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Respeto, 'sollicitude' y dignidad

El país debe abandonar la cultura del insulto, la injuria y la mentira. La paz pasa por el respeto y la dignidad hacia el otro.

Fabio Martínez
En mis años de estudiante había tres insultos que nadie, ni el Estado, ni la Iglesia, ni la escuela, cuestionaban. Esos tres insultos se resumían en las siguientes frases lapidarias: “¡Negro tenías que ser!”, “¡No sea indio!”, “¡No sea marica!”.
Cuando en una familia alguien ofendía al otro porque tenía la piel más oscura, esa frase que expresaba una fuerte carga de discriminación racista escondía algo más peligroso: el insultador suponía que él era ‘blanco’, de raza superior, y por esto se arrogaba el derecho de estigmatizar al otro.
Cuando en el barrio ultrajaban a alguien porque tenía el pelo lacio, los ojos rasgados y la piel cobriza, esa expresión que manifestaba una dosis de exclusión étnica escondía algo más profundo: la negación de nuestros orígenes.
Cuando en la escuela alguien injuriaba al otro porque tenía una voz suave y unos ademanes delicados, ese enunciado que expresaba una clara discriminación sexual escondía algo aún más peligroso: el rechazo a la diferencia de género.
¿Desde cuándo comenzaron a gestarse estas tres plagas en la educación de los colombianos? Estigmatizar al otro tiene su origen en la Constitución de 1886, que durante más de un siglo legitimó a una sociedad supuestamente blanca, a una familia tradicional y a un Estado católico.
Por fortuna, la Constitución de 1991 y las últimas decisiones de la Corte Constitucional enarbolaron la bandera del respeto a la diferencia. La Constitución del 86 representa al viejo país, patriarcal, racista y homofóbico, que el partido de Uribe quiere seguir perpetuando. La Constitución del 91 representa al país multiétnico y cultural que defiende el derecho a ser diferente.
La construcción de la paz pasa primero, en la familia y en la escuela, por una pedagogía de la tolerancia que respete el derecho a ser diferentes. Cuando en una sociedad no hay respeto por el otro, lo primero que se pierde es la dignidad.
En francés hay una bella palabra: 'sollicitude'. Según el diccionario Larousse, 'sollicitude' significa “cuidado atento, afectuoso y constante a otra persona o colectividad”. Creo que en español no existe un vocablo que dé cuenta de este contenido profundo.
El país debe abandonar la cultura del insulto, la injuria y la mentira, y comenzar a pensar en esa atención diligente que siempre debemos tener hacia nuestros congéneres. La paz pasa por el respeto y la dignidad hacia el otro.
¿Por qué, en este proceso de construcción de la paz, no pensamos en la atención diligente que debemos tener con el otro? ¿Por qué no detenernos en el principio de 'sollicitude', que no significa otra cosa que el otro, que es diferente a mí, debe tener el respeto y la dignidad que yo me merezco?
Fabio Martínez
Fabio Martínez
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