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Olas de calor

Una tibieza deliciosa para los turistas puede ser también síntoma de huracanes para los científicos.

Heriberto Fiorillo
Si el Caribe posee un atractivo por encima –y por debajo– de otros mares del mundo, es su placentera temperatura. Con playas de arena blanca y rítmicas palmeras, los turistas del mundo han preferido siempre la calidez de sus aguas cristalinas.
Solo que esa tibieza deliciosa puede identificarse también, desde parámetros científicos, como síntoma innegable de los terribles huracanes que, más allá de sus olas, se forman.
A más de 26 grados centígrados, el calor del mar evaporará agua que, al encontrarse con la temperatura fría del aire, se condensará en vientos, generando con ellos tormentas terribles.
Las nuestras nacen al otro lado del Atlántico, en la costa occidental de África, frente a Cabo Verde, cuando masas de aire seco y caliente del desierto del Sahara confluyen con otras de aire fresco y húmedo de las zonas selváticas del África central y austral, provocando fuertes vientos que, en su conjunto, forman la corriente oriental africana.
Al moverse de este a oeste, la corriente será elemento principal de los huracanes caribes. En la costa Pacífica del continente también se forman, pero lo hacen, en general, frente a los países de Centroamérica, donde se desvían al noroeste sin tocar tierra ni producir tanto daño.
Una tormenta se convierte en huracán de categoría 1 cuando alcanza vientos de 118 km por hora. Si consigue una velocidad de 250 km/h, se declarará de inmediato de categoría 5.
Los ecólogos quisieran responsabilizar al cambio climático de la bravura de los huracanes, pero esa tesis no ha sido aún comprobada.
Por lo general, las tormentas tropicales o huracanes, nacidos en el África, se fortalecen o extinguen en el mar Caribe o frente a la costa Este de los Estados Unidos. Solo a veces cruzan el Pacífico, por encima de México.
En su ruta por el Caribe, los huracanes afectan a las Antillas Mayores y Menores, incluyendo a Cuba. Recordemos cómo describió Alejo Carpentier un huracán en ‘¡Écue-Yamba-Ó!’: “Un vasto terror antiguo desciende sobre el océano con un bramido inmenso. Terror de Ulises, del holandés errante, de la carraca y del astrolabio, del corsario y de la bestia, presa en el entrepuente. Danza del agua y del aire en la oscuridad incendiada por los relámpagos”.
El recorrido de los huracanes formados en el océano Atlántico señala a Colombia, y el movimiento de vientos alisios los dirige al continente, pero, cuando no golpean a San Andrés, afectan apenas con sus ramalazos nuestra costa norte.
Sin duda tenemos suerte, y habrá que rendir tributo a la Sierra Nevada de Santa Marta por protegernos de los más furiosos huracanes del Caribe. Ella es una especie de muro, un escudo natural que baja la temperatura y repele tanto el agua como el viento, ingredientes de la fórmula tempestuosa.
Por su altura, la Sierra Nevada conserva una atmósfera fría que disminuye el calor y la velocidad de los vientos. Ese frío de la sierra se convierte en barrera y hace que con cada giro el huracán alcance velocidades hacia el lado contrario y se aleje.
Los huracanes y otras tormentas acostumbran a caer sobre el Caribe por ciclos, del primero de junio al 31 de noviembre. Científicos aseguran que en los próximos veinte años habrá huracanes más intensos que los del 2017.
Ahora más que nunca, los turistas del mundo preguntarán por la situación y salud de los huracanes antes de planear un viaje de romance o de familia al mar Caribe. Y cada bañista podrá pensar en tormenta cuando hunda sus pies con deleite en la primera ola, tal vez con la misma ansiedad con que se piensa en tragedia cuando se observa, digamos, ‘La corriente del Golfo’, una hermosa acuarela del gran Winslow Homer.
HERIBERTO FIORILLO
Heriberto Fiorillo
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