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Las pesadillas de la clase media

La clase media asume cargas impositivas, y a cambio recibe muy poco.

Francisco Cajiao
En 2015 el presidente Santos anunció que, de acuerdo con un informe del BID, Colombia podía considerarse un país de clase media, pues más de la mitad de la población se ubicaba en este segmento de ingresos. El estudio llama la atención sobre el papel de la clase media en el desarrollo de largo plazo de una sociedad, por su propensión al ahorro e inversión, un mayor espíritu empresarial, su hábito de consumo motor de crecimiento económico y porque estas tendencias favorecen la estabilidad y la adopción de programas políticos más moderados e incluyentes.
Dos tercios de la población mundial han alcanzado ese nivel. En todos los lugares donde esto viene ocurriendo, esa clase cumple un rol central: ser el motor no solo de la economía, sino de la vida social.
Es importante precisar qué se considera clase media para no hacerse demasiadas ilusiones. En el informe se tomó como medida el ingreso, considerando que una familia de clase media gana entre 10 y 50 dólares diarios, es decir, entre 900.000 y 4’200.000 pesos mensuales. Las cifras no permiten un optimismo como el que mostró el Presidente en su momento y en eso coincide el propio BID, pues hay riesgos elevados de volver a caer en la pobreza, puesto que experimenta serias restricciones para acceder a las redes de protección social y laboral.

La educación pública solo cubre la mitad de la demanda, y el porcentaje de población que está en capacidad de pagar las matrículas se hace cada vez menos abundante.

Hay situaciones preocupantes, después de dos años de estancamiento económico, pues la proporción de trabajo informal de los estratos medios es más elevada que la proporción de ocupaciones formales, lo cual se traduce en la precariedad de los regímenes de protección social, la reducida cobertura del sistema pensional y la dificultad de acceder al crédito de la banca formal.
La educación es otra de las pesadillas de este grupo, pues sus mayores expectativas de progreso los impulsan a enviar a sus hijos a colegios privados que prometen mayores posibilidades de movilidad social. Pero un colegio de calidad media o una universidad de costos relativamente económicos pueden valer entre tres y seis millones de pesos el semestre. Esto significa que se requiere más de un mes de ingreso familiar para cubrir los costos educativos de un solo miembro del grupo.
En momentos de inestabilidad económica, la única posibilidad de acceder a la educación superior de estas clases es el crédito subsidiado por el Estado, pues la educación pública solo cubre la mitad de la demanda, y el porcentaje de población que está en capacidad de pagar las matrículas se hace cada vez menos abundante.
Bienvenidos los programas dirigidos a las clases más vulnerables, pero en el mediano y largo plazo es grave desplazar hacia la pobreza a quienes habían conseguido ubicarse en un pequeño escalón arriba. La clase media asume cargas impositivas, de contribución a la salud y de dinamización de la economía, y a cambio recibe muy poco. Esto no solamente atenta contra la economía, sino contra la estabilidad, pues la frustración que genera la imposibilidad de progresar es un dinamizador de descontento y malestar social.
En un artículo de la revista Semana se afirmaba que “un país de clase media no aceptará volver a la pobreza. Y en Colombia, donde la gente desconfía de las instituciones, se indigna con facilidad y sabe que salir a protestar es un derecho, el asunto podría convertirse en un búmeran para el Gobierno”. Parece que la advertencia fue profética.
Las propuestas de quienes aspiran a gobernar al país en el próximo período deben ser claras en relación con las oportunidades que se den a estos grupos de población dispuestos a aportar y a pagar con su esfuerzo y sus recursos para poder progresar, pero más impacientes cuando ven todas sus expectativas frustradas. ¿Qué sentirá hoy ese 52 % de jóvenes que desertan de la universidad, muchos por dificultades económicas?
FRANCISCO CAJIAO
fcajiao11@gmail.com
Francisco Cajiao
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