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Hombres de poca fe

Un favor haría 'Timochenko' a la paz si pide perdón a María Camila García y a todas las víctimas.

El problema no es de poca monta, porque la imagen más poderosa, más esperanzadora que pudiera tener la campaña del sí al plebiscito ya no será posible. Esa imagen de guerrilleros camino hacia las zonas de concentración y entregando al menos el primer fusil quedó hecha añicos con el trino del comandante Carlos Antonio Lozada, según el cual “sin amnistía no hay acuerdo final y sin acuerdo final no hay traslado a zonas veredales”. Un invariable reflejo del extenuante regateo e insularidad política de las Farc.
Es entendible la incertidumbre y hasta el temor que se apodera de quien deja las armas después de cometer los peores crímenes. Pero es inexplicable que las Farc crean que ganar el plebiscito depende solo de Santos; que es posible su blindaje y seguridad sin ganar el favor de los colombianos; sin un pedido sincero de perdón y de reconciliación, y cuando hace menos de un mes la Corte Suprema de Justicia de El Salvador declaró inconstitucional la Ley de Amnistía General para la Consolidación de la Paz de 1993. Es incomprensible que las Farc crean más en una paz burocrática, en anuncios y más anuncios de visitas y preparativos logísticos, cuando durante cuatro años han persistido en debilitar a Santos con unas negociaciones fatigantes o como cuando en plena campaña de reelección arreciaban con atentados.
Es inconcebible que las Farc sostengan que no retomarán el camino de la guerra, pero al tiempo sean incapaces de mostrar grandeza cuando su viabilidad política depende de que el plebiscito salga victorioso, y en forma contundente. Es sorprendente que giren permanentemente contra la chequera de un gobierno que les ha dado la mano, que les ha permitido pasar de terroristas internacionales a cuasiestadistas y les ha facilitado una pantalla nacional e internacional imposible de repetir. En definitiva, hombres de poca fe que igual les da ocho que 80 mientras les brinden garantías de no ir a la cárcel, porque, a diferencia de la lucha de un Nelson Mandela, carecen de un proyecto claro de futuro y de país.
No tengo duda de que muy a pesar de ello el sí al plebiscito ganará, que millones de colombianos saldremos a apoyarlo, no obstante algunas reservas que podamos tener frente a los acuerdos. Pero Santos está obligado a dejar el cálculo político, a soltar las amarras y a comunicar con sinceridad. Tiene que entender que en una campaña cortísima cualquier ventaja puede volverse irreversible y que incluso una pírrica victoria, con cinco o seis millones de votos, puede ser un triunfo con sabor a derrota. Y más allá de los personalismos, también tiene que hacer efectiva la premisa de que la paz es de los colombianos e invitar a líderes como Sergio Fajardo a ponerse al frente del sí. Porque aunque quieran dárselas de jefes, poco o nada transmite la incontinencia verbal de un Roy Barreras, la politiquería de un Mauricio Lizcano o Armando Benedetti o la presunción de 10 millones de votos de Piedad Córdoba, que no pasa de pretender convencer a los convencidos.
Pero por encima de eso, le haría un gran favor Timochenko a la paz si, frente al club El Nogal o cualquier otro lugar simbólico de Colombia, pide perdón a las víctimas y, en particular, a personas como María Camila García, quien en el terrible atentado de febrero del 2003 perdió a sus padres, una hermana y una pierna, cuando era apenas una niña de 12 años. De lo contrario, existe algún riesgo de que la nefanda hecatombe, que Uribe quiso evitar perpetuándose en el poder con su tercera elección presidencial, se haga finalmente realidad. No en virtud del castrochavismo, ni siquiera de la prolongación de esta horrible violencia, sino por el triunfo del no que dé al traste con unos acuerdos de paz que ya dan por descontados las firmas calificadoras de riesgo, vía la crisis política, una mayor conflictividad, el empeoramiento del entorno económico y un agravamiento de las finanzas públicas.
JOHN MARIO GONZÁLEZ
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