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En defensa de nuestra bondad

Colombia y los colombianos nos merecemos mejor suerte que la que hasta ahora hemos elegido tener.

Tras la esperanza y la ilusión con que tantos colombianos recibimos la noticia de la firma del acuerdo de paz con las Farc y el inicio de un proceso similar con el Eln, leer los periódicos y las revistas del país se ha convertido nuevamente en una experiencia desoladora. Cada escándalo de corrupción es más vergonzoso que el anterior –el último involucra a miembros de las Fuerzas Militares en irregularidades superiores a los 15.000 millones de pesos–, la violencia está aumentando, la justicia está desbordada y la paz vuelve a parecer inalcanzable.
Actualmente, el mundo adolece de un profundo déficit ético. Esa es una de las conclusiones a las que llegan el filósofo francés Jean-François Revel y su hijo, el monje budista Matthieu Ricard, en 'El monje y el filósofo'. En Colombia, el vacío puede llegar a ser tan punzante que mantener la fe en la bondad de los colombianos es difícil. La cultura del avispado que pasa por encima de los demás porque el del lado lo tiene sin cuidado forma parte de nuestra vida diaria, y la llena de hostilidad.
La explicación histórica y filosófica que presentan ambos pensadores para lo que por momentos se siente como un vacío de bondad, de tolerancia y de respeto, es reveladora y, sobre todo, pone en nuestras manos la solución del problema.
Especialmente por el difícil proceso de transición que está viviendo Colombia, y porque nos disponemos a elegir el líder que nos encaminará hacia el futuro, creo que vale la pena traerla a colación. Los consejos de Ricard y Revel pueden resultar útiles para enfrentarnos al desafío de construir un país en paz. Como inspiran a la acción, puede que sacudan a una sociedad de 49 millones de personas, hoy sonámbulas, que parecemos resignados a tolerar lo intolerable.

Hemos ido olvidando que como ciudadanos tenemos la responsabilidad de ayudar a mantener la armonía de la sociedad a la que pertenecemos, más aún quienes están sirviendo a su patria.

Desde el siglo XVIII, la ética ingresó al campo de la política, explica Revel. En las filosofías antiguas, el modelo ético era el sabio –un Sócrates que dedicó su vida a cultivar su alma y alimentar la curiosidad de su intelecto–, que enseñaba a hombres y mujeres a llevar una vida justa y buena. Con la Revolución francesa, la búsqueda de la perfección humana pasó a ser una tarea colectiva, y el ideal lo encarnaba una sociedad capaz de proporcionarle justicia, equidad y felicidad a cada uno de sus miembros.
Tras el fracaso de las utopías socialistas del XIX, la brújula ética que nos guía es lo que Revel llama un sistema moral de los derechos humanos o de las acciones humanitarias. Este último reduce las cuestiones morales a acciones humanitarias que, si bien ayudan, no resuelven ni confrontan la esencia de los problemas de inequidad, violencia e injusticia del mundo.
Bajo este sistema hemos ido olvidando que como ciudadanos tenemos la responsabilidad de ayudar a mantener la armonía de la sociedad a la que pertenecemos, más aún quienes están sirviendo a su patria. Ser implacable al exigir el respeto de nuestros derechos fundamentales es solo la mitad de nuestra tarea como ciudadanos.
Este olvido evidencia el gran mal que desde hace años afecta a los colombianos: el egoísmo. Un egoísmo tan vasto que impide ver la humanidad y el valor del de al lado. Ese egoísmo ha permitido que la sociedad se descarrile, y una vez descarrilada, la violencia y las injusticias cometidas no tienen límite.

La violencia y la injusticia se pueden dejar atrás si nos dedicamos a cultivar el alma y a realizar acciones buenas y justas

Estoy convencida de que los buenos y los justos somos la mayoría; sin embargo, parecemos resignados a vivir como sonámbulos, permitiendo que los ciclos de corrupción, violencia e injusticia se repitan una y otra vez. Los ciudadanos somos responsables de los líderes que elegimos para capitanear nuestro país. Llevamos años cometiendo el error de no exigirles que sean buenos y justos, que pongan los intereses del país por encima de los propios, y que sus acciones nos sirvan de ejemplo para desafiar nuestros límites y dar un paso más hacia la bondad y la tolerancia.
Ninguna sociedad está condenada a repetir eternamente los errores del pasado, y Colombia y los colombianos nos merecemos mejor suerte que la que hasta ahora –bien sea por acción o por omisión– hemos elegido tener. La violencia y la injusticia se pueden dejar atrás si nos dedicamos a cultivar el alma y a realizar acciones buenas y justas, cuya constante repetición convierte a una persona en justa y buena. La receta no es difícil y está dada desde hace milenios. Y si en el momento de votar escogemos entre los buenos y justos, la paz no tiene por qué seguir siendo inalcanzable.
Soy colombiana, tengo 31 años y estoy convencida de que va siendo hora de que por primera vez en mi vida viva en un país en paz, en cuya sociedad no haya espacio para la violencia, la injusticia y la corrupción, y en el que la bondad sea parte de nuestro día a día. Además, según el poema La bondad, de la norteamericana Naomi Shihab, ya están las condiciones para que esto último ocurra:
“Si quieres llegar al abismo de la bondad, deberás atravesar antes el abismo de la tristeza”.
CRISTINA ESGUERRA MIRANDA
* Filósofa. Periodista freelance de Deutsche Welle en Alemania
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