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El derecho a la oposición

La primera novedad política del próximo cuatrienio será el estreno de la oposición constitucional.

La visita del presidente electo a Madrid (España) no dejó buena impresión. En ningún momento actuó como jefe de Estado. Su comportamiento parecía el de un vasallo de su majestad el rey de España. La frase del presidente electo, con la que ‘El País’ de Madrid titula su información sobre la visita: “El presidente Uribe y yo claramente somos dos personas distintas”, no podía ser más deplorable. Tal vez el presidente Duque no ha tomado en cuenta el valor inapreciable que tienen la gramática, la filología y la sintaxis en el habla común, y con mayor razón en el lenguaje político y diplomático.
Al decir “El presidente Uribe y yo” claramente se desprende (aunque no sea cierto) que “el presidente” es Uribe y no Duque. Si hubiera dicho “el expresidente Uribe y yo”, habría bastado para confirmar el “claramente somos dos personas distintas”; pero el ansia incontenible del presidente electo de rendirle pleitesía permanente a su padrino político y jefe del partido de gobierno lo está llevando a cometer errores infantiles e inexcusables. Ojalá a partir del 7 de agosto, el presidente Duque asuma que es un jefe de Estado y actúe como tal.
La primera novedad política del próximo cuatrienio será el estreno de la oposición constitucional, otro de los logros del presidente Santos en su empeño por darles vida a varios artículos de la Constitución, que gobiernos y legislaturas anteriores quisieron sepultar calladamente. El estatuto de la oposición, que la establece como el derecho de la minoría a hacer oposición protegida por las garantías democráticas que el Estado debe brindar a los ciudadanos, así a los que apoyan como a los que critican al gobierno de turno, es decisivo en la recuperación democrática del país, amenazado por la intolerancia de la ultraderecha, la corrupción del narcotráfico, la compraventa de votos, el fraude electoral y la mediocridad de la mayoría de los legisladores.

Ojalá a partir del 7 de agosto, el presidente Duque asuma que es un jefe de Estado y actúe como tal.

Tiene mucha razón EL TIEMPO cuando dice en su editorial (‘Oposición con estatuto’, 12 de julio, 2018) “… se trata de fortalecer la democracia otorgándoles nuevas herramientas a los partidos que se declaren en la oposición”. Yo le veo, sin embargo, una falla medular, no al estatuto en sí, sino al sistema presidencialista. La oposición es un derecho exclusivo de las minorías; pero si en el curso de un período constitucional presidencial (como el nuestro), por cualquier circunstancia la oposición se convierte en mayoría, resulta un contrasentido que el gobierno siga funcionando con la minoría. No conozco aún el texto del estatuto y no sé si contempla que, al perder su mayoría, el presidente debe prescindir del partido de gobierno, que ahora es minoría, y llamar al partido de oposición, que ahora es mayoría. Es decir, se voltean las tortas. Así funciona el sistema de gobierno oposición: la oposición es atributo de la minoría, y el gobierno, de la mayoría. Si el estatuto de la oposición no contempla ese factor, está cojo de ambos pies y los efectos democráticos que busca aplicar no serán eficaces.
En cuanto a la oposición que se está conformando en el nuevo congreso que comenzará labores el 20 de julio próximo, no se conoce todavía su composición definitiva. Solo el Polo Democrático se ha declarado en la oposición. Los otros movimientos están buscando consolidar, junto con el Polo Democrático, un grupo parlamentario de oposición fuerte y unido. El problema parece estar en quién sería el líder de la oposición. El senador del Polo Jorge Robledo declaró, supongo que a título personal, no aceptar al senador Gustavo Petro como dicho líder. Yo no he podido discernir si el senador Robledo es un odiador empedernido de Gustavo Petro, o un quintacolumnista de la extrema derecha que cumple su papel de sabotear por dentro cualquier intento de unión de las fuerzas progresistas. El senador Robledo está, claro, en su derecho de no aceptar a Petro como líder de la oposición, y de proponer a otro; pero debe comprometerse a reconocer a cualquiera que salga elegido, Petro o el que sea, y a acatarlo como líder de la oposición. No dudo que Gustavo Petro abriga ese ánimo de unión y cordialidad entre los miembros de la oposición al gobierno de Iván Duque y del Centro Democrático.
ENRIQUE SANTOS MOLANO
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