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Razón, intuición y progreso

Las intuiciones de impacto social pueden tomar décadas o aun milenios para hacerse realidad.

Gustavo Estrada
Razón es la capacidad de pensar con lógica; intuición, la facultad de comprender sin necesidad de razonar. Todos entendemos qué es la ‘razón’, así no la usemos siempre. Y todos hemos tenido presentimientos que, sin respaldo lógico alguno, después resultan ciertos.
Las intuiciones personales se materializan pronto; si son falsas alarmas, pues a nada conducen y se olvidan. Las intuiciones de impacto social, por otra parte, pueden tomar décadas, siglos o aun milenios para reconocerse o hacerse realidad. Esta nota es un recuento somero de algunas ‘clarividencias’ científicas espectaculares.
Comencemos con internet, la red de redes. ¿Anticipó alguien –erudito, futurólogo o escritor de ciencia ficción– esta maravilla que cambió por completo la forma de comunicarse los humanos? No durante el siglo XX; sí en el siglo XIX. El pronóstico desprevenido y casi desconocido apareció en Scientific American, la revista de ciencia, un año después de completarse la primera línea telegráfica entre Estados Unidos y Europa.
En la prestigiosa revista alguien escribió en octubre de 1867 que, de la misma forma como ocurría con las tuberías del gas, entonces ya comunes en los países más avanzados, los cables telegráficos también podrían llegar a todos los hogares: “Una red de tales cables se extendería desde un punto central en cada ciudad hasta todas las residencias, llevando instantáneamente las noticias… y eliminando eventualmente los periódicos convencionales”.
La similitud entre la ‘predicción’ anterior con la red que cambió al mundo es asombrosa. La frase “nadie anticipó la tecnología de internet”, que aparece con frecuencia en libros y revistas, no será más repetida por quienes hemos conocido la nota de Scientific American.
El segundo ejemplo de la intuición, muy asociada en este caso con la razón, es la denominada ley o proyección de Moore, según la cual el número de transistores en un chip o circuito integrado de los equipos electrónicos digitales se duplicaría cada dos años. El doctor Gordon Moore, autor de la proyección, fue cofundador y directivo de Intel, el mayor fabricante de circuitos integrados del mundo. La ley de Moore fue publicada en la revista ‘Electronics’ en 1965.
Aunque la ‘densidad’ de transistores por chip crece ahora más lentamente que hace cincuenta años, la proyección de Moore continúa direccionalmente vigente. Gracias a la miniaturización, su celular tiene más ‘potencia’ que el computador que manejó los datos de la llegada a la Luna en 1969. Desde su lanzamiento, la célebre tendencia ha sido una guía confiable, muy utilizada en la planeación y definición de objetivos en la industria de los semiconductores.
El tercer ejemplo es de intuición y de… genética, dos milenios antes de que esta ciencia existiera. En su excelente libro ‘El gen: una historia personal’, el doctor Shiddhartha Mukherjee, médico y escritor, describe la extraordinaria intuición con la cual Aristóteles, el supergenio de la antigüedad, sugiere que las mujeres, al igual que los hombres, también contribuyen a la formación del feto con una cierta forma de esperma femenino.
Escribe el doctor Mukherjee que el sabio de la antigua Grecia, quien ejerció muchas profesiones más que la de filósofo, percibió que “la transmisión de la herencia era esencialmente transmisión de información” y que el cuerpo femenino “utiliza tal información para construir un organismo desde cero. Cuando el organismo madura genera semen masculino o femenino, transformando de nuevo el material en datos”. ¡Brillante!
“Siglos después”, agrega el doctor Mukherjee, “el biólogo Max Delbrück (1906-1981) bromearía diciendo que “Aristóteles podría haber recibido un Premio Nobel póstumo por el descubrimiento del ADN”. El chiste del biólogo tiene mucho de seriedad: los genes ‘modernos’ constituyen la unidad básica de la herencia y son fracciones de ADN que actúan como información, ‘mensajes’ decía el gran griego, para crear las proteínas, moléculas estas que son absolutamente esenciales para la vida.
El ilustre desconocido de la primera historia carece, por supuesto, del renombre que ha tenido en vida Gordon Moore por su proyección tecnológica o Aristóteles, eras después, por su prodigiosa anticipación de la genética.
El mensaje resaltable, sin embargo, no son los reconocimientos. La asociación de la intuición con estos tres admirables desarrollos de la civilización –Internet, circuitos integrados, genética-– es una invitación para que exploremos tan curiosa habilidad humana… Y observemos con cuidado nuestras corazonadas.
GUSTAVO ESTRADA
Autor de ‘Hacia el Buda desde Occidente’
Gustavo Estrada
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