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Ni Peñalosa es Bogotá, ni Bogotá es Peñalosa

La revocatoria del Alcalde es la única alternativa que tienen los ciudadanos.

Es consenso mundial que el cambio climático amenaza, ni más ni menos, la existencia de la raza humana, dado el deterioro brutal que dicho cambio está generando en las condiciones de vida de la Tierra, que serán más y más adversas al desarrollo humano. Ya en las ciudades (y me refiero específicamente a Bogotá) los efectos nocivos del cambio climático sobre la salud de los habitantes son notorios, como que aumentan día por día las enfermedades respiratorias, cutáneas, oftálmicas, las gripas infecciosas, etc., debido a la contaminación incesante del aire y al enloquecimiento del clima.
Así lo anotó un editorial de este diario hace unas semanas al comentar un documento del Instituto de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales (Ideam): “El documento, de más de 300 páginas, es revelador: 15 de las 32 capitales están en alto riesgo ante los escenarios que se proyectan para el 2040. Aunque podría parecer un largo lapso, en realidad son apenas dos décadas para que Colombia desarrolle una economía adaptada al clima. Así que el tiempo está corriendo en contra nuestra y ante el lento proceder estatal”. (EL TIEMPO, 23 de junio del 2017, ‘Ciudades y cambio climático’).
Supongo que en cada uno de los distintos países estarán tomando las medidas pertinentes para conjurar o disminuir la amenaza. En Colombia, que es nuestro país, y en Bogotá, donde vivimos cerca de once millones de personas, el 60 por ciento de ellas oriundas de otras regiones, ni tampoco en otras capitales, no parece que los gobernantes y los ciudadanos hubieran tomado conciencia del peligro. Hasta ahora, la única medida adoptada para ‘salvar el planeta’ es ponerles un impuesto de veinte pesos a las bolsas plásticas que antes regalaban en los supermercados. Como lo anotó agudamente una amiga, “¿los veinte pesos las volvieron ecológicas?”. Lo lógico, si se quiere evitar que esos plásticos sigan contaminando el ambiente y contribuyendo al cambio climático, es que los prohíban de una buena vez.

Tenemos un alcalde con un plan de desarrollo diseñado para acrecentar al máximo la amenaza del cambio climático

El caso de Bogotá es grave de toda gravedad. Porque tenemos un alcalde con un plan de desarrollo diseñado para acrecentar al máximo la amenaza del cambio climático. Un alcalde que no hace sino mentirles a sus ciudadanos con vaguedades y promesas vacuas, “vamos a hacer de Bogotá la ciudad modelo de Latinoamérica”, “lo que importa no es si me quieren, sino la ciudad que dejaremos a nuestros hijos”, “no me estoy lamentando, soy infinitamente feliz con lo que estamos haciendo”. Esa palabrería no es más que ilusionismo de mago barato para distraer la atención de la monstruosidad que se oculta detrás del plan de desarrollo denominado ‘Bogotá mejor para todos’. ‘Todos’ es un vocablo muy cómodo. Puede apuntar a distintas totalidades. ¿Para qué ‘todos’ será mejor Bogotá con el plan de desarrollo? ¿Para ‘todos’ los operadores privados de TransMilenio? ¿Para ‘todos’ los contratistas que harán fiestas y francachelas con los noventa billones? Lo más seguro es que si el plan de desarrollo del alcalde Peñalosa llegara a ejecutarse, Bogotá no será mejor para nadie.
Agrega este diario en el editorial citado al comienzo: “El talón de Aquiles de nuestras ciudades, especialmente de grandes capitales como Bogotá, Medellín y Cali, son dos elementos básicos para la vida misma: el agua y la seguridad alimentaria”. Observación fundamental. Sin agua no hay alimentos y sin alimentos la vida en las ciudades resultaría insostenible, diría el gran Perogrullo, aunque a algunos esa verdad no les parezca tan evidente.
Hace años, el antiguo director de la Sociedad Geográfica de Colombia, el sabio Alberto Mendoza Morales, expuso su idea, elaborada tras largos años de estudios y meditaciones, de convertir las ciudades en ‘agrópolis’, es decir, ciudades con capacidad de autoabastecerse alimentariamente. Por supuesto, nadie en las altas esferas del Gobierno ni de la empresa privada le puso bolas a ‘esa locura’, como llegaron a calificarla. Pero ‘esa locura’ de las ‘agrópolis’ es precisamente la respuesta a las inquietudes que plantean el documento del Ideam y el editorial de EL TIEMPO.

