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El septimazo

El mejor argumento contra el septimazo o troncal de la 7.ª es el caracazo o troncal de la Caracas.

Póngase usted a pensar. Hace siete años, en el segundo de la célebre administración Moreno Rojas, se dio inicio a la pequeña megaobra denominada ‘deprimido de la calle 94’. Un cálculo pesimista proyectó que sería inaugurada al cierre de la gestión de Moreno, pero Moreno no concluyó ni su gestión, ni el deprimido de la 94. Petro recibió la obra en pañales, y en los cuatro años de su alcaldía la adelantó en un 80 por ciento. La administración actual había anunciado para julio del 2016 la inauguración del megadeprimido. En julio, el IDU declaró que posiblemente en marzo del 2017 el deprimido tampoco estaría terminado.
Siga usted pensando. El deprimido de la 94 no es la única obra de “largo aliento” inconclusa en Bogotá. Otros dos ejemplos los tenemos en las minimegaobras peatonalización de la carrera 7.ª histórica y parque Bicentenario. En cinco años, la 7.ª peatonalizada ha logrado adecuarse urbanísticamente en el tramo entre la plaza de Bolívar y avenida Jiménez (antiguas calles reales), nada más. Todavía falta el trayecto entre la avenida Jiménez y la calle 24 (avenida de la República), que podría demorar, si estamos de buenas, cinco o seis años más.
El parque Bicentenario, así bautizado en el 2010 para conmemorar los 200 años de seudoindependencia, corrió el riesgo de ser inaugurado en junio pasado. A última hora, los contratistas adujeron no sé qué inconvenientes, y pidieron una prórroga. Los bogotanos ignoramos si nuestra ciudad estrenará este año el parque Bicentenario o habrá que cambiarle el nombre por el de parque Tricentenario. Es curioso: en 1910, el parque de la Independencia, de construcción más compleja y amplia, fue realizado en menos de un año, sin sobrecostos ni sobresaltos. Los contratistas eran personas serias y honestas, que actuaban en función de la ciudad y no de llenarse los bolsillos.
Ahora pensemos todos. Si para esas obras que han debido hacerse en un término máximo de dos años se han gastado más de siete y aún no están concluidas, con sobrecostos que, caso del deprimido, triplican el estimativo original, ¿cuánto demorará la construcción de la troncal de la carrera 7.ª, que iría desde el Museo Nacional hasta la calle 170, y que es 200 veces más compleja y llena de dificultades que, por ejemplo, el deprimido de la 94? ¿Se trata de una “obra indispensable”, como quiere vendérnosla el alcalde Peñalosa?
El mejor argumento contra el septimazo o troncal de la 7.ª es el caracazo o troncal de la Caracas. A la avenida Caracas, una arteria que posee el doble de ancho de la carrera 7.ª, el TransMilenio le copó el 65 % de su capacidad. Era, dijo el alcalde Peñalosa en su momento, hace 16 años, la solución a la movilidad en Bogotá, el sistema de transporte masivo “que sustituía con ventaja al metro”, la maravilla del siglo XXI. Así lo creímos todos y celebramos esa gran iniciativa. Al año de tanta felicidad, el TransMilenio comenzó a mostrar sus falencias: sobrecupos asfixiantes en las horas pico, demoras en los itinerarios, reducción paulatina en la rapidez de transporte de los usuarios, daño constante de las calzadas, daño permanente en el tramo de la autopista Norte por el fluido relleno, y la movilidad sigue igual o peor que antes. Eso sí, espléndidas ganancias para los tres o cuatro operadores privados.
No estoy diciendo que el sistema TransMilenio no sea bueno. Es un sistema que funciona en vías adecuadas, por su anchura. Verbigracia, la troncal de la carrera 30 se mueve a la perfección y no ha presentado nunca el menor problema. Corre, además, sobre un terreno sólido, que no tiene la Caracas y mucho menos la 7.ª. Los buses articulados pesan demasiado para la fragilidad del suelo por donde se trazaron la 7.ª y la Caracas.
La troncal de la Caracas le ocasionó a Bogotá un daño urbanístico no visible que fue el de borrarla del imaginario ciudadano como un referente de identidad con la ciudad. La deshumanizó. La troncal por la 7.ª tendrá el mismo efecto.
¿Es necesaria la troncal de la 7.ª? No. La solución del problema de transporte por la 7.ª está en organizar, de una manera científica y concienzuda, la flota de buses duales, que, no obstante el desorden actual en que operan, han demostrado su excelencia. Son rápidos, fáciles de abordar, no necesitan estaciones morrocotudas, feas y costosísimas. Todo lo que se requiere es aumentar el número de buses duales (en lo posible, eléctricos), doblar la frecuencia de los recorridos, dar al usuario la mejor información permanente de por dónde se mueven las rutas, y establecer un severo control de respeto al carril exclusivo, con campañas educativas que siempre dan buenos resultados.
Expertos de verdad han cuestionado rigurosamente la construcción de la troncal de la 7.ª y advertido sobre los daños irreparables que esa obra innecesaria le causará a la capital. Un billón de pesos cree la administración Peñalosa que costará hacerla. Lindo optimismo. A la larga, esa suma resultará apenas en la cuota inicial.
No se entiende una decisión de tan abrumadora torpeza como la de suprimir del plan de troncales la avenida 68, ésta sí indispensable, y ‘empeñalosarse’ (disculpen el neologismo) en la troncal de la 7.ª, no solo innecesaria sino perjudicial.
Hablando en democracia, una obra como la troncal de la 7.ª debería ser objeto de un amplio debate ciudadano, analizada en sus múltiples aspectos, en sus ventajas y desventajas, conveniencias e inconveniencias, y finalmente sometida mediante plebiscito a la aprobación o rechazo de los habitantes. Al fin y al cabo es de nuestros bolsillos de donde saldrá el billete para pagar el despilfarro billonario que se quiere perpetrar.
* * * * *
Fernando Oramas. Ha pasado en silencio el fallecimiento de ese gran artista, uno de los pintores contemporáneos más originales y un caricaturista genial. Con él desaparece probablemente el último miembro de aquella generación de los veintes (llamada de ‘los intelectuales nuevos’), que produjo escritores, pensadores, artistas y empresarios de mucha influencia en la vida nacional y cuyos aportes se enderezaron a crear una Colombia humanística donde todas las expresiones nobles de la vida encontraran hospitalidad y aliento. La obra pictórica de Oramas es un buen ejemplo al respecto. Reciban su esposa, Betty, y sus hijos la expresión sincera de mi afecto y solidaridad en su dolor, que lo es de cuantos admiramos el trabajo talentoso y la personalidad afable de Fernando Oramas.
Enrique Santos Molano
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