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El ocaso del acoso

La sociedad está en un punto de evolución idóneo para no seguir siendo cómplice del acoso sexual.

Claudia Palacios
Es una gran noticia el estallido del escándalo sexual en Hollywood por casos como los de Harvey Weinstein y James Toback. Quiere decir que la sociedad está en un punto de evolución idóneo para no seguir siendo cómplice de ese secreto a voces que es el acoso sexual. O sea, nos dirigimos al ocaso del acoso. No creo que las denuncias se presenten porque hay más casos de acoso sexual ahora que antes, sino que ahora salen a la luz porque hay mayor confianza en que los responsables serán sancionados judicial y socialmente; aunque quizá lo correcto sea decir menos desconfianza en que no lo sean.
Para poder darle sepultura al acoso hay que hacer varias cosas. Lo primero es descontaminar el ambiente, que está plagado de prácticas que lo legitiman. Desde los chistes sexistas, la publicidad, hasta los dichosos piropos. Ya sé que incluso muchas mujeres consideran que es rico y bonito recibir halagos sobre cómo lucen, no importa si los dice el jefe, el albañil o el amigo; pero hay que pensar lo que esto representa y provoca, y así se encuentra la inconveniencia de aceptar y decir piropos.
Esto es independiente de si son elegantes, inteligentes, ramplones o morbosos, especialmente porque una de las dificultades para comprobar el acoso son las tales ‘líneas grises’. El acosador, que se da las mañas para caer sobre su presa sin ser acusado de violación, está listo para decir que nunca obligó ni amenazó e, incluso, que se sintió correspondido. Y siempre empieza con piropos, siempre.

Para poder darle sepultura al acoso hay que hacer varias cosas. Lo primero es descontaminar el ambiente, que está plagado de prácticas que lo legitiman.

Lo segundo es dejar de justificar las necesidades sexuales de los hombres. Está bien que ellos y nosotras somos del reino animal, pero racionales, o sea que podemos no comportarnos como animales. Además, si nos remitimos a los resultados del Estudio Sobre Tolerancia Social e Institucional de Violencia contra las Mujeres, revelado en 2015 por la Consejería Presidencial para la Equidad de la Mujer, solo el 14 por ciento de los hombres encuestados respondió sí a la pregunta de si ellos están siempre listos para tener sexo. Llama la atención que entre las mujeres las respuestas afirmativas a la misma pregunta suben al 25 por ciento.
Entonces, eso de que los hombres, por ser hombres, necesitan andar mirando, tocando, olisqueando y metiendo su falo aquí y allá no es cierto. Como me dice el sexólogo José Manuel González, “La mitad de mi consulta es porque las mujeres tienen más ganas de sexo que sus parejas, lo que pasa es que las mujeres lo disimulan porque no quieren que les digan putas”. Y yo agrego, claro, es que para una mujer es ofensivo que le digan puta, pero para algunos hombres que les digan putos los gradúa de verracos.
Y lo tercero es, como dice la campaña de EL TIEMPO y mi colega Jineth Bedoya Lima: “No es Hora de Callar”. El mismo sexólogo me dice que el acosador no busca cambiar, entre otras cosas porque no acosa por hacer la maldad sino porque el entorno, empezando por su madre, que lo hace sentir el rey del universo y se le pone en la condición de sirvienta, le enseñó a ver a la mujer como un objeto. Así que solo considera cambiar cuando es puesto en evidencia, y su vida personal o laboral se le empieza a derrumbar por causa de esto.
Entonces, como es la cultura la que nos ha llevado a tolerar que se crea que la solución a muchos problemas está entre las piernas de las mujeres, habría que instar a que la sociedad que la construye, por ejemplo con la música, reevalúe el impacto de letras como las del deliciosísimo grupo Saboreo que dicen: “Mija, coge tu marido, pa’que se le quite la arrechera”, o la del magnífico Africano, de Calixto Ochoa, con su coro “Mama, qué será lo que quiere el negro”... porque si la negra no le responde “me too”, podría decirle #MeToo.
CLAUDIA PALACIOS
clapal@eltiempo.com
Claudia Palacios
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