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El Presidente no se ayuda

Hace cuatro años Santos dijo que seríamos el país más educado de América Latina.

Soy parte de esa minoría de colombianos que se resisten a ver el apocalipsis cada día; reconozco los logros del Gobierno, le he apostado a vivir en paz tratando de sembrar optimismo en las nuevas generaciones, pues creo que ese es el papel de un educador. También he acudido sin reticencia a colaborar cuando me lo han solicitado, gracias a la generosidad de los funcionarios de este y de otros gobiernos.
Pero a veces siento que el doctor Santos no colabora. Hace cuatro años, cuando dijo que seríamos el país más educado de América Latina y que la educación sería uno de los tres pilares de su plan de desarrollo, junto con la equidad y la paz, pensé que por fin un presidente estaba entendiendo por dónde iba el mundo.
No obstante, la sabiduría popular enseña que del dicho al hecho hay mucho trecho, y suele ser más escabroso el camino si quienes deben guiar la política pública desconocen aquello de lo que deben ocuparse. En el caso del sector educativo, hay que decir que el Presidente no ha marcado diferencia con sus antecesores, que entregaron el ministerio a personas que nunca se prepararon en este campo. Eso no significa que sean malas personas o carezcan de voluntad para emprender programas ambiciosos, como en efecto ha sucedido. Pero desconocer las complejidades del sector y suponer que cualquier persona buena y trabajadora lo puede liderar es un problema grave de quien nombra.
Seguro que el Ministerio de Hacienda no se le ofrecería a cualquier ciudadano por el solo hecho de pertenecer a un determinado partido político, etnia, familia o región, sin poner en riesgo al país entero. Otras carteras, en cambio, parecen apropiadas para cualquier buena voluntad que haya por ahí dispuesta a recibir una alta dignidad y alguna oportunidad de aprender cosas nuevas.
La experiencia de las últimas tres décadas muestra que la curva de aprendizaje de un ministro de Educación suele ser larga y tortuosa. Quien no conoce aquello con lo que se enfrenta y no ha reflexionado largamente en los problemas cree que en cien días puede dar sus primeros resultados, cambiar los indicadores de calidad o transformar el sistema de educación superior. Muchas de estas iniciativas son positivas, pero sacarlas adelante exige capacidad de negociación y funcionarios con experiencia y profundidad en la concepción política e institucional del sector.
Por desgracia, desarrollos tan importantes como los que ha venido haciendo el Icfes a lo largo de su historia no suelen ser justamente valorados. Estos procesos, de alto nivel científico y técnico, sirven de base para examinar la efectividad de otros programas, saber cómo y qué están aprendiendo nuestros niños, asignar los cupos de Ser Pilo Paga, verificar si la acreditación universitaria contribuye a la movilidad social, indagar si el programa Todos a Aprender está incidiendo en los resultados de las pruebas internacionales o constatar si maestros de básica con maestrías y doctorados se desempeñan mejor en las aulas.
Pues bien, para cerrar con broche de oro su impopular periplo educativo, el señor Presidente decide cambiar a la directora del Icfes, una mujer preparada en las áreas que le corresponde liderar, por un señor que no tiene ni la menor idea de educación, alta matemática, estadística o medición de procesos cognitivos. Al menos eso es lo que dice la reseña de su trayectoria publicada por ‘La Silla Vacía’.
Una entidad de cuya credibilidad y transparencia dependen el mejoramiento del sistema educativo y la confianza internacional –incluida la Ocde– en los datos que se producen no puede dejarse al vaivén de las cuotas políticas. No entiende uno cómo el jefe del Gobierno se equivoca dos veces en la misma entidad. Recordemos que cuando renunció Margarita Peña pusieron a otro desconocido que en dos o tres meses casi acaba con lo que se había construido en décadas.
FRANCISCO CAJIAO
fcajiao11@gmail.com
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