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Ciclistas

El cambio cultural también exige entender el derecho que los ciclistas tienen sobre las vías.

Eduardo Behrentz
El jueves pasado, en el contexto de una ciudad consternada por los accidentes en que perdieron la vida los biciusuarios Andrés Duque y Gerardo Romero, fui testigo de una acción que lastimosamente es frecuente en las vías bogotanas. En el ascenso a la avenida Circunvalar a la altura de la calle 92, un ciclista utilizaba una porción del carril derecho a baja velocidad dada la dificultad asociada con la fuerte pendiente que enfrentaba. Detrás de él, una ciudadana de unos 45 años en un carro de gama media se enfurecía por el ‘obstáculo’ en su camino y, haciendo rugir el motor, rebasó al pedalista a unos pocos centímetros de distancia mientras pitaba frenéticamente.
El incidente estuvo cerca de causar un accidente en el que nuestro héroe urbano hubiese sido, sin duda, la principal víctima. En un acto de justicia vial, a menos de 100 metros del suceso y en medio de la parálisis del tráfico típica de las horas de la mañana, el ciclista en cuestión alcanzó nuevamente a la apurada señora para luego adelantarla y perderse de su horizonte en cuestión de minutos, con la tranquilidad de quien es realmente libre. Fue claro para quienes circulábamos en carro que, a esa hora y en ese punto de la ciudad, la velocidad promedio de un ciclista es mayor que la observada para el tránsito de automotores particulares.
Esta historia, característica de nuestros centros urbanos, es testimonio de uno de los mayores desafíos que enfrenta el cambio de paradigma que representa la bicicleta como modo de transporte. Siendo claro que se requieren, entre otras condiciones, esfuerzos en cantidad y calidad de infraestructura, así como en seguridad, señalización y entrenamiento de los mismos ciclistas, el principal asunto por resolver para una verdadera promoción de este modo es el comportamiento de los demás actores de las vías.

Nos toca a los demás actores (operarios de buses, conductores de carga pesada, de vehículos privados y de motos) entender que el ciclista tiene igual potestad sobre el uso de las calles

Las creencias con las que crecimos sobre la movilidad atraviesan una transformación de fondo en el mundo. Este cambio cultural exige no solo entender las bondades de la bici, sino también el derecho que los ciclistas tienen sobre las avenidas de la ciudad.
En el caso colombiano, este derecho se consagra en la Ley 1811 del 2016, la cual dispone que una sola bicicleta tiene derecho a ocupar un carril, eliminando la obligación de transitar a la derecha junto al andén. Ahora nos toca a los demás actores (operarios de buses, conductores de carga pesada, de vehículos privados y de motos) entender que el ciclista tiene igual potestad sobre el uso de las calles y que, por su condición de mayor vulnerabilidad (su cuerpo está expuesto en caso de accidentes), todos los conductores de vehículos de motor somos corresponsables de salvaguardar su vida e integridad.
Lo anterior no es solo por razones de equidad en la utilización de los bienes públicos, sino también para ser exitosos en la implementación de políticas integrales que permitan una buena movilidad en las principales ciudades del país. En un contexto de crecimiento demográfico y económico en el que el número de viajes diarios seguirá en acelerado incremento en décadas por venir, las estrategias para lograr mayores eficiencias en las formas de movilizarnos deben incluir la promoción de medios no motorizados, en particular la bici. Esta es una clara tendencia en las metrópolis que muestran elevados niveles de calidad de vida en el ámbito mundial.
La bici es al mismo tiempo ágil, divertida, saludable, económica y sostenible, características que distan mucho de los determinantes de otras formas de movilización. Por esto, así estemos en Cundinamarca y no en Dinamarca, deberíamos proponernos alcanzar los niveles de uso de la capital escandinava, en donde actualmente dos terceras partes de los ciudadanos ya se mueven a diario en bicicleta. Se puede.
EDUARDO BEHRENTZ
Eduardo Behrentz
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