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Entre la indignación y la apatía

La historia ha demostrado la capacidad transformadora de la participación y el activismo.

En Colombia han existido razones de sobra para la indignación colectiva de la ciudadanía. La falta de oportunidades para muchos, junto con las trampas que entorpecen el progreso y la permanente noción de la existencia de corrupción en la política han generalizado un sentimiento de inconformidad profunda entre los ciudadanos colombianos.
En gran parte es el caso de los escándalos políticos, que antes parecían tener fondo y que hoy parecen indicar que todo puede caer más bajo. Y ante la revelación de la existencia de un nuevo cartel de corrupción, siempre más insólito que el anterior, la respuesta inmediata de la ciudadanía es caer en brazos de la indignación. A primera vista, la reacción es oportuna y sugiere que se han roto las cadenas con uno de los más temidos antepasados: la apatía.
Porque la base de la indignación no es otra que la preocupación y la noción de impotencia por parte de la ciudadanía ante decisiones que hacen parecer cada vez más incierto el futuro. Y ha sido a partir del sentimiento de millones de indignados en el mundo, empoderados por nuevas herramientas tecnológicas, que algunas de las más importantes transformaciones sociales se han logrado en materia de derechos civiles y de caídas de regímenes políticos, por solo mencionar dos casos.

Ha sido a partir del sentimiento de millones de indignados en el mundo, empoderados por nuevas herramientas tecnológicas, que algunas de las más importantes transformaciones sociales se han logrado.

El problema es cuando la indignación, un sentimiento capaz de unir a una sociedad y de dar inicio a procesos históricos determinantes se convierte en un permanente estado de desesperanza, con capacidades muy limitadas de construir y aportar. El ejemplo máximo es el ya conocido caso de los millones de colombianos indignados que deciden abstenerse de participar en la democracia, advirtiendo que todos los líderes políticos comparten la corrupción como común denominador. Entonces se da el paradójico paso de la indignación a la inactividad.
Precisamente lo que debe evitarse desde el inconformismo ciudadano, suficiente para dar inicio a manifestaciones capaces de lograr transformaciones políticas, es el lento establecimiento de la indignación como una cómoda ideología, útil para quienes buscan razones para quejarse pero incapaz de alcanzar resultados transformadores de la historia. Porque así como la indignación es capaz de empoderar a millones de personas para emprender luchas, también puede abrir el camino de la incredulidad ante cualquier hecho y la generalización de la desesperanza entre una ciudadanía cada vez más convencida del fracaso de sus instituciones. A la apatía también se llega por el camino del desentendimiento y el desencanto.
No hay otro paso a seguir para los indignados distinto a la acción, si su búsqueda es la construcción de una sociedad más democrática y menos injusta. Ya es conocido por todos que la queja permanente y la desconfianza generalizada, a pesar de hacer parte de los derechos de todos los colombianos, son insuficientes para plantear alternativas ante problemas de talla mayor como la corrupción y la desigualdad. En cambio la historia ha demostrado la capacidad transformadora de la participación y el activismo por parte de la ciudadanía, impulsada por la indignación y preocupada por su propio futuro.
FERNANDO POSADA ÁNGEL
* Politólogo de la Universidad de los Andes. Analista de temas políticos y de juventud.
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