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Feliz coincidencia

El mejor regalo para la UN es que se haga justicia reparando la memoria del fundador.

El próximo 22 de septiembre, la Universidad Nacional cumplirá 150 años de haber sido fundada. Por el papel que a favor del desarrollo del país ha desempeñado durante todo ese tiempo, tal fecha se constituye en una efeméride que Colombia entera habrá de celebrar.
Calificada por la firma QS World University Rankings como la mejor institución colombiana de educación superior, y ubicada en el puesto 269 del listado mundial, debe aceptarse que la realidad avala esa certificación. La UN (o ‘la Nacho’, como la llaman cariñosamente sus estudiantes) posee méritos suficientes para ser la mejor de las mejores: su antigüedad y trayectoria, su amplia y acreditada oferta académica, su plantel docente, su producción investigativa, sus recursos físicos... De todo eso nos enorgullecemos quienes somos sus hijos de útero y quienes están ahora en etapa de gestación.
Coincide ese sesquicentenario con un hecho que, asimismo, puede calificarse de feliz. Me refiero a la paz reinante en el campus y en su vecindario como consecuencia de la paz suscrita entre el Gobierno y la guerrilla. Sí, en lo que va corrido del año, el transcurrir de la UN no se ha visto alterado por causa de las incursiones periódicas y ruidosas a que nos tenían acostumbrados grupos de encapuchados. Recordemos que desde la década de los 60, la UN fue escenario de brotes de violencia a cargo de agitadores profesionales y de jóvenes aprendices que, con fines políticos, la utilizaban como arma arrojadiza contra el llamado “establecimiento”, sin que hiciera mella en este, pero sí en aquella.
Quien recorra hoy el campus verá, con ojos de asombro, otro hecho insólito: los muros encalados de la Ciudad Blanca ya no son la muralla donde se registraban grafitis belígeros. Ahora, si se observan, son mensajes pacifistas que obligan a pensar que, al igual que el país, la UN atraviesa una época de buenos augurios. Los violentos han morigerado su comportamiento y con ello se le ha devuelto a la institución su verdadera esencia: libertad y respeto por el juego inteligente de las ideas.
Aprovechando ese nuevo ambiente, quiero –a riesgo de ser tildado de ‘cansón’– insistir ante las directivas de la Nacho y ante los exsimpatizantes de la revolución armada en que se haga una reparación histórica: devolverle a la plaza principal del campus su nombre primigenio y restituir la estatua pedestre que le daba dignidad y simbolizaba el agradecimiento de la posteridad a quien fuera llamado ‘Fundador de la educación pública en Colombia’. Me refiero, por supuesto, al general y jurisconsulto Francisco de Paula Santander, gracias a cuyo legado verdaderamente revolucionario podemos contar hoy con la mejor universidad del país.
Cada vez que cruzo la plaza y me percato de que pasa el tiempo y se mantiene viva la ignominia de haber suplantado su legítimo nombre por el de un aventurero argentino, a quien los colombianos no tenemos nada que agradecer, me lleno de ira y quisiera gritar a voz en cuello: “¡Justicia!, ¡justicia!”. Me acuerdo entonces de que la estatua se halla exiliada en el cuarto de San Alejo del viejo claustro de San Agustín, lejos del campus, a la espera de que se le retorne al sitio que alguna vez, en un acto de cordura y gratitud histórica, el Consejo Superior Universitario le asignara.
Para poder llegar a la paz que comienza a disfrutar el país, Gobierno y guerrilla suscribieron un pacto basado en los principios de verdad, justicia, reparación y no repetición. Pues bien, considero que uno de los mejores regalos que se le pueden dar a la Nacional, con ocasión de su siglo y medio de existencia, es darles validez a esos principios: que la paz interior se mantenga y en honor a la verdad se haga justicia reparando la memoria del fundador de la educación pública en Colombia.
FERNANDO SÁNCHEZ TORRES
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