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Teléfonos inteligentes, usuarios tontos

Nos liberamos de la esclavitud digital o lo pagamos caro al sacrificar la productividad individual.

Eduardo Behrentz
Según el Consejo Colombiano de Competitividad, se necesitan cinco colombianos para equiparar la producción de un norteamericano, ¡cinco! Según el premio nobel Paul Krugman, la capacidad de un país de mejorar su estándar de vida depende casi exclusivamente de su habilidad de incrementar la producción por trabajador. Estos conceptos alertan sobre la inmensa brecha que enfrentamos para convertirnos en una sociedad desarrollada.
Durante las últimas décadas, poco hemos avanzado en esta cuestión, y hoy nos la ponemos más difícil debido al uso incorrecto que hacemos de las tecnologías de la información y las comunicaciones. El frenético afán de mantenernos conectados y de reaccionar en tiempo real a toda interacción nos ha convertido en una de las naciones con mayor penetración de redes sociales del mundo, superando a países como Alemania y Japón. Esto no es una buena noticia.
Abundante documentación científica muestra cómo el denominado 'multitasking', peligrosamente apalancado por el correo electrónico y las redes digitales, reduce el cociente intelectual y tiene desastrosos impactos en la productividad laboral. Es común entre nosotros la pésima práctica de consultar los mensajes nuevos como la primera actividad cotidiana, sin darnos cuenta de que bombardear nuestras mentes con información que no guarda relación con las propias necesidades y prioridades es receta perfecta para la inefectividad y la distracción.
El falso sentido de efectividad al realizar varias tareas de forma simultánea o al responder de manera inmediata a cada requerimiento que nos llega solo trae la destrucción de nuestra facultad creativa. Para activar la parte derecha del cerebro, que alberga la imaginación y la posibilidad de tener nuevas ideas, necesitamos estar mentalmente relajados. Esto explica el lugar común de tener epifanías en la ducha o cuando nos cepillamos los dientes. Si siempre estamos ocupados, activos y tensos (el cerebro se estresa cuando sabe que hay tareas pendientes, como responder al chat que llegó hace 10 minutos), simplemente se nos apaga la región responsable de la capacidad de innovación. Y sabemos que lo que no se usa, se atrofia.
El libro 'Unsubscribe', de J. K. Glei, usa metafóricamente la pregunta acerca de qué opinaríamos del propietario de la casa vecina, si lo viéramos cada cinco minutos caminar con marcado interés a revisar su buzón de correspondencia. Esto para evidenciar la ridícula práctica que muchos tenemos de verificar con frenesí el correo electrónico o la demencial opción de permitir notificaciones que interrumpen nuestra concentración cada vez que alguien comenta alguna publicación digital.
El correo electrónico y las redes estimulan un fenómeno psicológico que nos condena a la adicción: tenemos un deseo permanente de recibir buenas noticias, aun cuando dos terceras partes de la correspondencia digital mundial es indeseada. Adicionalmente, como animales sociales, estamos en búsqueda incansable de identidad, reconocimiento positivo y validación por parte de nuestros pares. Un 'like' genera una respuesta cerebral similar a la asociada con drogas recreativas.
Toda adicción tiene su cura. Podemos empezar por recobrar la autonomía sobre nuestro propio tiempo al liberarnos de las notificaciones en computadores y teléfonos. No es tarde para descubrir que abrir dichas aplicaciones electrónicas en pocos y específicos momentos del día es también una posibilidad. No es broma: o nos liberamos de la esclavitud digital o lo pagamos caro al sacrificar la productividad individual, que es, a la larga, la productividad del país.
EDUARDO BEHRENTZ
Eduardo Behrentz
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