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Opinión contra maquinarias

El enojo ciudadano con la corrupción puede hacer inatajable el cambio político que reclama el país.

Individualmente, la de Germán Vargas Lleras es hoy por hoy la candidatura presidencial más fuerte. Ha tenido una habilidad casi única para ser gobierno y marcar diferencias con este, al tiempo que aprovecha las mieles de siete años de burocracia para aceitar su poderosa maquinaria política en la costa caribe, Cundinamarca, Quindío, Santander, Valle, Bogotá, Tolima, y entretejer una donde no la tenía: en Caldas, Boyacá, Cesar, en alguna medida en el Huila y Nariño y hasta en Antioquia, en donde cooptó reconocidos dirigentes conservadores para su campaña.
Sin embargo, Vargas Lleras no ha logrado crear el aura de inevitable; sus números en las encuestas no son descollantes, incluso su popularidad ha descendido y tiene dificultades para encontrar socios de coalición antes de la primera vuelta. Paradojas que confirman que estamos frente a la más incierta campaña presidencial en la historia democrática del país y demuestran lo difícil y arriesgado de hacer vaticinios electorales. El solo hecho de que el fiscal Martínez cumpla su promesa de revelar en próximas semanas la gravedad de lo que pasó con Odebrecht puede alterar el panorama electoral.
Pero, lo que sí parece ya una tendencia inatajable serán los colosales efectos del voto de opinión y de la indignación de la gente. Del enfado con la corrupción, con el poder detentado siempre por los mismos y con el agotamiento que deja la polarización. Un voto de opinión cuya mera insinuación deja tempranas consecuencias como una nueva ola antipartidos, más profunda que la de los 90, que produce el curioso deseo de la mayoría de candidatos de inscribirse por firmas y, aunada al desgaste del Gobierno, explica buena parte del naufragio del partido de ‘la U’.
Un enojo ciudadano que puede gestar un triunfo como el de Alberto Fujimori en Perú en 1990 en contra de las maquinarias que se deslizaron en apoyo de Mario Vargas Llosa, o que puede reeditar la carrera presidencial de 2010 entre la maquinaria, principalmente uribista y santista, y la ola mockusiana, esta vez con grandes posibilidades de éxito en cabeza de un hombre como Sergio Fajardo.
Si bien son varios candidatos que apelan al voto de opinión, incluido el Centro Democrático, Fajardo no solo ha interpretado ese sector del electorado durante toda su carrera política, sino que tiene probada experiencia y es heredero legítimo de la ola verde después de haber sido fórmula vicepresidencial de Mockus.
Y, si en aquel primer intento uno de los principales errores fue la carencia de estructura, en esta ocasión Fajardo ha tenido el cuidado de promover una organización por todo el país. Si la ola verde descansaba en lo fundamental en la personalidad y creatividad de Mockus, el exgobernador Fajardo hace la tarea también con carisma, con más juicio y es más sistemático a la hora de enfrentar lo público.
Claro, no hay que llamarse a engaños, no será fácil. Si Fajardo u otro candidato de opinión no logran liderar con holgura las encuestas en los meses por venir, las maquinarias impondrán lo que saben hacer, los acuerdos de mermelada, y se harán indispensables. También puede ser una disputa entre estructuras partidistas combinada con voto de opinión, como en el caso del Centro Democrático, aunque luego caigan en brazos de los congresistas, como lo hizo Uribe en su momento.
Pero, si la próxima gesta presidencial se convierte en una disputa diáfana entre opinión contra maquinarias, no tengo duda de que es porque, como dijo Kennedy, “ha llegado la hora de una nueva generación de gobierno. Nuevos hombres para enfrentarse con los nuevos problemas y las nuevas oportunidades”. Y, en ese momento, ninguna maquinaria, por aceitada que esté, servirá para atajar el cambio político que reclama el país.
JOHN MARIO GONZÁLEZ
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