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Amigos y enemigos

El gran problema de esta guerra es que todos somos colombianos.

El gran problema de esta guerra es que todos somos colombianos. Y que los enemigos que se matan son vecinos unos de otros. Que compartimos paisaje y estamos atados casi que trágicamente por una relación umbilical eterna e inevitable. De allí la rabia.
Si estuviéramos peleando contra un enemigo común, estaríamos formando la nacionalidad, como dice Umberto Eco en 'Construyendo al enemigo', pero ya el mundo no está para ir construyendo nacionalidades a balazos. Suele ser un recurso para dictadores que cuando ven su popularidad en crisis se inventan una guerra con el vecino. Pasaron los tiempos de matar semejantes en nombre de la patria, los muertos en los campos de batalla son motivo de vergüenza para los vencedores.
Los supuestos enemigos en esta guerra son vecinos y a lo mejor amigos. Comparten tradiciones culturales, educación, comparten el sino de ser hijos de rachas de gobiernos corruptos; indolentes burócratas que se roban los dineros públicos de la salud, la educación, la infraestructura. Los supuestos enemigos que se matan en Urabá, en el litoral Pacífico, en Norte de Santander, son casi de las mismas familias.

Los supuestos enemigos que se matan en Urabá, en el litoral Pacífico, en Norte de Santander, son casi de las mismas familias.

Sicarios abocados a disparar contra su prójimo por unos cuantos pesos para suplir las necesidades insatisfechas de generaciones anteriores (necesidades de amor, de maestros, de colegios, de odontólogos, de ropa, de hospitales, de trabajos dignos, de universidades, de casas, de servicios públicos); muchachos que se fueron a la guerrilla atraídos por una sarta de promesas de cambios; o que se cambiaron a paramilitares porque a estas alturas ya no saben hacer más y tienen familias y no hay tiempo ni plata pa’ estudiar; líderes sociales que luchan desde trincheras comunitarias para que haya un trato justo: derecho a la tierra, inversión real en el agro, educación pública de calidad gratuita, una Universidad Nacional fortalecida.
Los muertos de esta guerra son ellos: los sicarios, los guerrilleros, los paramilitares y los líderes sociales. Esos son los muertos; y se dicen enemigos entre ellos y se odian con odios inventados. Hay que hablar con los sicarios y con todos los que tienen un arma y la apuntan contra sus hermanos, para que se reconozcan como iguales, compañeros del mismo trasegar injusto.
Mientras ellos se matan, los enemigos, los amigos que se quedan con los frutos de esa guerra, se divierten a sus anchas en un país que les pertenece. Habrá que hablar con ellos: porque solo ellos pueden hacer la paz. Hablo de muchos poderosos empresarios, de muchos políticos, de algunas familias que heredaron el país con cédulas reales de Fernando VII. Y de los mafiosos, porque ellos también tienen de dónde justificar su hijoputez: jamás se resignaron a estar excluidos del bienestar que les era negado por el solo hecho de haber nacido en el barrio equivocado, y hablo de los líderes guerrilleros que tienen poder en muchas zonas del país. Con todos hay que hablar. Y proponerles un objetivo que se llame Patria para todos, por ejemplo. ¿De qué se trata eso?
No es tan difícil: solo se trata de obligar al Estado a cumplir su misión de administrador de nuestros bienes. Para que los dineros públicos se conviertan de verdad en hospitales de calidad, en colegios y universidades, en tecnificación y capacitación de campesinos, en infraestructura adecuada: trenes, carreteras, canales fluviales; y comenzar a desarrollar nuestro potencial marino (dos mares es demasiado para tenerlos tan abandonados).
Ya no más, por favor. Que la guerra no vaya más. Es tiempo de la nobleza. Es tiempo de comenzar de verdad a construir una patria para todos. De ser grandes.
CRISTIAN VALENCIA
cristianovalencia@gmail.com
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