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¿Un año en paz?

Las elecciones no se definirán entre una coalición por la paz y otra en contra del Acuerdo con Farc.

Guillermo Perry
Terminado el ‘fast track’ legislativo, es hora de hacer el balance del primer año del acuerdo con las Farc. ¿Qué tanto se ha cumplido? ¿Qué ha traído de bueno o de malo? ¿Qué tanta paz hemos tenido? ¿Qué les espera al acuerdo y a la paz en el próximo gobierno?
Se ha cumplido lo esencial: la mayoría de los comandantes y la tropa de las Farc se desmovilizaron y entregaron las armas, aunque no sabemos si todas. Y el Gobierno ha puesto todo su empeño en cumplir lo acordado en lo legislativo, aun empleando argucias aritméticas, aunque ha incumplido en lo demás, más por incapacidad de ejecución que por mala intención.
Pero hay aspectos importantes en los que pueden señalarse incumplimientos de fondo. Los más notorios por el lado de las Farc han sido su renuencia a revelar todos sus bienes y su escasa colaboración en la erradicación del narcotráfico.
Por el lado del Estado, el asunto es más complejo, pues el fallo de la Corte dejó el desarrollo legislativo en un extraño limbo: ¡el Congreso puede introducir cambios, pero todas las agencias del Estado deben guiarse por el acuerdo en los próximos años! Con ese ‘sí pero no’, el hundimiento de las curules especiales y los recortes introducidos a la Jurisdicción Especial para la Paz pueden verse como la acción soberana y responsable de nuestros legisladores o como un conejo mayúsculo. Quienes seguimos el debate pudimos observar que asomaba una que otra oreja y cola de conejo. Pero el gran conejazo a lo acordado fue la negativa de los partidos tradicionales a reformar nuestro sistema electoral, que hoy permite y estimula la corrupción. Este incumplimiento tuvo ribetes de suicidio, pues era la oportunidad para iniciar un proceso de fortalecimiento y recuperación de la confianza ciudadana en los partidos que nos vacunara contra riesgos populistas.
Como resultado del acuerdo se ha consolidado una reducción notable de los actos de violencia política en el territorio nacional. Sin embargo, ese logro no ha sido completo debido al vandalismo del Eln (y la tolerancia oficial con esa agrupación) y de los grupos disidentes de las Farc; como también al nuevo auge de los narcocultivos y a la incapacidad de nuestras fuerzas del orden para proteger a los líderes sociales y reducir la delincuencia común.
La verdad es que resulta difícil hablar de paz cuando los espíritus continúan alzados en armas. La excesiva polarización política a la que condujeron los egos y la intransigencia de Uribe y Santos y la violencia verbal de algunos ex- comandantes de las Farc no nos han dejado vivir en paz.
Hoy ya es evidente que a pesar de los excesos verbales, gane quien gane vivirá tanto con el acuerdo como con algunos incumplimientos. El candidato Iván Duque ya dijo que “ni trizas ni risas”: que si gana no echará para atrás el acuerdo, como aspiraba la línea dura del Centro Democrático, pero que tampoco tolerará desmanes de los excomandantes ni impunidad para quienes cometieron delitos de lesa humanidad. Vargas Lleras y Marta Lucía Ramírez ya habían dicho más o menos lo mismo. Si gana alguno de quienes siempre defendieron el acuerdo (como De la Calle o Fajardo), hará un mayor esfuerzo por cumplirlo a cabalidad, pero creo que también tendrá que convivir con algunos incumplimientos de lado y lado, y tampoco tolerará abusos.
O sea que, pese a quien le pese, el acuerdo llegó para quedarse, aunque de forma harto imperfecta. Por eso pienso que la próxima contienda electoral no se definirá entre una coalición por la paz, como la que propone Petro, y otra en contra del acuerdo, como la que deseaban otros. Y que ganará más bien quien le demuestre al país que puede desarmar los espíritus, erradicar la corrupción y hacer lo mucho que se requiere para volver realidad nuestros sueños de desarrollo, equidad y auténtica paz.
GUILLERMO PERRY
Guillermo Perry
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