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Una pareja particular

Con Dean Martin, Lewis se atrevió a demostrar en el escenario que es posible el amor entre hombres.

Heriberto Fiorillo
Murió hace dos semanas.
Había nacido Jerome Levitch en Newark, Nueva Jersey, el 16 de marzo de 1926, pero se llamó Jerry Lewis para el mundo del entretenimiento y será recodado como uno de los grandes cómicos de la historia.
Jerry sostuvo siempre que la mayor influencia de su vida había sido su padre, Daniel Levitch, gran animador de vodevil. “Con solo ponerse el sombrero, te hacía reír”.
Jerry Lewis es mi cómico favorito, desde que lo vi una tarde en el demolido y recordado teatro Metro de Barranquilla, actuando en ‘El profesor chiflado’, película que también dirigió y se convertiría en filme de culto, epítome de su carrera.
“Como creador me inspiré en ambos lados de la comedia”, dijo Jerry. El claro y el oscuro. Señaló entonces que ‘El profesor chiflado’ había funcionado por la ambigüedad de su sencillez. “Lo único que me propuse fue escribir una gran comedia, basándome en ‘Dr. Jekill y Mr. Hyde’, el drama clásico de Robert Louis Stevenson”.
Actor en medio centenar de películas, varias escritas y dirigidas por él, Jerry dejó una huella indeleble en el cine, el teatro, la radio y la televisión de los Estados Unidos, haciendo reír al mundo entero, pero, antes de su consagración individual, conformó con Dean Martin la pareja más divertida del cine y la televisión norteamericanos.
En su universo, Dean fue el galán serio y formal, mientras que Jerry representó al chico vivo que se hace el tonto y tiene voz de pato estridente, un tono descubierto y cultivado por él desde sus 9 años.
En el personaje de Dean, que lo amaba y soportaba con la paciencia y la compasión de un hermano mayor, Jerry proyectó algo más que la extensión del afecto entrañable por su padre.
“Dean era el chico guapo. Y yo, el mico”, solía bromear Jerry, que, además de comediante, fue guionista, director, productor, innovador, actor, rey antinorma, ese tipo que subía al escenario a trastocarlo todo con su ambigüedad, incluyendo el género.
De esto hay kilómetros de evidencias en celuloide. Durante los rudos años de la posguerra, Dean y Jerry se atrevieron a demostrar que, entre risas y payasadas, también era posible el amor entre hombres. “A la gente le gustaba lo que hacíamos. Nos sabía muy unidos. Y esa fue la razón de nuestro éxito”.
Cada uno padre de varios hijos, Dean y Jerry vivieron diez años de felicidad y de comunión profunda con el público que los rodeaba de ciudad en ciudad y se anticipó con ellos al fenómeno masivo de grandes multitudes convocadas por figuras como Elvis Presley y los Beatles.
A mediados de los 50, cuando su relación empezaba a oxidarse, Dean y Jerry sintieron que era el momento de separarse. “Fue como un divorcio, y no me quejo –bromeaba Jerry–. Me dejó una linda casa en Bel Air”.
No se vieron ni hablaron en veinte años, hasta que una noche de 1976, Frank Sinatra, amigo común, se apareció con Dean en la popular teletón de Jerry. Los dos se abrazaron, Dean le dio un beso en la mejilla y Jerry acertó a preguntarle con la ambigüedad de siempre: ¿estás trabajando? Y todos rieron.
Años después, Jerry le revelaría a Larry King que tras la aparición de Dean en su teletón, los dos siguieron hablándose por teléfono, sobre todo a partir de la muerte de Dino, el hijo de Dean, a cuyo funeral asistió Jerry.
“Eso es asunto nuestro –dijo un Jerry nonagenario–, pero puedo asegurarte que no ha habido un solo día de mi vida, uno solo, en el que no haya pensado en Dean, mi pareja inolvidable”.
HERIBERTO FIORILLO
Heriberto Fiorillo
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