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La causa del 2017

La esperanza es un 2017 distinto. En el que lleguen por fin las mujeres y los hombres de los valores gratuitos de la paz y de la reconciliación, por encima de la política, del dinero y de las armas, que no conocen de gratuidad.

Francisco de Roux
Termina el 2016. El año en el que a la paz se la tragó la política. En el que la generosidad de la reconciliación fue devorada por los intereses que dominaron el plebiscito. El año en que los que debían haber llenado el campo de lo ético dejaron el vacío, que fue ocupado por la anticipación de la lucha electoral. En el que muchos de los responsables del discernimiento moral empujaron el temor de las posverdades irresponsables. En el que el pueblo perplejo prefirió abstenerse.
La esperanza es un 2017 distinto. En el que lleguen por fin las mujeres y los hombres de los valores gratuitos de la paz y de la reconciliación, por encima de la política, del dinero y de las armas, que no conocen de gratuidad. Que se pongan al lado de la gente para un acompañamiento espiritual, no religioso, bien que apoyado en nuestras tradiciones de fe de las mayorías.
Si este acompañamiento espiritual no llena el espacio de la ética pública desde los primeros meses, la situación será peor que la del año que termina. Porque la política y la justicia, en la autonomía que les es propia, no pueden descartar el discernimiento ético, cuando está en juego el sentido de una nación. Y este discernimiento no surge de la especialización de la política y de la justicia.
El acompañamiento espiritual esperado tiene que actuar en el espacio peligroso de lo ético, con una autoridad moral que solamente se da cuando los que la ejercen entregan la vida a todo riesgo. Como lo establece sin ambages el Evangelio: “Los envío como ovejas entre lobos rapaces”. En medio de descomunales intereses y violencias. “A ustedes los entregarán a los tribunales, los azotarán en templos y sinagogas”, e “incluso llegará la hora en que todo el que los mate piense que da culto a Dios”.
Este es el espacio que ha de ser llenado en el 2017 por personas movidas por una causa mayor que los partidos políticos, las cátedras universitarias, gerencias, puestos clericales u ONG. De lo contrario, en el vacío ético, la paz y la verdad y el dolor de las víctimas serán dominados por la campaña presidencial hasta los efectos violentos que ya este país conoce.
El desafío para la Iglesia católica y las demás confesiones y para mujeres y hombres que se sienten movidos moralmente en conciencia, y entre los que hay también quienes lo entienden así desde la política, es ejercer la responsabilidad de un acompañamiento espiritual unificado, audaz y convocante. Que se ponga por encima de las ambiciones de poder y de sus personajes, que dé una seguridad ética superior a la insatisfacción institucional del momento, que plantee que la reconciliación es difícil, pero vamos por ella. Que esté llevado por la compasión ante el sufrimiento, por la búsqueda de la verdad, por la determinación de no permitir la impunidad de ningún lado. Que sea presencia para la liberación de todos los secuestrados y la acogida de todos los niños llevados a la guerra. Que sea firme para cuidar de la vida de los exguerrilleros y de los líderes campesinos, indígenas y afrocolombianos. Que vaya con las comunidades en la paz territorial.
El papa Francisco fue claro desde el principio. “Este proceso de paz no puede volver a fracasar”, nos dijo. E invitó a Roma a los dos jefes de la política no para hacer allí un acuerdo, sino para situarlos en el horizonte gratuito del encuentro que establece el acompañamiento ético; y hacerles sentir que hay un horizonte más grande, el de la causa del ser humano, que es la pasión del Dios de Nuestro Señor Jesucristo y de todas las mujeres y los hombres que luchan por la dignidad.
Deseo a todos los lectores un año de paz personal y familiar, y los invito a esta causa grande.
* Esta columna volverá a aparecer en la tercera semana de enero.
Francisco de Roux
Francisco de Roux
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