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El problema son las fobias

Los colombianos ya tenemos un manual supremo de convivencia en la Constitución Nacional, la cual garantiza de manera perentoria y suficiente el respeto a la diversidad sexual, racial, política y religiosa.

Uno cree en la sinceridad de los demás, hasta que demuestran lo contrario. Y yo pensé que la actitud de la diputada santandereana Ángela Hernández, al calificar como “colonialismo homosexual” los manuales de convivencia, preparados por el Ministerio de Educación Nacional (MEN) para evitar la repetición de casos trágicos de matoneo, era la expresión de una inquietud personal suya, sin propósito diferente al de convocar a una discusión sana, sabia y edificante respecto al contenido de los manuales.
La información que he recibido en estos días, de fuentes idóneas; las marchas altisonantes y nada espontáneas en diferentes ciudades y la circulación de unas cartillas grotescas que pretendían pasar dolosamente como los manuales de convivencia del MEN indican que detrás de la diputada Hernández hay un movimiento aparentemente homofóbico, pero en realidad político de extrema derecha que busca connotar la presunta “colonización homosexual” como fruto del proceso de paz de La Habana, lo que establecería un motivo poderoso para votar ‘No’ en el plebiscito que habrá de aprobar o desaprobar los acuerdos de paz entre el Gobierno colombiano y la guerrilla de las Farc.
La intención que anima a la diputada Hernández, y a sus patrocinadores en la sombra (la extrema derecha que encabezan el senador Uribe y el predicador medieval Ordóñez, al que ya le comienzan a tumbar en el Consejo de Estado sus abusos de autoridad como procurador ilegalmente elegido), es la de llevar al subconsciente de buena parte de los colombianos la idea torpe (de fácil digestión para los ingenuos) de que votar ‘No’ en el plebiscito es votar contra la “colonización homosexual” que proyecta imponer en los colegios y escuelas el gobierno de Juan Manuel Santos.
Así lo hemos visto en la campaña que siguió a las declaraciones de la diputada Hernández (coadyuvadas de una manera lamentable, para no decir idiota, por el alcalde de Bucaramanga, que al izar la bandera LGBTI en la alcaldía, como demostración antihomofóbica, les suministró municiones a los homofóbicos para decir que ahí estaba la prueba de la “colonización homosexual”). En las redes sociales han corrido, como si fueran a ganar medalla de oro en los Olímpicos, insultos e injurias horrendos contra la Ministra de Educación y contra el Presidente de la República, acompañados de consignas de votar ‘No’ en el plebiscito para frenar el homosexualismo. Por supuesto, esos insultos y esas consignas retorcidas y malévolas son regados y manipulados por unos pocos, pero los escuchan millones.
Jorge Parra, director del Fondo de Población de las Naciones Unidas (Unfpa), aclaró, en diálogo con La W, que la cartilla, o manual de convivencia, no es para los niños sino para los rectores, con el fin de que adopten medidas, de acuerdo con el manual, para evitar la repetición de casos de matoneo como el que llevó al suicidio al estudiante Sergio Urrego.
Aquí debo decir que estoy en desacuerdo con el manual de convivencia de Unfpa y el MEN, por parecerme innecesario, y en su buena intención, equivocado. Innecesario, porque los colombianos tenemos un manual supremo de convivencia en la Constitución Nacional, expedida hace veinticinco años. En ella existen varios artículos que garantizan de manera perentoria y suficiente el respeto a la diversidad sexual, racial, política, religiosa, etc., y la aplicación de iguales derechos e iguales deberes para los ciudadanos colombianos. Entonces basta con enseñar en los colegios a cada alumno y alumna la Constitución Nacional, y explicarles en detalle cuáles son sus derechos y sus deberes, para crear, desde los primeros años escolares, una cultura de la convivencia, la camaradería, el respeto mutuo, y desterrar el matoneo y otras prácticas detestables que se dan, precisamente, por el desconocimiento que nuestros educandos (y la ciudadanía en general, incluidas las autoridades) tienen de la Constitución que nos rige.
Y equivocado, porque se enfoca en conjurar el matoneo homofóbico, desconociendo que, además de los LGBTI, en Colombia nadie (y sobre todo las mujeres y los niños) está a salvo del matoneo físico, verbal, policial, y otros no menos peligrosos.
Una joven e inteligente columnista escribe: “La homofobia mata”. De acuerdo. La homofobia mata, lo mismo que matan la heterofobia, la xenofobia, la etnofobia y todas las fobias políticas y sociales que bullen en el mundo, como las siete plagas de Egipto multiplicadas por mil. Es el odio maligno el que mata.
El odio maligno (pues hay odios benignos: el odio a la injusticia, el odio a la guerra, el odio la discriminación sexual, social o racial) es el arma favorita de la ultraderecha para instilar veneno en las conciencias y conducir a los seres humanos a las peores acciones, que únicamente favorecerán a los instigadores del odio. El santo padre Francisco ha protestado contra las campañas marrulleras que intentan hacer de los musulmanes objeto del odio común al vincularlos con los terroristas del denominado Estado Islámico (EI), y ha defendido al islam como una religión de índole esencialmente pacifista. Ha reconocido también que entre los católicos abundan los intolerantes que incitan a la violencia, y que no puede deducirse por ello que la religión católica sea una religión violenta. Cree el Papa que ambas religiones, la católica y la musulmana, pueden y deben trabajar unidas por el ideal supremo de la paz mundial, hoy amenazada por el terrorismo del EI. El mundo está en guerra, advierte el Papa, “pero no es una guerra religiosa, sino geopolítica y geoeconómica”. Confiemos en que la Iglesia colombiana seguirá el ejemplo de su máximo jerarca y se abstendrá de incitar a la discordia entre colombianos de diferentes tendencias sexuales.
Trasladando a nuestro país las palabras del papa Francisco, y en referencia a la gresca que la ultraderecha del Centro Democrático, y de su jefe el senador Uribe, quiere armar entre heterosexuales y homosexuales, como efectivamente se está viendo en la lluvia de insultos que cae por las redes sociales, donde los argumentos sopesados, analíticos, y el respeto hacia las ideas ajenas espantan por su ausencia, no resulta inoportuno pedir, a los unos y a los otros, que se den la mano y que se unan para combatir a enemigos comunes en lugar de caer en la trampa que les ha tendido el odio maligno para disfrazar de guerra sexual la verdadera guerra de intereses económicos y geopolíticos, y de ambiciones desmedidas de poder, que vivimos en Colombia desde hace setenta años, como reflejo de la Guerra Fría.
En Colombia, a la inversa de TransMilenio, cabemos todos, para vivir con comodidad, con amplitud, sin estrujarnos ni empujarnos, si aprendemos a convivir y si hacemos un esfuerzo olímpico por entender, y en consecuencia aceptar, nuestras diferencias naturales, y defender la igualdad de nuestros derechos sociales.
Tales diferencias naturales no serán entendidas, ni tales derechos sociales conquistados, mientras no alcancemos la paz, mientras no seamos capaces de votar movidos por la reflexión profunda, y no por el odio maligno. Unámonos en torno a la paz y hagamos que nuestra Constitución sea efectiva y que los derechos y garantías que proclama salten del papel a la realidad.
Enrique Santos Molano
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