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El centro decide

Las elecciones presidenciales deben entenderse conjuntamente con las de marzo para el Congreso.

‘Una segunda vuelta de extremos y sin centro’: este fue uno de los titulares de prensa al día siguiente después de las elecciones (El Espectador, 27/5/18). Tras los resultados del domingo pasado, quizás sea posible comenzar a revisar este tipo de aseveraciones que ha dominado por tanto tiempo el análisis de la política colombiana.
¿De extremos? ¿Sin centro? Ninguno de los dos candidatos se ajusta en propiedad al primer descalificativo: ni Duque es de extrema derecha ni Petro es de extrema izquierda. No es necesario acudir a las figuras históricas que han simbolizado a los extremos, en uno y otro campo en todo el mundo, para así entenderlo.
Por supuesto que dentro del espectro político de la campaña ambos candidatos se encontraron respectivamente al final de polos opuestos. Mas esto fue en las últimas etapas. Si se examina con cuidado todo el proceso, puede observarse cierto decantamiento hacia el centro –un cuidadoso examen que exige, entre otras cosas, mirar más allá de las cargas de miedo que alimentaron recíprocamente las candidaturas triunfantes–.
Aceptemos, en gracia de discusión, que estamos frente a alternativas extremas. Si este fuere el caso, quien no se mueva al centro corre el riesgo grave de salir derrotado en la segunda vuelta. Dada su amplia ventaja, Duque tiene quizás menos incentivos para dar el primer paso. Pero tal ventaja se anula si los votantes de Fajardo y De la Calle (y quizás alguna proporción de los de Vargas Lleras) deciden adherir a Petro.

¿De extremos? ¿Sin centro? Ninguno de los dos candidatos se ajusta en propiedad al primer descalificativo: ni Duque es de extrema derecha, ni Petro es de extrema izquierda.

El senador por la Alianza Verde, Antonio Sanguino, adelantó las condiciones bajo las cuales su partido apoyaría a Petro, entre ellas: que este se comprometa a respetar la institucionalidad; no a una constituyente, no al cierre del Congreso; que respete también el derecho de propiedad; compromiso con la responsabilidad fiscal. Por su parte, Duque podría ofrecer gestos conciliatorios, por ejemplo, respecto de sus posturas frente al proceso de paz.
El que uno u otro cediese en algunos de sus puntos no significa claudicación ni mucho menos traición a sus electorados. Hay que entender bien el sentido de la doble vuelta, diseñada precisamente para buscar consensos mayoritarios que garanticen la gobernabilidad. Las coaliciones se vuelven casi imperativas cuando ninguno de los candidatos supera el 40 por ciento. No hay coalición posible sin concesiones de parte y parte.
Importa, además, advertir que el electorado de junio será en esencia distinto del de mayo. Son dos convocatorias fundamentalmente diferentes de un mismo proceso.
Según Semana, “el panorama de las coaliciones no es claro”. Y no lo es tanto por la incertidumbre frente a lo que hagan los partidos y candidatos perdedores, como por la incertidumbre del mismo electorado: en la primera vuelta habría “quedado patente que los ciudadanos votan de manera muy libre en las presidenciales”. Ninguno de los perdedores tendría la capacidad para “endosar” sus votos.
Pero este escenario no modifica el papel decisorio del centro cuyo protagonista mayor es el votante. La misma Semana señala que la “pregunta es cuál de los dos tiene mayor capacidad para moverse al centro y conquistar electores que este domingo no estuvieron en ninguno de los polos”.
De cualquier manera, las elecciones presidenciales deben entenderse conjuntamente con las de marzo para el Congreso. Representan mandatos distintos igualmente válidos. Las de junio no se hacen para reemplazar las de marzo. Y tomadas en su conjunto, el cuadro no es de polarización. Es un escenario plural, con un centro de peso que deberá ser tenido muy en cuenta. Ya para triunfar en la segunda vuelta. Ya para gobernar con sabiduría.
EDUARDO POSADA CARBÓ
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