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El problema del TM y el SITP

Si el problema que afecta a TM es estructural, significa que quedó mal hecho desde el principio.

Estamos en campaña electoral y se corre el riesgo de que al tratar el asunto del transporte público urbano en Bogotá algunos reclamen que no se le meta política a un problema que es ‘técnico’ o de ‘gerencia’. Por eso itero, de entrada, lo que dije en la columna anterior. Toda cuestión relacionada con el interés público es política, dado que la política es la ciencia de gobernar para el interés del público. Y pocas cosas tienen tanto interés para el público como el servicio de transporte que moviliza a diario en las cuatro direcciones a miles y miles de ciudadanos. 
Al abordar los problemas del transporte público urbano en Bogotá, si se desea atinar con alguna solución real, no puede hacerse sino desde el aspecto político. Se trata de organizar una política de Estado sobre transporte público urbano, y en el caso de Bogotá el problema no es de buena o mala gerencia, sino de acertada o desacertada concepción política.
La gerencia es un instrumento taxativo, concebido para la empresa privada. La tarea de un gerente es muy precisa: hacer que la empresa les produzca dinero a los socios. Si se reduce el problema del transporte público en Bogotá (hoy confinado al TransMilenio, TM) a la búsqueda de una buena gerencia, lo único que el gerente sabría y podría hacer es cómo garantizarles mayores ganancias a los socios de TM. En ningún caso tendrá posibilidades ni conocimientos para prestarles a los usuarios que utilizan ese servicio de transporte la calidad que se requiere, y que no ha tenido en ningún momento de sus diecisiete años de existencia. Precisamente porque desde su concepción se ha manejado con un criterio de gerencia y no de política pública de transporte urbano masivo. TM continuó con el criterio busetero de los antiguos dueños del servicio privado de transporte público.

Desde su concepción, TM se ha manejado con un criterio de gerencia y no de política pública de transporte urbano masivo. Continuó con el criterio busetero de los antiguos dueños del servicio privado.

En su editorial del pasado 26 de enero (Cirugía a fondo), EL TIEMPO analiza las fallas abundantes y serias que aquejan el servicio de TM, las que atribuye a la falta de una gerencia estable y eficaz. No comparto esa apreciación, que es desde luego muy respetable tanto como discutible, pero sí encuentro en el editorial una frase que define con claridad el verdadero problema de TM y del denominado Sistema Integrado de Transporte Público (SITP). Dice: “Los expertos en la materia reclaman salidas de fondo porque el problema es estructural”.
Si el problema que afecta a TM, y por lo mismo al SITP que lo cobija, es estructural, significa, simple y llanamente, que el TM está mal estructurado, o, en otras palabras, quedó mal hecho desde el principio.
Primera falla estructural: concebir el TM como un servicio de transporte único o unimodal. Así lo proclamó en su primera administración el alcalde Peñalosa cuando aseguró que (y nadie lo contradijo) el TM era suficiente para cubrir las necesidades de transporte público de Bogotá por el próximo milenio (entonces a punto de comenzar), pues hacía lo mismo que el metro, lo mismo que las busetas y las zorras, lo mismo que los trenes y los tranvías. Después del TM, pared y paisaje, según el alcalde Peñalosa. Diecisiete años después, hemos visto que el TM, como sistema unimodal, es un fiasco, un desastre palpitante y un error fenomenal. En ninguna capital del mundo (salvo en Bogotá) hay sistema de transporte unimodal. Todos son multimodales. Y tampoco existe ninguna capital (salvo Bogotá) donde el alcalde se invente un sistema de transporte con la sola meta de vender unos buses obsoletos con los que estaba encartada una empresa automotriz sueca.

La solución está en desistir de la idea terca y necia del alcalde actual de que TM es el único medio de transporte que le sirve a Bogotá.

Segunda falla estructural: lanzar a ciegas una troncal por una avenida que no tenía la capacidad de ancho suficiente para buses pesados como los que utiliza TM ni el potencial de carga (o pasajeros) de otras avenidas con ancho adecuado como la Boyacá y la 68, que ya en esa época movilizaban el doble o el triple de usuarios que la Caracas. Se arruinó una avenida que fue proyectada como un bulevar y que carecía, y carece, de las especificaciones de una troncal.
Con esas dos fallas estructurales (no menciono lo del fluido relleno, que es otro tipo de falla, costosísima, pero solucionable) no podían esperarse resultados diferentes a los que detalladamente deplora este diario en su editorial, aunque trate de suavizarle las responsabilidades al alcalde Peñalosa.
La solución está en desistir de la idea terca y necia del alcalde actual de que TM es el único medio de transporte que le sirve a Bogotá, y reconocer que es un medio útil para mover pasajeros solo en zonas determinadas como en la periferia (especialmente en la occidental) e inepto por completo en los sectores céntricos y orientales, como ya lo ha demostrado hasta la saciedad el desastre de la Caracas, donde necesariamente habrá que sustituir los articulados actuales por buses eléctricos o por tranvías y levantar de los separadores las estaciones esperpénticas.
De donde resulta fácil ver cómo el proyecto escalofriante de realizar una troncal por la carrera 7.a es otra idea aún más descabellada que la de la Caracas. Una idea que puede quebrarle a Bogotá su columna vertebral y paralizar la ciudad. Aún estamos a tiempo de evitar ese crimen, por el cual tendrán que asumir grave responsabilidad cuantos han apoyado tamaña locura, si llega a cometerse.
ENRIQUE SANTOS MOLANO
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