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Caro y Cuervo, 75 años

Es motivo suficiente de gloria cultural haber tenido a dos figuras del calibre de estos filólogos.

Caro y Cuervo suenan como el nombre de un célebre instituto colombiano de altos estudios lingüísticos y filológicos, y de conservación del idioma, cuyos trabajos tienen estatus de autoridad y gozan de prestigio universal, ganado a lo largo de siete décadas y media de trajinar incesante por las venas del español.
Sí, pero no. Caro y Cuervo es en efecto el nombre de dicho instituto; mas Caro y Cuervo son los dos personajes que le dieron su nombre al instituto, o mejor, cuyos nombres inspiraron la creación, en 1942, el 24 de agosto, recién iniciado el segundo gobierno de Alfonso López Pumarejo, y gestionado en los meses finales del gobierno de Eduardo Santos, de un instituto cuya misión era terminar el monumental ‘Diccionario de construcción y régimen de la lengua castellana’, iniciado por Rufino José Cuervo en 1872, y del que alcanzó a escribir, él solito, los dos primeros volúmenes, que cubren las letras A-C.
Los filólogos de entonces, y cuantos en el mundo se ocupaban en cuestiones lingüísticas e idiomáticas, no se mostraron sorprendidos porque Cuervo no hubiera podido sacar adelante la totalidad de su proyecto ingente. Se mostraron asombrados e incrédulos de que una persona, sin ayuda de nadie, investigando por su cuenta, lograra escribir y publicar aquellos dos tomos iniciales del diccionario. Una hazaña que nadie había realizado antes y que nadie ha repetido después.
Para completar los seis volúmenes restantes del diccionario, de la D a la Z, se requirió un equipo permanente de cuarenta investigadores-filólogos, y se gastaron cincuenta años para entregarlo completo, en 1992. Esto puede dar una idea ligera de la hazaña efectuada por don Rufino José Cuervo, a quien la Academia Sueca nunca tomó en cuenta para otorgarle el Premio Nobel de Literatura. Afortunadamente. Esa omisión le ha permitido a nuestro sabio lingüista figurar en el grupo selecto de genios de la literatura despreciados por la Academia Sueca: Tolstoi, Chejov, Gorki, Joyce, Kafka, Proust, Darío, Borges, Sábato, Rulfo, De Greiff, Del Paso, Carpentier, entre otros.

La cultura seguirá siendo el único valor que no se deprecia. Cuando todo lo demás se haya venido abajo, la cultura estará ahí, firme, para rescatarnos

Por su parte, don Miguel Antonio Caro, compañero de Cuervo en negocios de librerías y en la redacción de una gramática latina, hasta hoy no superada en su metodología, además de político odiado por sus adversarios los radicales, es un ensayista impecable por el estilo de su prosa y la profundidad del análisis. Si como poeta original no me atrevería a recomendarlo, presumo que no existe en castellano ninguna versión de las obras del gran poeta latino que pueda compararse a la de Caro.
Para Colombia y para Bogotá sería motivo suficiente de gloria cultural
–quizá la única de que vale la pena ufanarse—haber producido, en un mismo siglo y en una misma generación, a dos figuras del calibre de Cuervo y de Caro, o de Caro y de Cuervo, para estar en consonancia con el nombre del Instituto, aunque la obra literaria de Cuervo es, a mi juicio, más importante y tiene más peso que la de Caro. Y digo que con esos dos nombres sería suficiente para vanagloriarnos ante el mundo, si en ese siglo colombiano no los hubieran acompañado una serie de autores, que no extrañaríamos encontrar en cualquiera de las metrópolis del siglo XIX.
Reunidos en una aldea como Bogotá y en un país primitivo como Colombia, son una rareza que nos invita a meditar en lo que fuimos intelectualmente, y a repensar nuestro pasado: Ezequiel Uricoechea, Rafael Pombo, José Asunción Silva, B. Sanín Cano, Manuel María Madiedo, Soledad Acosta, Josefa Acevedo, Candelario Obeso, Juan Francisco Ortiz, Jorge Isaacs, y bastantes más, no menos grandes porque los haya invisibilizado “la peste del olvido”, endémica en Colombia, según lo anota García Márquez.
Si bien hoy en día la cultura –en sus elementos claves– no parece un rubro por el que sientan mayor aprecio los gobiernos, ni los ministros de Finanzas, ni mucho menos los contadores, ella seguirá siendo el único valor que no se deprecia. Cuando todo lo demás se haya venido abajo, la cultura estará ahí, firme, para rescatarnos.
Por eso, festejar los 75 años de labores del Instituto Caro y Cuervo es celebrarnos a nosotros mismos, como país y como esperanza.
ENRIQUE SANTOS MOLANO
Sede de la Asociación Amigos del Instituto Caro y Cuervo.

Sede de la Asociación Amigos del Instituto Caro y Cuervo.

Foto:Archivo Particular

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