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Adiós, doctor

Amo, patrón, mi señor, doctor y todos sus descendientes... ¡¡no más!!, y mucho menos en la gestión pública.

Como las encuestas por estos días no gozan de buena salud, imposible acudir a una para medir si la gestión del alcalde Maurice Armitage, en Cali, es positiva o deficitaria en cuanto a resultados. Lo que sí llama la atención, y de forma grata, es su decisión de prohibir el uso del “doctor” en esa administración.
Los símbolos, no nos llamemos a equívocos, no construyen casas, no quitan el hambre ni alivian la crisis de la salud. Pero hacen algo importante en el juego largo sin desquite: permiten pensar, imaginar, sembrar cambios. Y bien que le viene a esta sociedad nuestra llena de esperanza en construir convivencia, despojarse de a poco, o de una vez por todas, de esa reverencia impuesta desde siglos atrás a fuerza de látigo, Iglesia y abolengos.
El temor que hace hablar inaudible, agachar la cabeza, ofrecer excusas antes de pedir. Esa cortesía excesiva, doblegada, programada mecánicamente desde la escuela. La representación mansa de que el funcionario no es servidor público, ni sujeto a la necesidad del público; sino un señor del miedo a quien no se interrumpe, por nada en el mundo, en su sabiduría y profundo reposo. Doctor, por favor, ayúdenos; cuándo cree el doctor que podría volver; perdóneme que le sugiera; me permito solicitarle; con todo respeto, le expreso, mi doctor. Muy bien, gracias, aunque el dolor de muela enloquezca.
Amo, patrón, mi señor, doctor y todos sus descendientes... ¡¡no más!!, y mucho menos en la gestión pública. Hace rato descubrimos su secreto: el arma del burócrata resabiado no es más que el sello que utiliza para dar vistos buenos, el rótulo de ‘doctor’ en mayúsculas con el que inflama poderío y construye un pedestal desde donde se aprecia robusto, inalcanzable.
Juez, congresista, abogado, médico, profesor, señor o señora, en el mejor de los casos, a quien realmente lo merezca. Todos tienen nombre, el que pide y quien da. Es hora de bajarle a la mentirosa aristocracia de las mayúsculas, de suprimir algunas puertas y escalones.
Acertado, alcalde Armitage. Ojalá otros lo reproduzcan, y haciéndolo profundicen sin maquillaje en cambios inaplazables de mentalidad y acción exigidos a la administración frente al dueño de todo esto: el ciudadano, ese paisano realmente importante. Este país necesita más sociedad civil; menos golpes de pecho, en el pecho del vecino; más diálogo, pero de tú a tú, entre iguales.
Gonzalo Castellanos
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