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Ser mujer y no temer por ello

¿Qué les pasa a estos hombres, algunos, que no pueden desear sin matar, que no pueden aceptar nuestra humanidad sexuada, que no logran asimilar que hoy existan mujeres autónomas, libres...?

Florence Thomas
Muchas mujeres me pidieron escribir sobre el atroz caso de Yuliana, la niña indígena y desplazada del Cauca, y del violador y torturador, el arquitecto Rafael Uribe Noguera... Y no quería escribir sobre esto porque creo que ya todo ha sido dicho; mal o bien, pero dicho. Lo único que tal vez vale la pena resaltar una vez más, porque también ha sido contado en varios medios que sacaron las cifras de Medicina Legal y de varios observatorios de violencias contra las mujeres, es que unas veinte niñas (de cuatro años o menos, hasta siete años como Yuliana), son violadas y a menudo torturadas cada día en Colombia. Y no hablo de mujeres, no hablo de adolescentes, hablo de niñas.
Y entonces, ¿qué podemos hacer? ¿Salir a la calle todos los días, bloquear vías y vociferar frente a la Fiscalía o los juzgados para que la gente entienda lo que significa la justicia de género, una justicia con enfoque de género? ¿Desnudarnos en plena calle para que nos escuchen y tomen medidas, como lo hacen las mujeres de Femen en otros países? ¿Dejar de amar a los hombres y de hacer el amor con el ejemplo de la valiente Lisístrata? Y a propósito, quizás nos deberíamos preguntar por qué seguimos amando a los hombres –no todas, es cierto, pero muchas todavía–, una pregunta interesante no obstante que, por supuesto, sabemos que todos los hombres no son violadores, torturadores e irremediables machos patriarcales, pero que sean los hombres los que violan, no me lo pueden negar. Un diagnostico nefasto para la paz.
Y creo que tenemos que preguntarnos también: ¿qué tiene ese cuerpo sexuado, femenino, bello y tan dulce a la caricia? ¿Qué es lo que genera en la mirada de algunos hombres? Un deseo que se vuelve asesino y en pocos minutos niega millones de años de civilización y de humanidad cuando los encuentros amorosos entre hombres y mujeres deberían solo buscar contar historias que nos hacen más felices, aun cuando sepamos lo difícil que es.
¿Qué les pasa a estos hombres, algunos, que no pueden desear sin matar, que no pueden aceptar nuestra humanidad sexuada, que no logran asimilar que hoy existan mujeres autónomas, libres, sabias, heterosexuales, lesbianas o trans? Explíquenos, porque a veces estamos perdidas y nos entra miedo de habernos construido como mujer en una cultura que nunca previó un lugar seguro para ese sexo-género que es el nuestro. Y de madres, nos entra pánico de tener hijas y sentir que tenemos la obligación de explicarles que ese mundo no fue pensado para ellas y entonces tienen un inmenso riesgo de haber nacido niñas, obligándolas a construir una armadura capaz de protegerlas de las miradas de los hombres en una cultura depredadora de sueños y de proyectos de vida.
Nos entra pánico de haber dado a luz varones y saber que tenemos la obligación de advertirles que ante un cuerpo de mujer, lo único que deberían sentir es un mar inagotable de ternura, de respeto y algo de miedo. Tal vez sea hora de volver a la poesía y buscar una explicación a ese misterio del encuentro, del deseo, de la carencia, de la palabra compartida y de los sueños que siguen habitando las mujeres a pesar de todo; y quizás entonces, gracias a mujeres como Isabel Agatón, esta gran jurista, poeta y escritora feminista, y hoy defensora de la familia de Yuliana, nos será posible seguir soñando con un lugar en el que todas, como ella lo escribió un día, podremos ser mujer y no temer por ello.
Florence Thomas
* Coordinadora del grupo Mujer y Sociedad
Florence Thomas
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