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Los 90 años de Fidel

Fidel quiso liberar al pueblo de Cuba y acabó en un triste monarca tropical.

Eduardo Escobar
Resultó hasta raro que en el nonagésimo aniversario de Fidel Castro aún se escucharan los viejos elogios que hacen de él una de las figuras políticas más importantes del siglo XX y un líder paradigmático de un nuevo, futuro espíritu latinoamericano. Fidel es mucho menos que eso. A lo mejor el futuro le depara un lugar junto a los otros dictadorzuelos que infestaron el Caribe en la centuria pasada. Fantasiosos, crueles e increíbles. Volvieron a mencionarse incluso los seiscientos atentados fallidos en su contra que lo convierten en una especie de personaje de los cómics, ‘Las mil y una noches’ o ‘Cien años de soledad’. Y a sus enemigos, en unos ineptos incomparables.
La televisión alemana, Telesur, claro, y casi todos los periódicos que reseñaron el cumpleaños cayeron en la inconsistencia de los epítetos gastados y lo llamaron revolucionario. Cuando es otra cosa. Cuba bajo su mando cayó en el marasmo, en un proceso involutivo que de prolongarse quizás la devuelva a los tiempos de las victorias de caballos y las velas de sebo. La revolución que inventó Fidel parece más un neoconservadurismo que contempla el porvenir con espanto y espera lo peor del mundo del internet y la libertad. Él aún justifica su fracaso culpando al imperio. Sin atreverse a confesar que se debe a la esterilización espiritual que produce el materialismo dialéctico donde quiera que lo entronizan.
Los aportes de Fidel al proceso de la escurridiza identidad latinoamericana fueron negativos. Trajo una confusión inútil al desarrollo de un continente que poco a poco se encaminaba a la modernidad, cojeando, espantándose los zancudos del clericalismo feudal. Siguiendo su ejemplo, miríadas de jóvenes latinoamericanos se entregaron al juego perverso de la violencia, sin detenerse a pensar si Perú, Argentina o Colombia se parecían a la Cuba de Batista y si se justificaba una guerra contra el capitalismo donde apenas había capitalismo y contra las burguesías donde apenas las estábamos inventado. Hordas de vándalos amparados en el ejemplo de Castro contribuyeron con su afán tanático al retraso de la acumulación de la riqueza en Latinoamérica, de la riqueza que Marx consideró imprescindible para la creación de un proletariado consciente, capaz de asumir el poder y fundar un mundo sin clases. Desatando a sus horas una represión espantosa que avergonzó la América Latina con las dictaduras militares del Cono Sur y los paramilitares de todas partes.
Mi generación cayó bajo el hechizo de Fidel Castro en los 60. Muchos pensamos que era el profeta de un nuevo estado de cosas más feliz y humano. Por desgracia, el experimento castrista paró en una lánguida copia del purgatorio católico. Su socialismo acabó en una sombría decepción. Y miles de cubanos contra el lavado cerebral de la propaganda hoy mismo se esfuerzan por huir hacia el pecaminoso imperio, afrontando aún la muerte en el deseo de alcanzar la frontera de los Estados Unidos para rehacer su vida en un ambiente más racional que su patria. Ay, y nuestros guerrilleros en plan de desarme siguen pensado en el koljoz. Todas las reflexiones salidas de la entraña de Marx acabaron incubando en un discípulo de los jesuitas en Cuba un proyecto fatuo. Dejando a sus noventa años una cáfila de alumnos aún idiotizados por su figura patética, Nicolás Maduro en Venezuela, en la Nicaragua de Darío, Salomón de la Selva y Ernesto Cardenal, el irrisorio matrimonio Ortega-Murillo y en Bolivia el melancólico Evo.
Fidel, si acaso, es ejemplar de una frustración. Inspira es lástima ese anciano con un espejismo que se disuelve en su alma acezante, incapaz de reconocer que construyó su vida sobre un error filosófico, prohijando bandas de asesinos que convirtieron su isla en hospital y zona de refresco. Fidel quiso liberar al pueblo de Cuba y acabó en un triste monarca tropical. Tan lejos de Marx como estuvo lejos de Jesús monseñor Builes o como está lejos de San Pablo la pastora Piraquive.
EDUARDO ESCOBAR
Eduardo Escobar
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