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El arte de la introspección

La X Bienal de Berlín plantea preguntas y pone a funcionar el arte como espejo de la sociedad.

Este verano, el mundo del arte alemán anda reflexionando sobre episodios de la historia de ese país que poco se mencionan y su impacto en la sociedad. Ahora que Colombia tiene la oportunidad de abrir un nuevo capítulo en la suya, vale la pena tomar nota del ejercicio introspectivo de otros para nutrir el propio.
En mayo, el director del Humboldt Forum –el distrito cultural de Berlín que abrirá sus puertas en 2019– ordenó la devolución de nueve objetos robados en el siglo XIX a una población indígena del suroccidente de Alaska. Un mes después, el Museo de Arte Contemporáneo de Berlín inauguró 'Hello World', una exposición que habla del impacto del eurocentrismo y pone a discutir entre sí a artistas del Viejo Continente con sus homólogos de la India, Tahití y América Latina. Y, desde finales de junio, el Museo Etnográfico de Hamburgo exhibe ‘Our Africa’, una exposición de fotografía que habla de lo que fue el proyecto colonialista alemán en África.
A esta conversación se sumó la propuesta curatorial de la X Bienal de Berlín (9/06/18–09/09/28), uno de los eventos de arte contemporáneo más importantes del mundo. Lo que la hace particularmente interesante es que la sudafricana Gabi Ngobo y su equipo –todos de ascendencia africana– no pretendieron cambiar el mundo con su bienal. La exhibición no es didáctica, no plantea soluciones a los problemas sociales y políticos de hoy, ni tampoco presenta el arte como redentor. La titularon ‘We don’t need another hero’ (No necesitamos otro héroe) y se alejaron de la figura del mesías.
El discurso curatorial está inspirado en la técnica ‘rope-a-dope’ que utilizaba Muhammad Ali, en la que el boxeador se reclina contra las cuerdas y esquiva los golpes del contrincante hasta desgastarlo. ‘I’m not what you think I’m not’ (No soy lo que no crees que soy) es el título de uno de los programas que conforman la bienal. “La doble negación es un juego de palabras que desafía las expectativas de la gente”, dice Thiago de Paula Souza, uno de los curadores. “Surgió como respuesta a la reacción de los medios cuando se anunció el equipo curatorial,” añade la curadora Yvette Mutumba. “La gente tiende a simplificar. Pero las cosas son complejas”.
En la bienal, obras como ‘Sans-Souci’ de la artista dominico-haitiana Firelei Báez hacen referencia a la complejidad de la realidad. La instalación es a simple vista una escultura de las ruinas de un olvidado palacio. Pero quien se interese por averiguar más descubrirá que se trata del Versalles de las Antillas, construido a comienzos del siglo XIX por el rey haitiano Henri Christophe. La lujosa residencia debía mostrar el poderío de la isla y de la raza negra. “Hoy, ‘Sans-Souci’ necesita ayuda internacional porque el terremoto lo dejó en muy mal estado. Pero, durante 400 años, de allí salió dinero para Haití y para el imperio [francés]. Ayudó a financiar la Ilustración, las guerras de independencia…”, dice Báez.
La bienal no arroja respuestas. Plantea preguntas y pone a funcionar el arte como espejo de la sociedad.
El cortometraje ‘Noch einmal’ (Otra vez), del artista alemán Mario Pfeifer, confronta al espectador con los prejuicios sociales. El corto reproduce un controversial incidente ocurrido en Alemania en 2016. Un refugiado iraquí estaba protestando en un supermercado porque la tarjeta de recargas de celular que había comprado no servía. Estaba molesto y tenía una botella en la mano. Al verlo, cuatro clientes alemanes decidieron sacarlo arrastrado del lugar, golpearlo y amarrarlo a un árbol. Según ellos, estaban protegiendo a los demás clientes del supermercado. En el juicio fueron absueltos de todos los cargos. El corto de Pfeifer propone distintos desenlaces y desvela los elementos irracionales de la lógica bajo la que actuaron los involucrados.
Obras como las de Báez y Pfeifer, y el discurso curatorial de Ngobo que esquiva prejuicios raciales, hacen pensar en la memoria histórica y política que arrastran las palabras y en el impacto que tienen en la sociedad. El lenguaje denigra, golpea, divide. Paradójicamente, esas reflexiones permiten entender un poco más por qué –como dijo la filósofa Hannah Arendt– “el mundo no ve nada sagrado en la abstracta desnudez del ser humano”. Pero al mismo tiempo hacen que esa realidad sea aún más incomprensible.
CRISTINA ESGUERRA
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