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De la corrupción a la colombianización

Los dos principios básicos de una buena colombianización machetera son: si está bien, algo anda mal. Y/o para qué hacerlo fácil si podemos hacerlo difícil.

Cristian Valencia
No es fácil conservar la sonrisa frente a la colombianización machetera de todo los ámbitos de la vida pública. Quiero llamar la atención sobre este fenómeno nacional que resulta siendo la triste verdad de todos los colombianos. Los dos principios básicos de una buena colombianización machetera son: si está bien, algo anda mal. Y/o para qué hacerlo fácil si podemos hacerlo difícil.
Eso principios tienen muchos eslóganes encubiertos, pero quiero citar uno que parece ser la frase de batalla de muchos políticos y constructores: “tengan la seguridad de que si lo podemos hacer mal y en más tiempo, lo haremos”. Esto, por supuesto, nunca se dice a destajo. Si lo hicieran, todos los colombianos estaríamos más tranquilos, al menos no sufriríamos de este trastorno bipolar: queremos creer que todo va bien, pero sospechamos de que todo está mal.
Cualquier obra que haya quedado perfecta no durará mucho así. Más temprano que tarde llegará un comité colombianizador con la misión de analizar el problema. Recuerden que si está bien, algo anda mal. Por lo general, son rapidísimos. Pero a veces hacen un estudio concienzudo y carísimo que determina las causas de semejante ultraje a las leyes de la colombianización –que a la larga y a la corta son el caldo de cultivo de la corrupción–; el estudio se demorará un buen rato y arrojará la conclusión obvia de colombianizar cuanto antes. Cuanto antes quiere decir un contrato carísimo, con dos adiciones presupuestales y cuatro alargues.
Ejemplos de colombianizaciones hay muchos. Solo quiero citar algunos que entorpecen la vida cotidiana. A las siguientes preguntas pueden responder como en un salmo responsorial con cualquiera de los dos principios básicos del comienzo:
¿Por qué están llenando de resaltos plásticos las avenidas y calles donde la movilidad era óptima? ¿Por qué le quitaron un carril a la calle 39 y ahora se hacen unos trancones bárbaros? ¿Por qué no hay trolebuses buses en Bogotá? ¿Por qué desaparecieron los trenes? ¿Por qué un centro comercial en Bogotá deshabilitó las escaleras eléctricas de bajada? En fin.
Nuestras carreteras de cuarta generación se están colombianizando: las dobles calzadas son fantásticas, bien pavimentadas. Perfectas. Con la colombianización, quedan con reductores de velocidad cada tantos kilómetros; cámaras de fotocomparendo y la orden de mantener una ciclotímica velocidad: en menos de un kilómetro puede haber hasta cinco límites distintos de velocidad permitida: 30, 80, 20, 60 y 50.
Los colombianizadores también decretaron que para que la policía de carreteras pueda hacer controles de rigor es necesario inhabilitar todo un carril: no les sirve la amplia berma.
La vía que comunica a Honda con Villeta está marcada casi toda con doble raya amarilla, cuando la raya amarilla desaparece, aparecen límites de velocidad de veinte kilómetros por hora. Es decir, el comité colombianizador determinó que en donde se puede adelantar una de las miles de tractomulas que circulan, solo se puede hacer a veinte kilómetros por hora.
Para finalizar, les dejo una perla colombianizadora: dice el Alcalde de Bogotá que piensa usar las vías del tren para meter buses de TransMilenio. Chapó: algo como eso no se escuchaba desde la época de Goyeneche, que quería pavimentar el río Magdalena y cubrir con una marquesina a Bogotá para evitar inundaciones.
Corolario desesperanzador: el mundo tiende a la colombianización.
Corolario de ciencia ficción: los corruptos pagarán hasta 50 años de cárcel sin rebaja alguna y se les expropiará todas sus pertenencias.
Cristian Valencia
cristianovalencia@gmail.com
Cristian Valencia
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