo los argumentos futbolísticos ni anímicos que sí había lucido ante River. Y el segundo, de Luan, lo noqueó, sobre todo por la lujosa factura. La calidad, cuando se expresa de tal manera, tiene más contundencia que un golpe. El jugador que está perdiendo piensa: ‘no hay nada que hacer, son superiores’.
Lanús, como Independiente del Valle el año pasado, tuvo el inédito honor de llegar a la final. La derrota no empalidece su fantástico crecimiento. Es un humilde que va de a pasito, pero siempre hacia adelante. Que ya tiene su excelente estadio para 47.027 espectadores, que fijó una marca en la Argentina: lleva 12 años consecutivos clasificando a copas internacionales. Que siente orgullo de seguir creciendo. Vivió nueve meses de ilusión. Se lleva una hazaña en la bolsa: la remontada contra River. Y el goleador del torneo, el veterano Sand, que a los 37 años estampa su nombre en el historial. Todo es mérito.
El viejo Gremio de 1903, fundado a raíz de una pelota, ratifica su condición de ganador nato: es tricampeón de América, apenas superado en coronaciones por Independiente, Boca, Peñarol y Estudiantes. Cândido Dias da Silva, un empresario paulista, obsequió a sus amigos gauchos un balón de cuero que le habían traído de Inglaterra y, para usar ese balón, crearon un club: el flamante campeón de América.
Después de algunos años duros ‒descenso en 2004, graves dificultades financieras en 2007; en medio, los dos títulos de América y un gran esplendor de su archirrival Internacional‒, volvió con todo Gremio, y de la mano de su máximo ídolo y jugador histórico: Renato Gaúcho, el que con sus goles y gambetas lo llevó a la cima de América y del mundo en 1983. Nos parece ver los dos golazos de Renato ante el Hamburgo en Tokio, en 1983, para darle la Copa Intercontinental. Ya había dirigido a Gremio en 2010, lo tomó en zona de descenso y lo llevó a la Libertadores. Y en esta segunda etapa comenzó en octubre del año pasado, ganó la Copa do Brasil y con ello la clasificación a esta edición, que termina coronando. Más estrella, imposible.
El fútbol tiene estos caprichos maravillosos. En 2004, Gremio bajó por única vez a la serie B justo cuando se iniciaba la parábola ascendente del Inter, su gran rival. En 2006, Inter ganaba su primera Libertadores, que repetiría en 2010. Su estadio Beira Rio acababa de ser designado subsede del Mundial 2014. Eran años dulces para los colorados y agrios para el tricolor. En ese 2010 asistimos a la final, se hizo un acto protocolar en el que fueron invitados los presidentes de ambos clubes. Asistimos. En un aparte, Duda Kroeff, titular gremista en ese momento, sonrió, achinó los ojos y le susurró a este cronista: “Que disfruten este momento, ya vamos a volver, y vamos a ser mucho más grandes”. Efectivamente, aunque no fue elegido para el Mundial, Gremio se lanzó a construir su propio estadio, que inauguró en 2012 y está considerado el mejor y más bonito de Brasil, el Arena do Gremio. Y las flechas del destino fueron intercambiando el rumbo. El 7 de diciembre pasado, Gremio se coronaba por quinta vez campeón de la Copa Brasil (récord); cuatro días después Inter descendía a la serie B. Ahora le sacó una Libertadores de ventaja. Viejo fenómeno de este deporte: el éxito de un club instala en su gran rival el desafío de superarse. En eso debe estar pensando el Inter.
JORGE BARRAZA
Jorge Barraza
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