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La personalidad y la historia

La fantasía triunfal del foco guerrillero se agotó. Pero queda el bobazo de Maduro. 

Los viejos marxistas se preguntaban si la historia avanza según unas leyes objetivas, o si obedece a la voluntad de algunos individuos excepcionales. Mucho fósforo se gastó en dirimir el problema entre los escolásticos de la secta bolchevique. La revolución, ¿hubiera sido posible sin el genio de Lenin? ¿O hubiera usado otra máscara para echar al zar y refundar Esparta?
A veces parece como si ciertos individuos estuvieran destinados a protagonizar los dramas de su tiempo. Fidel Castro fue una individualidad decisiva en la crónica del siglo XX. Algunos lo consideramos un héroe al principio, casi un semidiós, hasta cuando nos dimos cuenta de que era otro tirano tropical más, en una larga lista de sátrapas excesivos, y el vector de una peste que ha resultado costosa de curar y cuyo proceso degenerativo no termina aunque se agota poco a poco por fortuna. Castro inspiró a un montón de jóvenes malformados que desangraron el mundo, o ayudaron a hacerlo más difícil, entre quienes me conté. Y fue determinante en el surgimiento de las guerrillas urbanas y campesinas desde los Estados Unidos hasta la Patagonia, cuyos deplorables ejemplos fueron para nosotros los bárbaros atilas de ‘Tirofijo’ y adláteres.
La fantasía triunfal del foco guerrillero se agotó. Pero queda el bobazo de Maduro. Heredero del segundo redentor que fue Chávez para unos. Porque para otros, entre quienes me apunto, es a la política lo que Chespirito a Shakespeare. Maduro es un Jirafales reventando de gordo, que baila y chifla mientras lleva a su gente a la exasperación, ayudado por un combo de patanes con el mazo de Pedro Picapiedra. Y como hizo Castro con los cubanos, a falta de una vida le ofrece el honor de la resignación, las cachuchas fascistas, el heroísmo gris de la resistencia a un fantasma llamado el imperio, y las colas. Continuando la vetusta opereta latinoamericana.
Entristece la infeliz Venezuela. Pero ojalá su desgracia nos sirva a nosotros para curarnos en salud contra esos paradigmas herrumbrados cuya figura mítica fue Castro y que deberían estar en el olvido hace tiempo. El odio a los ricos, el patriotismo soberano, la condena de los empresarios, el capital y los gringos, y la idea barata de que la realización de la utopía marxista consiste en repartir entre los pobres fideos de arroz, construirles casas con prefabricados de China y educarlos en vano porque no hay que hacer. La carta que le escribió a Maduro William Ospina aconsejándole el retiro sorprende. Significa que Ospina no entiende su propio chavismo. Debería saber que el proyecto orientado por la experiencia cubana supone la permanencia en el poder. Un comandante nicaragüense dijo hace años que el plan de la izquierda era asumir el poder para mantenerlo. No volverán, dijo, como dice Maduro. Lo cual quiere decir que la sociedad ha de ser cerrada con cerrojos de fusiles. Aunque sea apelando al crimen, a la reducción de la disidencia al presidio, y a las trampas propias de los tratos entre gánsteres, amparadas en el miedo. Castro fue maestro del estalinismo equinoccial que Maduro duplica.
El futuro es imprevisible. Puede que Maduro reviente de gordo el lunes. Pero también que mis nietos lo vean marchitarse como nosotros vimos a Castro momificado en sus remordimientos inconfesables. Y esforzándose en la difusión de su fracaso peregrino. Como Maduro quiere la expansión del estrambótico marxismo cristiano-bolivariano que practica. Debería preocupar al vecindario. Y sobre todo a los colombianos empecinados en una paz pegada con babas, con una guerrillerada fiel al misticismo de la revolución permanente. Anoche vi por televisión al jefe de la horda elena junto a la imagen chavista de Bolívar. El afecto entre locos de la misma manía suele cifrarse en idénticas leyendas. Que Dios (y el legendario padre) nos ayuden a salvarnos del socialismo del siglo XXI.
EDUARDO ESCOBAR
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