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Dos siglos del libro de David Ricardo

Su tesis principal es que el libre comercio entre las naciones es benéfico para todas.

El renombrado profesor de la Universidad de Columbia (NY) y economista indio Jagdish Bhagwati, cuyo país perdió a manos del colonialismo inglés, con medios poco convencionales, la primacía en la producción de textiles, cuando Inglaterra apenas estaba incursionando en esta clase de productos, dijo desde su pedestal que “Solamente los neandertales entre los economistas militan contra el libre comercio”.
Esa sabiduría lógica pero no histórica de que Bhagwati se precia de tener, así como los economistas ortodoxos, en cuanto al libre comercio, la atribuye al economista inglés David Ricardo (1772-1823) y a su libro ‘Principios de economía política’, publicado el 19 de abril de 1817, que acaba de cumplir 200 años.
La tesis principal de Ricardo es que el libre comercio entre las naciones es benéfico para todas. Incluso, aunque una nación tenga ventaja absoluta en producir todos los bienes (por ejemplo, telas y vino), le conviene no producir aquellos en los que tiene menos ventajas (vino), y debe especializarse en aquellos productos con mayores ventajas (telas) para intercambiarlos con la nación que, aunque tienen menores ventajas, se especializa en producir vinos para intercambiar por telas. Esta es la teoría de las ventajas comparativas relativas.
En palabras de Ricardo: “En un sistema de comercio perfectamente libre, cada país naturalmente dedica su capital y trabajo a los empleos que le son más beneficiosos. (…) Este principio es el que determina que el vino se produzca en Francia y Portugal, (…) y que la ferretería y otros artículos manufactureros, en Inglaterra".
En caso contrario, cuando las naciones no se comportan de acuerdo con sus ventajas comparativas relativas, estas naciones terminan por perjudicar sus propios intereses: “Si Portugal no tuviera relaciones comerciales con otros países, en lugar de emplear gran parte de su capital e industria en la producción de vinos, con los cuales adquiriere para su uso los tejidos y artículos manufacturados de otros países, se vería obligado a destinar una parte de su capital a la manufactura de esos artículos, que obtendría, probablemente, en calidad y en cantidad inferiores”.
¿La especialización productiva determinada por el libre comercio es conducente para el crecimiento y el desarrollo? ¿Hay ventajas productivas implícitas en determinados sectores y no en otros? No, dicen los economistas ortodoxos. El mercado decide. ¿Es posible el desarrollo económico sobre la base de la producción de materias primas agrícolas o minerales? ¿Qué dice la teoría? No hay problema. ¿Qué dice la evidencia histórica? Los países que se convirtieron en desarrollados se especializaron en la producción de manufacturas.
Precisamente, el mundo no es plano como pensaba Ricardo. Para la profesora inglesa y keynesiana Joan Robinson, en el libro ‘Aspectos del desarrollo y el subdesarrollo’ (1971), el ejemplo de Ricardo sobre Portugal e Inglaterra, especializándose respectivamente en vinos y telas, implicaba “que Portugal ganaría al especializarse en vinos e importar telas. En realidad, el hecho de imponer el libre comercio destruyó en Portugal una prometedora industria textil y lo dejó con un mercado de exportación de vino que crecía con lentitud, mientras que Inglaterra al exportar telas tuvo acumulación, mecanización y la entera espiral de crecimiento de la revolución industrial. El comercio libre en las otras naciones es obvio que constituye una ventaja para una nación exportadora. La doctrina de Ricardo fue muy conveniente para Inglaterra”.
¿Qué hicieron los países desarrollados de hoy para igualar a Inglaterra? “Pronto, Alemania, EE. UU. y Japón empezaron a desarrollar industrias (al principio detrás de barreras arancelarias) que demostraban que la ventaja comparativa estática es una mala guía en cuanto a las posibilidades de desarrollo industrial. (…) La doctrina (del libre comercio) conviene a los intereses de una nación que ocupe la posición competitiva más fuerte en los mercados mundiales”. Y, como consecuencia, “al imponerse el comercio libre, la industria algodonera de Lancashire (Inglaterra) pudo (…) arruinar la producción con telares manuales en lo que ahora es el Tercer Mundo (…)”, de India y China.
Igualmente, Lionel Robbins (1898-1984), esclarecido economista ortodoxo inglés, en su libro ‘La teoría de la política económica’ (1952) reconoce que el libre comercio representaba los intereses ingleses: “Todo lo que yo sostengo es que nos equivocamos si suponemos que los economistas clásicos ingleses habrían recomendado, porque era bueno para el mundo en general, una medida que pensaban podría ser perjudicial para su propia comunidad”.
De otro lado, Paul Krugman, ganador del premio en honor de Alfred Nobel de Economía del Banco de Suecia, ha compuesto el credo del economista, ‘Entiendo el principio de la ventaja comparativa’ y ‘Defiendo el libre comercio’ (1987), credo que las élites latinoamericanas todavía repiten como lo hacían en el siglo XIX, como la más grande revelación que el género humano ha recibido de los ingleses.
Sin embargo, lo que nunca explicó Ricardo fue cómo Inglaterra se convirtió en un país industrial, como condición previa, para después llegar a usar la guerra para imponer el libre comercio, como hizo en la guerra del Opio contra China.
GUILLERMO MAYA
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