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Narciso Trump

El arquetipo atravesará las fronteras y habrá más mexicanos como Trump, más colombianos y más gente como Trump en todo el mundo.

Heriberto Fiorillo
Amaneció y vimos.
Donald Trump ganó la presidencia de los Estados Unidos a punta de insultos y mentiras, pero el día de su entrevista con Obama, en la Oficina Oval, fue otro Donald generoso al opinar sobre su antecesor, como amoroso lució al comentar la llamada de Hillary Clinton, que lo felicitó por su triunfo.
Se equivocan los observadores, sin embargo, porque Donald no fue entonces otro, sino el mismo ganador relajado, en su etapa posterior al desenlace favorable del martes electoral. Los que fueron otros fueron Obama y Hillary, que debieron tragarse el sapo de su derrota y recibirlo en su inobjetable condición de presidente electo, ellos con gesto decente y verbo adulador.
Aún no entiende el mundo por qué ganó Donald Trump la presidencia de los Estados Unidos y ya se asusta por lo que pueda hacer en el poder uno de los más grandes narcisos de la historia.
Los narcisos solo quieren ganar y le tienen pavor a la derrota. De fracasos, ninguno desea saber; luchadores competitivos, le temen al ridículo, al hecho de ser avergonzados en público.
Trump, por ejemplo, usa la burla pero no la resiste en su contra. Sabemos que demandó al cómico Bill Maher cuando este comentó por televisión que el color de su cabello era heredado de su padre, un orangután de pelo naranja.
Otro gran miedo de los narcisos como Donald Trump es que los olviden. Sus insultos y comentarios fuera de tono son su manera de decir aquí estoy, sigo vigente.
Con su estilo particular y sincero de ofender, el Trump candidato sacó lo peor del alma norteamericana, lo más oscuro de la humanidad, las sombras donde habitan el odio, el sadismo, el resentimiento, todo lo oculto, para ponerlo en evidencia.
El hombre desafió las leyes de la política y con su triunfo mandó al carajo todo lo ‘políticamente correcto’, incluidos los asesores de imagen y aquellos que pretendían decidir sus declaraciones.
Es que los políticos, según él, no son sino ineficaces mediadores y, para todos ellos, Trump tiene una frase que yo comparto de inmediato: “Elimine al intermediario, hágalo usted mismo”.
A diferencia de Hillary Clinton, Trump es impredecible y emociona a las audiencias por lo inesperado. Nadie sabe qué hará. Es el zorro del gallinero.
Educado en una casa de 5 hermanos, aprendió desde pequeño que el mundo era un lugar difícil, en el que se sobrevivía con dinero. Durante su vida se intoxicó con la diversión de dejar salir sus demonios y, al aspirar a la presidencia, descubrió con sorpresa que millones de personas rugían con él, aprobándolo.
Mi preocupación, empero, como dijo Pepe Mujica, no es Donald Trump, sino los miles o millones de Trumpcitos que surgen a imitación del billonario, émulos en el gobierno que empieza a armar, en la sociedad que lo sigue, en el mundo que valida sus salvajadas y las copia.
El capo se repite en sus generales; estos, en sus huestes; y ellas, en el pueblo. El arquetipo atravesará las fronteras, y pronto habrá más mexicanos como Trump y más gente como él en todo el mundo.
Un villano confeso como Donald Trump representa cierta autenticidad del ser humano: el chico malo que se convierte en elegido, el Lex Luthor que ha llegado al poder en la nueva tierra de Supermán.
Los tiempos cambian ‘in crescendo’. En la realidad de los Estados Unidos, durante la Gran Depresión, ladrones de banco como Bonnie & Clyde se convirtieron en héroes populares, pero nadie sugirió elegirlos presidentes del país.
Amaneció y vimos. La gente se repite, no lee advertencias. Quizás no hay tiempo ya para salvar a Estados Unidos, ni al mundo, de esta nueva e incierta aventura con Narciso.
HERIBERTO FIORILLO
Heriberto Fiorillo
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