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Mi teléfono, mi amor

Usted no está solo. Globalmente, el número de horas que la gente pasa en relación con su teléfono aumenta cada día (en promedio, cuatro horas), y la dependencia ni se diga.

¿Cuánto tiempo puede estar separado de su teléfono? ¿Lo lleva a la cama con usted? ¿Lo lleva al baño? ¿Necesita revisarlo cada rato? ¿Cuando está con él se siente mejor? ¿Lo necesita para sentirse más seguro? ¿Simplemente no puede vivir sin él?
Si responde sí a dos o más de esas preguntas, es claro que usted está envuelto en una intensa, íntima y dependiente relación... con su móvil.
Como ya debe de haberse dado cuenta, y quizás le sirva de consolación, usted no está solo. Globalmente, el número de horas que la gente pasa en relación con su teléfono aumenta cada día (en promedio, cuatro horas), y la dependencia ni se diga. En muchos casos, al punto de obsesión, como tantos amores prohibidos de los que hablan los boleros románticos: “Ansiedad de tenerte en mis manos...”.
En promedio, un adulto en Europa llega a chequear su teléfono hasta 80 veces al día, 40 por ciento de los usuarios lo usan hasta en el inodoro, mientras el 3 por ciento de las mujeres lo han usado durante el parto y 10 por ciento de los encuestados en Australia admiten usarlo mientras tienen relaciones sexuales.
La ironía es que mientras más íntima se vuelve la relación con el teléfono, más posibilidades hay de que se arruine la relación con la pareja. Nuevos estudios demuestran que nada mata un romance más rápido que sacar el teléfono y que el apego al teléfono es una manera segura de sabotear el apego al ser querido.
Dado que la adicción a los teléfonos es un nuevo fenómeno, los resultados de investigaciones al respecto están apenas comenzando a aparecer.
Si bien algunos estudios sugieren que los teléfonos pueden ser una influencia positiva en las relaciones –estar en contacto permanente, fácil e íntimo con la pareja a través de llamadas y textos contribuye a que las personas se sientan más cerca y seguras en su relación–, la mayor parte revelan el lado oscuro y demuestran que las interacciones de la vida real se atenúan cuando una persona necesita estar revisando maniáticamente su teléfono.
Pilotear drones, buscar información en Google hasta en el baño, enviar mensajes al otro lado del mundo en directo, lo que podemos hacer con los teléfonos habría asombrado y posiblemente aterrorizado a nuestros antepasados.
Pero hay demasiados elementos perturbadores en la ‘patología’ de esos aparatos que hemos decidido tener con nosotros todo el tiempo, dondequiera que vamos: desde cada día más casos de adicción y noticias de que casi 60 por ciento de los usuarios los usan mientras están al volante hasta el hecho de que los gobiernos pueden intervenirlos legalmente, y fabricantes y distribuidores éticamente dudosos mantienen el control.
¿Qué dice sobre nuestras vidas que los teléfonos parezcan tan atractivos que no podemos dejarlos?
Para algunos expertos, es el producto de nuestra época de dificultades, contrastes y desigualdades. La presión para superar a otros y alcanzar estándares poco realistas de riqueza o atractivo, la incertidumbre sobre el futuro, el aburrimiento, el creciente costo de vida, el aislamiento social, que conllevan ansiedad y depresión –un vacío emocional aburrido que no tiene nombre y se siente más en los momentos de ocio–. Los teléfonos, en ese contexto, son instrumentos de distracción. La observación, el análisis, las relaciones interpersonales, la participación directa, reemplazados por el escapismo.
Por eso, si usted respondió sí a las preguntas iniciales, le propongo que en cambio de acumular las mismas repetidas resoluciones para el nuevo año, como comer mejor, dormir más, salir a correr, más bien le ponga freno al romance con el teléfono, que bloquea tanto de su tiempo, acapara su atención y reemplaza las relaciones personales. El resto (dieta, ejercicio y sueño) seguirán naturalmente.
Cecilia Rodríguez
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