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Todo tiempo pasado no fue mejor

Hoy, mayorías deben gobernar para quienes los eligen y también para quienes rechazan sus posturas.

Colombia no es la misma de hace 30 años. Hoy es un país mucho mejor. De eso no me cabe duda alguna. Muchas veces me sorprende el espíritu negativo de los ciudadanos del común, los columnistas y analistas de ocasión con respecto a nuestra sociedad.
Es cierto que perviven muchos problemas debido a la acción u omisión constante de los ciudadanos y de los gobiernos. Asimismo, es verdad que la insania de algunos ciudadanos produce repulsa y emite una imagen calamitosa de nuestra sociedad. Pero también es innegable que la sociedad colombiana ha avanzado en múltiples campos.
Quisiera hacer algunas reflexiones en las que el constitucionalismo ha ayudado a cambiar los paradigmas que existían en los años previos a la expedición de la Constitución Política (CP) de 1991.
En primer término, era natural que la sociedad considerara que los niños, las mujeres y las minorías en el país no tuvieran derechos. En aquel tiempo, una inmensa mayoría de colombianos integraron en su comportamiento habitual la idea de que las minorías debían someterse a la arbitrariedad de las mayorías. Con la nueva cultura constitucional, el argumento derivado de la idea de una democracia pluralista se invirtió. Hoy, las mayorías deben gobernar para quienes los eligen y también para quienes rechazan sus posturas. Una sublimación de la democracia formal iría en contravía de la participación activa de la sociedad.

Los derechos le han dado una nueva cara a Colombia. La exclusión y la división de la sociedad entre buenos y malos no permitirá construir una nación incluyente y plural

Un segundo punto para tener en cuenta es que en Colombia hasta 1996 existió una prolongación de la justicia de excepción ‒justicia sin rostro‒, es decir, era un país que había vivido o se había acostumbrado a vivir con la aplicación de normas de excepción. Basta recordar que la Constitución de 1991 fue expedida bajo el amparo de un estado de sitio y que el mismo día de la votación para la escogencia de los miembros de la Asamblea Nacional Constituyente se bombardeó a las Farc en Uribe (Meta), lo que impidió un acuerdo con este grupo armado. Esta excepcionalidad desapareció a través de la jurisprudencia de la Corte Constitucional. El único aspecto que podría discutirse en este tiempo son las facultades excepcionales otorgadas al Presidente para la implementación de la paz. Sobre esto, la Corte planteó su exequibilidad de forma excepcional con base en la búsqueda del derecho fundamental a la paz (art. 22, CP de 1991).
Un tercer aspecto tiene que ver con la naturalidad con que se aceptaba y aplicaba la justicia contra civiles por los tribunales castrenses. Esta exótica manera de violar los derechos humanos ha sido proscrita no solo por el derecho constitucional, sino por la jurisprudencia constante de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.
Un cuarto tópico se explica por la incorporación en la hermenéutica de institutos jurídicos, como el diálogo de jueces a través de los bloques de constitucionalidad y convencionalidad, que han permitido una construcción de los derechos fundamentales por medio de la jurisprudencia internacional de los derechos humanos. Es más que evidente que nuestros jueces les están dando sentido a los fallos con esas decisiones internacionales que dimensionan nuestros derechos.
Por último, sobra indicar la importante potestad otorgada a los ciudadanos de exigir sus derechos a través de acciones constitucionales ciudadanas, figuras inexistentes en el pasado, y que enseñaron que los derechos eran para todos y no para algunos.
Estos giros constitucionales han hecho avanzar la sociedad colombiana y concientizado a los ciudadanos de sus derechos, a pesar del intento de regresión de algunos sectores. Existen muchos desafíos, entre ellos, defender la laicidad contra el extremismo que ha pretendido a través de sus creencias desbaratar los avances de los derechos en Colombia. Del mismo modo, consolidar la paz como derecho fundamental, sin permitir que la excepcionalidad y el conflicto puedan consolidarse en el futuro en Colombia y evitar que las minorías y las mujeres puedan ser sorprendidas por una avalancha comunitarista.
Por lo pronto, debemos pensar en estos avances sin fincar nuestras esperanzas en el vacío. Los derechos le han dado una nueva cara a Colombia. La exclusión y la división de la sociedad entre buenos y malos no permitirá construir una nación incluyente y plural, ya que habrá olvidado lo que el expresidente de México Benito Juárez señaló: “El respeto al derecho ajeno es la paz”.
Adenda: la Feria del Libro es una fiesta de la cultura. Y tengo tres recomendados. El primero, el premio Goncourt francés Pierre Lemaitre, cualquiera de sus libros son imperdibles. El segundo, del sociólogo Alfredo Molano, ‘De río en río: vistazo a los territorios negros’, y el último, los dos tomos de ‘Los diarios de Emilio Renzi’, del recientemente fallecido Ricardo Piglia.
FRANCISCO BARBOSA
* Ph. D. en Derecho Público en la Universidad de Nantes (Francia) y profesor de la Universidad Externado de Colombia.
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