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A propósito del Che Guevara

No se requiere ser muy suspicaz para relacionar esa paz en la UN con la paz nacional.

Durante algo más de cuarenta años, la imagen icónica del Che Guevara se mantuvo presente y desafiante en el frontispicio del auditorio León de Greiff que bordea la plaza principal del campus de la Universidad Nacional, sin que nadie intentara deponerla por temor a las represalias de los seguidores fanáticos de las tesis políticas que preconizó el médico y revolucionario argentino.
Ahora que manos desconocidas tuvieron la osadía de borrarla, temporalmente, ha vuelto a ventilarse la validez de la presencia del Che en el epicentro del campus. Siendo este un asunto que me ha ocasionado desazón desde sus orígenes, encuentro propicio el momento para comentarlo con ánimo de que se pueda entender mejor.
Respecto al significado que tuvo la imagen del Che Guevara en el ámbito y transcurrir de la UN, no es difícil de interpretar. En la década de los sesenta, cuando el boom de la Revolución cubana se regó como pólvora por el continente americano, Fidel y el Che se constituyeron en paradigmas de los jóvenes universitarios, en especial de los de las instituciones públicas, y, muy pronto, se dieron a la tarea de trasplantar la revolución utilizando el alma mater como escenario e instrumento para ello. En la Nacional, las paredes de la que se conociera como Ciudad Blanca se convirtieron en un inmenso pasquino donde se fijaban grafitos o libelos a favor de la revolución y en contra del Gobierno; la violencia a cargo de encapuchados fue una constante dentro y en el vecindario. Precisamente, uno de los actos de más significado y trascendencia para los neorrevolucionarios fue decapitar y echar al suelo la estatua del general Francisco de Paula Santander que se levantaba en la plaza principal del campus, y sustituirla por la efigie icónica del Che Guevara.
Sobra recordar que el general Santander, además de fundador de la República y de Hombre de las Leyes, ha sido considerado ‘Fundador de la educación pública en Colombia’. De ahí que, en un momento de cordura histórica, el Consejo Superior Universitario bautizara con su nombre la plaza principal y erigiera en ella su estatua, más aún teniendo en cuenta que la Universidad Central fundada por Santander en 1826 vino a ser la semilla que dio origen a la UN en 1867. Nada más torpe, entonces, que trocar su nombre y su efigie por los de un extranjero con quien los colombianos no tuvimos ni tenemos deuda alguna. La indolencia, seguramente por ignorancia histórica, que ha caracterizado a las mayorías silenciosas que a diario atraviesan la plaza Santander ha sido cómplice de que se mantenga viva esa ignominia contra la memoria del más egregio de los fundadores de nuestra nacionalidad, de un verdadero revolucionario, este sí.
Para la comunidad universitaria de la Nacional, como también para la bogotana, debe haber sido motivo de extrañeza advertir que en lo que va corrido del presente año el transcurrir del ‘alma mater’ no se haya visto alterado por causa de los bochinches a que estábamos acostumbrados. No se requiere ser muy suspicaz para relacionar esa paz en la UN con la paz nacional que se ha venido fraguando desde La Habana.
Hace unas semanas decía yo en la UN a un grupo de estudiantes de la cátedra de Historia de la Medicina que, aprovechando el espíritu pacifista que acompaña ahora a los colombianos, los simpatizantes de la revolución armada en nuestra ‘alma mater’ deberían hacer suya también una reparación a nombre de la paz, esta vez a la memoria de Santander, permitiendo que se restituyan en el sitio natural su nombre y su efigie, teniendo en cuenta los tan cacareados principios de verdad, justicia y reparación.
FERNANDO SÁNCHEZ TORRES
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