Para adelantar una lucha eficaz contra el cambio climático, se requiere cambiar en su totalidad, en los próximos 20 años, el actual sistema energético fósil por uno de energías limpias

Para hacer de Bogotá, por ejemplo, una ‘agrópolis’ que les garantice el suministro de alimentos a los habitantes de hoy y de mañana, es necesario disponer de amplios terrenos diseminados estratégicamente dentro de la urbe, dedicados a la agricultura, y de reservas ecológicas que garanticen el suministro permanente de agua, como la reserva ecológica Van der Hammen.
Y para adelantar una lucha eficaz contra el cambio climático, se requiere cambiar en su totalidad, en los próximos veinte años, el actual sistema energético fósil y contaminante por uno de energías limpias. De otro modo, nuestros hijos sucumbirán con la herencia que piensa dejarles el alcalde Peñalosa.
Esa herencia peñalosista consiste en acabar con la reserva ecológica Van der Hammen y llenar de cemento la Sabana de Bogotá. Atiborrar de articulados de TransMilenio (TM), movidos por diésel, las vías de la capital, para facilitar que los bogotanos puedan respirar a plenitud los vapores letales del diésel. Así les respondieron la firma de contratistas Ingetec y el lamentable IDU a los ciudadanos preocupados que expresaron dudas sobre el TM por la carrera 7.a. “Los funcionarios de las dos instituciones realizaron exposiciones llenas de generalidades, y, cuando llegaron las preguntas de los ciudadanos, concluimos que de los 90 o 100 asistentes que estuvimos y vivimos, según podemos colegir, entre la calle 60 y la 100 sobre la 7.a o sus alrededores, salimos con más dudas y preocupaciones que cuando llegamos”. (‘Zona Norte’, 30 de junio al 6 de julio, 2017. ‘TM por la 7.a nos tiene con dudas’). ¿Qué importan esas dudas y preocupaciones de los ciudadanos, si el alcalde Peñalosa está feliz? El alcalde Peñalosa cree que él es Bogotá y que Bogotá es Peñalosa; pero se equivoca.
Remata la autora de la nota en ‘Zona Norte’: “Nos preocupa que los buses vayan a usar combustible diésel, como nos dijeron, y sigan contaminando; la estrechez de la vía, porque las estaciones estarán en la mitad; los andenes angostos para este sistema tan pesado; los diseños y asuntos prediales, pues varias construcciones se tienen que demoler. Sin ánimo guerrerista, solo pido que piensen bien lo que le van a hacer a esta vía emblemática de la ciudad”. Con perdón de Marcela Arévalo Botero, pedirles al alcalde Peñalosa y a su equipo de luminarias que piensen bien algo, o siquiera que piensen, es pedir demasiado.
Y lo último, pero no lo menos importante. La denuncia hecha por el economista Aurelio Suárez Montoya respecto a los planes de la Alcaldía de endeudar, más allá del límite aconsejable, a la Empresa de Acueducto de Bogotá, lo que pondría en riesgo serio a esa entidad, clave en el suministro de agua potable. ¿Y por qué quiere el alcalde Peñalosa empeñar la Empresa de Acueducto? Según Suárez Montoya, la plata salida de ese endeudamiento se destinará a financiar las troncales de TM contempladas en el plan de desarrollo. Nuestros hijos heredarán de la administración Peñalosa una modalidad nueva para tomar sus alimentos: no los prepararán con agua, sino con diésel.
La revocatoria del alcalde es la única alternativa que tienen los ciudadanos, bien para detener el nefasto plan de desarrollo del señor alcalde Peñalosa, o bien para apoyarlo. Si los que lo apoyan son una mayoría, la consulta revocatoria al menos les dará la oportunidad de escoger el puñal con el que quieran hacerse el harakiri, y de paso hacérselo a Bogotá.
ENRIQUE SANTOS MOLANO
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