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Payasos y trapecistas

La campaña electoral parece un circo viajero, y apenas comienza a enseriarse con las alianzas.

Guillermo Perry
Elegir presidente debería ser algo muy serio. Pero el inicio de la campaña electoral para el período 2018-2022 parece un circo viajero armando su carpa. Hay un número enorme de artistas de trapecio, equilibristas, payasos y domadores de leones en medio de la polvareda; cada cual practica su acto y pide la firma a los espectadores potenciales que comienzan a asomarse por curiosidad.
Hasta hay un mago listo a sacar del sombrero el conejo “que diga Uribe” y un ilusionista empeñado en hacer creer al público que ha sufrido un cambio radical y ahora es independiente, mientras los disciplinados miembros de su partido recogen millones de firmas para inscribirlo. Por su parte, tramoyistas, publicistas y financistas se empeñan a los gritos en levantar los postes y templar las cuerdas para que todo esté listo para el día del espectáculo.
¿A qué se deben esta explosión de precandidatos de todos los tamaños, sabores y colores y esta proliferación de campañas de recolección de firmas? ¿Cuántos candidatos quedarán el día que la carpa abra sus puertas al público elector? Más importante aún, ¿qué nos pasará cuando el circo levante amarras y nos enfrentemos de nuevo a cuatro años de dura realidad?
Tres factores han convertido nuestro actual proceso electoral en una especie de circo de pueblo. El primero es el debilitamiento y desprestigio de los partidos políticos tradicionales. Con la excepción del Centro Democrático, no logran imponer disciplina ni retener a quienes deberían ser sus candidatos. El Partido Liberal tiene un kínder muy indisciplinado y su candidato natural, Humberto de la Calle, ha estado a punto de dar un portazo y marcharse a levantar firmas. Andrés Pastrana y Marta Lucía Ramírez ya se lo dieron al Partido Conservador y se trastearon a los camerinos del mago. ‘La U’ no pudo convencer a Juan Carlos Pinzón de que fuera su candidato. Y Germán Vargas se sale a la luz del día por la puerta de su Cambio Radical, para volver a entrar por las ventanas a la sombra del anochecer. Los candidatos les huyen a sus partidos, o al menos a la foto con ellos.
El segundo es el desprestigio de Santos. En otras circunstancias, el guiño de un presidente más popular habría bastado para poner orden en los partidos de la resquebrajada Unidad Nacional. Sus precandidatos más opcionados le huyen al abrazo de oso de un presidente que venía marcando tan bajo en las encuestas.
El tercero son nuestras incoherentes normas electorales. Estas otorgan ventajas claras a los candidatos inscritos por firmas, por cuanto estos comienzan a hacer campaña con una inversión moderada mucho antes que los registrados por los partidos, quienes solo pueden arrancar a partir del primero de noviembre, según la ley (léase a Mónica Pachón y Manuela Muñoz, ‘Razón Pública’, septiembre de 2017). Además, tienen menos requisitos de rendición de cuentas con respecto a sus finanzas. Ser candidato de partido da acceso a su organización electoral y a fondos del Estado, pero hoy parecen pesar más las ventajas de arrancar primero y evitar el desprestigio que acarrea el partido. Lo ideal sería, por supuesto, combinar ambas cosas al tiempo, como está tratando de hacerlo Vargas Lleras.
Este desorden está dando paso a alianzas, ojalá de tipo programático, entre grupos de precandidatos y partidos sin candidato. La delantera la lleva el mago, que, además de tener un grupo de conejos disciplinados, ya tiene acuerdos con Pastrana, Marta Lucía, Ordóñez, las iglesias cristianas y otras agrupaciones de derecha. En el otro lado apenas se inician con el programa acordado esta semana por Sergio Fajardo, Claudia López y el senador Robledo. Sería de esperar que De la Calle y Clara López aterrizaran en esta alianza de centroizquierda, pero la mecánica para que ello suceda no parece hoy nada fácil.
GUILLERMO PERRY
Guillermo Perry
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