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¿Odio? ¡Por el amor de Dios!

¿Es creíble que un millón de personas firmaran la solicitud de revocatoria “por odio” a Bogotá?

A la atenta solicitud que les han formulado al señor Enrique Peñalosa, alcalde mayor de Bogotá Distrito Capital, y a sus admiradores, de adelantar un debate público sobre el Plan de Desarrollo para la capital de la República en el cuatrienio 2015-2018, el cual da origen a la iniciativa ciudadana por la revocatoria del mandato del alcalde Peñalosa, responden los defensores gallardos del burgomaestre que la revocatoria es el producto del odio a Bogotá.
¡Por el amor de Dios! ¿Parece creíble que un millón de personas firmaron la solicitud de abrir el proceso revocatorio del alcalde Peñalosa “por odio” a Bogotá? Aceptemos que esa es una cara de la moneda. La otra nos inclina a pensar que los ciudadanos propiciadores de la revocatoria están impulsados por un sentimiento más amable que el odio. Los mueve el amor a su ciudad. Con olivos y aceitunos acogemos el eslogan de la administración Peñalosa, ‘Bogotá mejor para todos’. Sin embargo, nos separa una distancia sideral de fondo en el modo como esa “mejoría” puede alcanzarse. En aclarar ante los urbanitas esas diferencias consiste el debate que se intenta.
El vocablo ‘odio’ no es la respuesta adecuada a la propuesta de una controversia pública sobre un asunto que es de interés general, como el plan de desarrollo de una ciudad, ni tampoco el indicado para señalar los sentimientos de quienes no están de acuerdo con el desempeño del alcalde. El diccionario de la Real Academia define el odio como “antipatía y aversión hacia algo o hacia alguien cuyo mal se desea”. Atribuirles a los promotores de la iniciativa revocatoria, y al millón de personas que la han avalado con su firma, el deseo de causarle mal a Bogotá por antipatía y aversión no deja de ser un exabrupto de los más ásperos. Para esos ataques biliares no sobra recomendar una dosis adecuada de sindéresis. Ayuda bastante a calmar los nervios.

Bogotá merece, y necesita, un gran debate público sobre el Plan de Desarrollo Peñalosa II

La elusión a toda costa del debate público, incluso apelando a locuciones desobligantes, caracteriza el totalitarismo de gobernantes elegidos democráticamente, y convencidos de que los han escogido para gobernar por la imposición y no por el consenso. No escuchan a nadie, no quieren que sus disposiciones sean discutidas ni mucho menos criticadas, ni aceptan debates. Ellos son omniscientes (en la primera acepción del DLE), no se equivocan. Lo que ellos dicen ha de hacerse, y punto. Y si algún chinche incómodo se atreve a discrepar de la sabiduría suprema del mandatario, lo sindican de obrar “por odio”. De este modo, la discusión democrática se transforma en un monólogo totalitario, como el que oímos durante los ocho años uribistas.
Bogotá merece, y necesita, un gran debate público sobre el Plan de Desarrollo Peñalosa II. Un debate amplio, sin esguinces, que clarifique si los proyectos claves del plan (troncales de TransMilenio, metro elevado, reserva Van der Hammen, degradación de la avenida carrera séptima en troncal tipo (ex) avenida Caracas) justifican una gigainversión de noventa billones (más intereses) que no se van a pagar del bolsillo del alcalde Peñalosa ni serán donados graciosamente de los sueldos de los magistrados venerables del Consejo Nacional Electoral. Como siempre, serán extraídos del bolsillo atribulado de los contribuyentes. ¿Tienen o no tienen derecho los ciudadanos tributarios de exigir explicaciones claras, detalladas y convincentes acerca de en qué y cómo se va a emplear su dinero?
Pero ese debate no se dará. El alcalde mayor y su equipo fantástico de colaboradores y voceros lo han eludido una y otra vez. Y les sobra razón en esquivarlo si el único argumento que tienen a su alcance para demostrar la bondad de sus proyectos es afirmar que quienes los cuestionan lo hacen movidos por el odio a Bogotá.
Sea esta la oportunidad para felicitar al señor alcalde Peñalosa por la inauguración del primer articulado ciento por ciento eléctrico que, en vía de ensayo, presta servicio por una de las rutas de TransMilenio. Es un grande avance que ojalá prospere y se multiplique, y en pocos años permita sustituir completamente con articulados eléctricos la actual flota de articulados diésel, que tanto han contribuido a viciar y contaminar el aire de la capital.
ENRIQUE SANTOS MOLANO
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