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¿Gallo tapao?

No significa que el candidato ideal no exista. Hay varios que cumplirían con esa condición.

Es un momento particularmente interesante, por su complejidad, en la política colombiana. Hay un vacío de liderazgo entre las opciones de precandidatos para las elecciones del 2018. Todos los caballos están corcoveando y pateándose en el partidor. No se ha dado la largada y no se ve un verdadero favorito. Según las encuestas, todos los nombres –incluidos aquellos que están punteando moderadamente, como Vargas Lleras– no han despertado un fervor generalizado que indique para dónde van las cosas.
Ese desgano es el resultado de un estado de ánimo pesimista generalizado, gracias en gran medida a un uribismo que, a punta de mentiras y medias verdades, ha sembrado un sentido de desengaño que no corresponde a los hechos. El fin de una guerra de cincuenta años –que tantas tragedias y sufrimiento le causó a Colombia– es un hecho que debería despertar un fervor optimista en la inmensa mayoría de nuestros conciudadanos. Desafortunadamente no es así. Cortesía del veneno que destilan el odio y las vanidades de Álvaro Uribe y Andrés Pastrana.
Las encuestas –de todos lados– indican que los que suenan o pretenden sonar como candidatos a la presidencia, en la mayoría de los casos, no tienen un reconocimiento o intención de voto que supere el margen de error. La apatía que ha sembrado la oposición se les está devolviendo, y el país se la está cobrando. Cuando los pastores llevan al rebaño a creer que llegó la hora del juicio final, están creando un clima apocalíptico que, suponen, los favorece, pero en realidad lo que logran es el desconcierto social que estamos viviendo.
En ese entorno se está corriendo el riesgo –entonces– de que las opciones de la franja lunática emerjan como punteras cuando se llegue a tierra derecha, ante el vacío evidente de candidaturas que unan a un país en torno a un proyecto común que sea capaz de superar la polarización. El dilema principal será, sin duda, entre los amigos de la guerra y los que defienden la paz, pero el asunto parece estar evolucionando claramente hacia esa otra disyuntiva.
Cuando todos los candidatos disponibles se están posicionando –en mi opinión equivocadamente– binariamente entre la paz y la guerra, verdaderamente el país quiere decidir entre quién une y quién divide aún más a la nación. Las encuestas no muestran que exista un precandidato que esté posicionado en ese espacio, que es quien en el fondo importa a un país cada vez más cansado de la batalla sectaria que desató el uribismo.
El candidato que más opción va a tener será aquel que de manera creíble convoque a sus compatriotas a un proyecto donde la paz sea un requisito ineludible, pero como parte de un proyecto de construcción integral de un propósito de país. Me atrevería a decir que ese candidato hoy no existe entre los cacareados y anunciados precandidatos. Pero eso no quiere decir que el candidato ideal, para esos propósitos, no exista. Hay varios gallos tapados que cumplirían con esa condición. Sin duda, uno de ellos, que no figura en los radares de la coyuntura, es Luis Alberto Moreno, actual presidente del BID.
Es bueno señalar, más bien, que es un candidato con impacto transversal. Es alguien capaz de convocar a los santistas, a los uribistas y hasta a los escasos amigos de Pastrana. Es un candidato capaz de proponer con credibilidad –por su trayectoria– un proyecto de unidad nacional. Naturalmente, tendría que renunciar a la cómoda vida de la burocracia internacional. ¿Será capaz?
Dictum. Aniversario de Cien años de soledad. Pero la vida se parece más a El amor en los tiempos de cólera. Todos podemos tener cola de marrano, pocos tenemos el privilegio de un amor así.
GABRIEL SILVA LUJÁN
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