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Historia de gobiernos

El balance ofrecido por el Presidente impresiona favorablemente.

No existe en Colombia una tradición de escribir historias de gobiernos. Hay trabajos excepcionales, como el de David Bushnell sobre la primera administración Santander. Pero la historia de nuestros gobiernos está en pañales. Hasta cierto punto, su abandono tiene raíces intelectuales en una falsa creencia: que aquí ha dominado el mismo desgobierno desde la independencia.
¿Para qué, entonces, molestarse con estudiar las administraciones individuales? (Hemos tenido casi cincuenta; rara vez alguien recuerda la cifra). Ahora que nos aproximamos al final de otro ciclo presidencial, es oportuno motivar la curiosidad por la historia de los gobiernos.
Quienes nos han gobernado han solido tener sentido de la historia. O por lo menos de la historia de sus respectivos mandatos. “¿Qué tal el veredicto de la historia?”, le preguntó Virgilio Barco a Malcolm Deas pocas horas después de haber dejado el poder.
Al instalar el nuevo Congreso este 20 de julio, el presidente Santos inició su discurso con alusiones a la historia. Como tal vez era de esperarse, ofreció allí un balance de sus ocho años al frente del país. Es una especie de autorretrato, el testimonio anticipado de Santos que los historiadores del futuro deberán cotejar con los resultados de sus propias investigaciones.
El balance ofrecido por el Presidente impresiona favorablemente, en las más diversas áreas de la vida nacional. Hay muestras de orgullo por los logros en casi todos los campos: económico, social, político, cultural, deportivo. Muchos son medibles en cifras concretas. Otras reformas son más difíciles de valorar de inmediato, pero el estatuto de la oposición y la prohibición de la reelección presidencial fortalecen la gobernabilidad y la democracia.

Ahora que nos aproximamos al final de otro ciclo presidencial, es oportuno motivar la curiosidad por la historia de los gobiernos.

No todos los avances fueron obra exclusiva de esta administración. Ni tampoco del Ejecutivo. El Presidente reconoce la tarea “en equipo” con las ramas del poder y (habría que destacar) “con más de un millón de servidores públicos”. Santos reconoce además, en una y otra esfera, los serios problemas que aún quedan por resolver.
En una parte de su discurso, Santos dice algo que, en el ambiente de cinismo generalizado que desde hace décadas domina el país, pocos quizás acepten: “Cada gobierno hace lo que puede por llevar al país hacia un destino más favorable. Muchas metas se logran, algunas quedan a mitad de camino. Pero todos lo intentan. Así lo hicieron mis antecesores, y así también lo hice yo”.
A Santos se lo juzgará más que todo por las negociaciones de paz con las Farc, hoy un partido político con asiento en el Congreso. Los logros aquí son ya tangibles, a pesar de la animadversión que importantes sectores de la sociedad colombiana mantienen contra el Presidente por su discrepancia con los acuerdos. Son tangibles en el número de vidas humanas que se han salvado –la razón fundamental para la transacción–.
Es difícil medir la dimensión de lo logrado, con repercusiones en la economía, en la legitimación reforzada del Estado, en nuestras relaciones con el mundo exterior, en el medioambiente. Pero lo logrado es frágil. Duque haría bien en escuchar la advertencia de Santos, sobre la necesidad de cuidar las conquistas de la paz.
Motivar más historias de gobiernos no significa deificar o demonizar a los mandatarios. Por el contrario. Como ha observado Malcolm Deas, la indiferencia ante la historia de los gobiernos “estimula en muchas mentes (...) el fatalismo (...), una mayor confusión sobre los rumbos del país, la ausencia de cualquier noción de continuidad o de coherencia en el esfuerzo gubernamental y el maniqueísmo en los juicios (...), lo cual no ayuda a la convivencia nacional”.
EDUARDO POSADA CARBÓ
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